jueves, 7 de diciembre de 2017

"La tradicional felicidad"


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"La tradicional felicidad"


Me resulta imposible soslayar este tema casi personal que se ha vuelto recurrente, cada fin de año. Me refiero a lo que, sin duda, constituye una de las tradiciones más grandes y hermosas de mi querido pueblo natal, Tecuala “La Orgullosa”, las fiestas religiosas guadalupanas y específicamente “Las Peregrinaciones”.

Quizá me disculpa un poco ante mi audiencia, el hecho de que el género periodístico de columna permite en alto grado la libertad temática y formal, y por otro lado, que estarán contentos aquellos lectores que les gusta este tipo de artículos que tienden a la evocación y al uso de formas de expresión que apuntan al lejano horizonte de la literatura amena.

No recuerdo siquiera cuántas veces habré escrito acerca de esta temática, pero tampoco haré un esfuerzo para ello. Me basta con creer a pie firme que este texto podría parecerse a otro, pero que jamás será exactamente igual. Es evidente que habrán de encontrar parecidos entre éste y algunos otros, porque el tema te atrapa en su contenido y es parte de un mismo sueño o un mismo recuerdo. Pero apuesto (Cálmate Señor Play City) que no verán un “copiar y pegar” de otro artículo mío.

Cualquier resistencia técnica o temática es vencida irremediablemente por el deleite del espíritu de la añoranza. Desde este momento, en que tundo el teclado, siento un poco de impaciencia. Quisiera que la velocidad de mi mente igualara la de mis dedos, pero también que mis recuerdos pudieran escribirse automática y directamente desde mi corazón, para no escatimar ninguno de sus detalles. Recordar la querida figura de mi madre con su sonrisa bonachona. Con esa mirada luminosa que me indicaba que seguía siendo mi mejor cómplice. Que tendríamos nueve días de auténtico disfrute. Habían llegado al fin las peregrinaciones. ¡Qué emoción!

Mis mejores “garritas”, (ropa) para los que no hablan el idioma del pueblo, ya se veían colgadas en los viejos tendederos del patio de nuestra casa. Había que sacar a relucir lo mejor del vestuario que, aunque fuera modesto, no tenía por qué ser sucio. Mi madre era una fanática de presumir a su guapo nene (o sea yo) y no desaprovecharía la oportunidad de hacerlo frente a la sociedad tecualense en pleno, con sus invitados, turistas y repatriados. Así que era más que seguro que seríamos parte de aquellos rituales maravillosos, que por un lado, eran movidos por la fe y, por otro lado, formaban parte de una tradición ancestral, viva, inagotable.

En mis años más tiernos, las peregrinaciones eran rituales llenos de misterio. Aunque mi madre me explicaba, a su manera, la importancia de las apariciones guadalupanas y el significado de los pasajes religiosos que escenificaban en los carros alegóricos, podía más en mí el efecto de la poderosa parafernalia de las luces y el sonido. Era prácticamente mágico, ver las intensas iluminaciones, los cánticos y letanías plenos de fervor. Todo era fascinante para mí. Cuando no era parte de la orgullosa procesión, disfrutaba observar su paso, desde un buen lugar de alguna atestada acera, generalmente nuestra ubicación era en la esquina de las calles México y Juárez, o tal vez México casi Hidalgo, frente a la ferretería de Don Ampelio Canales (EPD), a veces en México y Morelos, frente a la pollería del “Ñaño” y ya, cuando llegábamos tarde, pues donde cayera la ocasión. Cuando eso sucedía, a veces mi madre me cargaba y me montaba en su cuello para no perderme el espectáculo.

Sentía una gran fascinación por todas aquellas escenas. Me gustaba y asustaba a la vez, ver cómo cambiaban las facciones de las personas, con el juego de sombras en sus rostros provocado por las velas o veladoras que crepitaban inquietas. Era un momento de total surrealismo. La luz, el sonido, el murmullo. Recuerdo que hasta hacía quinielas en solitario, apostándome a mí mismo, o a veces a mi mamá  acerca si los cohetes que aventaban eran estruendosos o luminosos. Mi mamá siempre me ganaba, nunca supe como lo hacía.

Eran noches intensas cuando había peregrinaciones. No sabía a ciencia cierta si todas las cosas que veía eran parte de un montaje bien elaborado, o sólo la reunión azarosa de muchas características dispersas. En aquellos tiempos no entendía la razón por la cual muchas personas recalaban cada año al pueblo y específicamente a esas ceremonias, pero era algo típico observar, sólo como un ejemplo, a un personaje extravagante que siempre iba en las procesiones. Un sujeto alto, de pelo largo, peinado a la Elsa Aguirre, con vestimentas muy fuera de lo convencional y un maquillaje tan intenso que bien podía ser modelo de Max Factor. Yo recuerdo que le pregunté a mi madre con un candor indescriptible: ¿Mamá ese es hombre o es mujer? Ella sólo tosió varias veces y dijo: Se llama “Neto”. Yo dije: “No más preguntas su señoría”.

Qué grandes momentos aquellos donde todo era ilusión para mí. Etapas de la vida en que la crisis, la corrupción y la violencia ni siquiera eran palabras conocidas. Momentos inolvidables que marcaron nuestras vidas y hoy son la fuente de los valores, la sapiencia y el buen ejemplo de donde abrevan nuestros hijos. Cómo olvidar aquellos momentos de felicidad cuando mis amigos se convertían en hermanos al influjo de la concordia, el respeto y uno que otro pleito. Cuando jugábamos a todo y a nada y la imaginación era la fuerza motriz de nuestras alegrías cotidianas. Cuando la única obligación era ser completamente felices, bueno creo que eso sigue vigente, aunque bajo otras circunstancias y otras formas, pero vigente al fin y al cabo.

Cuando llega esta época decembrina la nostalgia se apodera de mi alma. No es ninguna forma de tristeza, excepto por la ausencia de los que ya partieron a otra dimensión, sino una intensa forma de extrañar aquellos tiempos maravillosos que ustedes, mis amables lectores, seguramente estarán recordando, justo en este momento. Los recuerdos hermosos llegan en tropel a mi mente. Llegan como relámpagos las remembranzas de los hechos ya narrados, luego más tarde en mi vida, los rostros de amigos y amigas entrañables de la primaria y secundaria de los que no mencionaré nombres para no herir susceptibilidades, pero que fueron muchos(as) y muy queridos(as).

De la época de la primaria tengo un recuerdo especial por mi maestra Petrita Partida, una autentica mentora de vocación, con la que formé el binomio perfecto en sexto grado para lograr el éxito de asistir como invitado especial a Los Pinos, a visitar al Presidente Díaz Ordaz que, como digo en mis presentaciones, “Si hubiera sabido quien era ese nefasto personaje, ni hubiera ido”. En la secundaria pues hay mucha tela de donde cortar y es difícil mencionar a tantos, a la “Seño Tommy”, Profe Ley, Profe Lencho, Seño Chuy Osuna, en fin, mejor ahí le dejo por esta ocasión. Regreso al tema de las peregrinaciones, sólo para terminar diciéndoles que si tienen oportunidad de disfrutar de esas sensacionales tradiciones lo sigan haciendo. Que añoro las lejanas, viejas costumbres, la vida sin dobleces ni complicaciones, la alegría, la hermandad, la felicidad, la sencillez y la generosidad de las personas. Que nunca pierdo la esperanza de recuperar ese mundo de fantasía y felicidad que vivimos en nuestra niñez tecualense.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.