viernes, 27 de enero de 2023

"El pez misterioso"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"El pez misterioso"


Cuando Marcelino Riquelme se hizo a la mar en su barcaza, el sol todavía no asomaba en el horizonte. Había que ganarle tiempo al tiempo como siempre decía quien era considerado uno de los pescadores más experimentados de esa zona. La idea era aprovechar el día y regresar antes del anochecer a su casa.

 Traía en la cabeza la idea de pescar un tremendo pez que avistó hace unos días cerca del lugar de pesca que frecuenta, unas dos millas mar adentro. Ni siquiera sabía de qué especie se trataba porque únicamente lo vio saltar a la distancia mientras revisaba una de las cañas de su equipo de pesca. A la distancia parecía un “dorado” aunque no estaba cierto porque esa especie no suele saltar tan alto, pero de lo que estaba seguro era de querer llevarlo como el trofeo que le haría ganar el reconocimiento de todos los pescadores del lugar. No era que no tuviera su fama, pero si llevaba ese ejemplar daba por hecho que sería considerado el mejor de una vez por todas.

 En esa ocasión lo acompañaba su suegro, el viejo Melitón, un hombre de mucha edad y vasta experiencia en las lides pesqueras. De complexión atlética, correoso como  pocos y rostro curtido por el sol de la costa. El hombre hablaba poco, pero su compañía era muy beneficiosa porque ayudaba mucho en las faenas diarias.

 Cuando llegaron al lugar donde presumiblemente merodeaba la potencial presa del día, colocaron los anzuelos como era la costumbre, pero esta vez el negro Riquelme, como le decían sus amigos, preparó un aparejo muy especial que el mismo había construido. Se trataba de una especie de arpón que se disparaba con una bomba de aire cargada con un compresor alimentado por la batería de la misma barca. Era muy parecido a los arpones de los barcos balleneros pero de menor tamaño y de un grosor mucho más fino. La técnica consistía en usar los anzuelos como referencia y una vez que picaba la presa grande se disparaba el arpón calculando su tamaño.

 Bebieron café del termo, comieron una pieza de pan dulce y se prepararon para la acción. Los peces no tardaron en picar y fueron recogiendo y poniendo los anzuelos una y otra vez. La vieja hielera se empezó a llenar, el día pintaba para ser uno de los mejores, pero Riquelme solo pensaba en atrapar al pez misterioso que divisó unos días atrás.

 Transcurrieron varias horas y ya los hombres pensaban en el regreso cuando de pronto sucedió algo especial. La línea de una de las cañas se tensó de tal forma que la barcaza se estremeció. Los hombres se miraron recíprocamente con una cara de signo de interrogación. Por si fuera poco eso, una nube extraña apareció y se nubló el día. El segundo jalón fue más fuerte que el anterior. Riquelme dijo:

 —¡Es él, es él! Picó el que estaba esperando. Sostén la línea Melitón, voy a dispararle.

 Después se escuchó un chasquido metálico y un zumbido suave, cuando el arpón salió raudo hacia el enorme bulto que se apreciaba muy cerca de la superficie pero a muchos metros de distancia del pequeño barco pesquero. Los sorprendidos pescadores no podían creer lo que estaba sucediendo. El arpón pareció rebotar en el cuerpo del animal. La cuerda del resistente plástico especial se tensó a tal punto que pareció no resistiría el poderoso jaloneo de la bestia marina. Era inexplicable la situación. Si al parecer el arpón no penetró la dura piel del pez cómo era posible que estuviera tirando de la cuerda. ¿Acaso era posible que la jalara a propósito con los dientes?

 No hubo más tiempo para sacar conclusiones, la tensa cuerda empezó a moverse en círculos alrededor de la pequeña embarcación, primero lentamente, luego a mayor velocidad a medida que daba más vueltas. La nube se tornó más oscura y el cielo se cerró a la luz. Las vueltas del gigantesco pez hicieron girar las aguas del mar hasta formar un inmenso remolino que amenazaba con tragarse a los pescadores con todo y su embarcación. Los pescadores, presos del miedo, gritaban con fuerza y rezaban pidiendo a Dios por sus vidas. Sentían que lo que estaba sucediendo era algo sobrenatural porque jamás en su larga vida de marinos habían visto o sentido cosa igual. El  descomunal pez saltó por encima del enorme remolino y fue lo último que vieron los aterrados pasajeros de aquel buque de la muerte. Como una especie de infernales fauces, el remolino se tragó la embarcación con todo lo que traía a bordo, incluyendo a los dos pescadores que solo alcanzaron a ver la inmensa cortina de agua que giraba en torno a ellos mientras crujía la madera.

 ¿Qué fue ese extraño suceso? Aunque alguien lo hubiera visto, no hubiera podido explicarlo. De Riquelme y Melitón, nadie supo nada. Su familia los sigue esperando como cada tarde que terminaban su faena. Pasaron los días, las semanas y los meses y ninguna noticia o rastro de los pescadores desaparecidos. Solo Micaela, la esposa de Riquelme, mencionó del pez gigante que le contó su marido, pero que más podría decir, ni siquiera le creyó cuando le dijo.

 En toda la zona pesquera de aquel rumbo se sigue platicando esa historia. Es un misterio que quizá nunca se va a resolver, sobre todo porque a los tres días del incidente, encontraron intacta y sin ninguna huella de violencia la barcaza de Riquelme flotando a la deriva, precisamente en la zona que solían pescar. La mujer morena mira todas las tardes hacia el horizonte con la esperanza que su bienamado aparezca con su sonrisa franca y el habitual silbido que avisaba que estaba de regreso. Dicen que la esperanza muere al último. Dios quiera.

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