miércoles, 4 de noviembre de 2020

"Un día de muertos diferente"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"Un día de muertos diferente"



Este día de muertos es muy distinto a cualquier otro. Desde que tengo uso de razón no había visto que los panteones se mantuvieran cerrados los primero dos días de noviembre. Esto me refiere una especie si no de tristeza profunda si de cierta añoranza por perderse o suspenderse una de las tradiciones más arraigadas de la cultura mexicana.

Nunca más oportuna la frase “El fin justifica los medios” (por cierto polémica en muchos sentidos, en su interpretación y en su autoría) es decir, se sacrificaron demasiadas cosas en aras de proteger la salud  comunitaria, evitando nuevas olas de contagios por las suspendidas aglomeraciones en los camposantos. Entre las cosas que no pudieron ser quedan los grandes eventos tradicionales como la famosa “Alumbrada” de Mixquic en la alcaldía Tláhuac de la ciudad de México (CDMX) que se realiza desde hace más de cuatrocientos años y es un espectáculo especial que es presenciado por más de cien mil personas locales y visitantes que esta ocasión tendrán que esperar. Otro de los grandes atractivos que igual fueron suspendidos o adaptados son el Mega Desfile de Día de Muertos y la Mega Procesión de Catrinas que en la versión de 2020 tuvieron que ser de manera virtual.

Así las cosas en diversos puntos de nuestro país, sin exceptuar nuestro estado, muchas de las actividades religiosas y culturales se vieron afectadas por la pandemia. Las alternativas, igual que en la CDMX, obligaron a las dependencias que rigen el arte y la cultura a hacer adaptaciones a sus eventos tradicionales como los conciertos, concursos de altares de muertos y otras manifestaciones artísticas que se produjeron desde el espacio virtual mediante programas en formatos variados emitidos a través de los medios de comunicación y las redes sociales intentando, al menos, compensar la imposibilidad de hacerlo presencial.

Las manifestaciones artísticas no fueron la única afectación producida por la pandemia. Debemos recordar que en esta vida nada es aislado, todo tiene una relación. En ese sentido, se puede decir que hay muchas consecuencias derivadas. Por citar alguna podríamos mencionar a la gran cantidad de personas que dejamos de viajar a nuestros lugares de origen a visitar las tumbas de nuestros seres queridos en esos días especiales. La derrama fallida de esas visitas postergadas incide en los agentes económicos que se dedican al transporte, el comercio y los servicios. Dentro de esos rubros básicos, encontramos taxistas, transportistas, hoteleros, restauranteros, floristas, artesanos de coronas de flores de papel, albañiles y muchos otros más. Si de por sí, era ya escasa la actividad económica pues esa prohibición hizo más aguda la situación pero, en contraparte, sigue prevaleciendo el contenido de la frase que cité en los primeros párrafos. Todo sea por la salud.

El lado amable de esta historia es que, a pesar de los inconvenientes señalados anteriormente, pude observar en nuestra tierra que los paisanos y paisanas hicieron todo lo posible por mantener incólumes nuestras bellas tradiciones relacionadas con los fieles difuntos. Fue muy bonito ver a cientos de niños y niñas mostrando a distancia sus caracterizaciones de catrinas, sus altares y arreglos florales, disfraces y muchas manifestaciones más. Me resultó reconfortante percibir el profundo amor y el vínculo nostálgico, cariñoso con los familiares que se nos adelantaron en el viaje final, el eterno, el ineludible. De cerca y de lejos disfruté de otra de las tradiciones más agradables de esos tiempos sepulcrales: las calaveritas literarias, mencionándolas así para diferenciarlas de todas las demás, las de azúcar, las de coco, las decorativas, las luminosas y todas las que escapen de mi recuerdo ahora mismo.

Escribir versos picarescos para embromar o criticar a ciertos personajes o simplemente para jugar con los amigos es una tradición que por ningún motivo debe desaparecer. Además de permitir el desahogo social incentivando la crítica política, sirve para motivar la creación literaria entre las personas de cualquier edad. Digo lo anterior porque resulta gratificante ver los intentos de escribir calaveritas por parte de niños de primaria y eso es precisamente de lo que hablo. Las calaveritas son una periódica oportunidad de impulsar la creatividad literaria en los niños principalmente pero también en todos los demás, de tal manera que es de celebrar que haya muchos concursos de este tipo de composición en verso que, quitándole un poco lo tenebroso del tema, puede ser un inicio, una génesis básica, del verso poético.

Se extrañaron muchas cosas. En la capital nayarita, el gran espectáculo colorido, mágico y a la vez un poco fúnebre, pero muy artístico de la calzada del panteón, que cada año se constituía en una gran exposición, un auténtico museo de altares de muertos como parte de la parafernalia del viaje final, el simbolismo del bulevar de los sueños eternos, el inicio de la trascendencia y la luz perpetua. En los pueblos (hablaré por el mío) extrañamos también el estar como una gran familia popular, unidos en el sentimiento, en la tradición, en el gusto de sentirnos vivos y compartir con nuestros difuntos el vínculo amoroso que nos unió, nos une y nos unirá por siempre. Para mí no asistir este año al panteón fue una sensación de parcialidad, de carencia, de ausencia. No sé si es porque se trata de una costumbre tan arraigada que duele quebrantarla, pero lo que sí sé es que el solo hecho de limpiar y arreglar la tumba de mis padres, sentarme un rato ahí para tener una simbólica charla con ellos es una prueba más de la existencia de un lazo invisible de amor que no puede nunca disolverse. Esos momentos que estoy de visita en su tumba me hacen sentir una paz interior muy especial, una quietud en mi espíritu que pocas veces puedo sentir.


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