viernes, 17 de diciembre de 2021

"Don Demetrio Imedio"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"Don Demetrio Imedio"


La tarde ya estaba entrada ese sábado de invierno, pero no tanto como lo estaban los integrantes de la familia Tomillo que, desde antes de “la hora del diablo”, ya le tupían recio a los “chupirules”. La reunión mañanera (no confundir con la de nuestro preji) estaba encabezada por don Demetrio Imedio, el abuelo materno del ruidoso clan, quien llevaba el compás del jolgorio, tanto por autonombrarse administrador único y plenipotenciario de la hielera donde reposaban los misiles, cheves, chelas o como gusten llamarles, como por ser el alegre moderador de los chascarrillos, puntadas y demás “elementos técnicos” de esa buena velada.

 Era muy curioso ver al hombrecillo aquel en medio del grupo de jóvenes, la mayoría con cuerpos recios y estaturas descomunales. De pronto me parecía ver la estampa de Blanca Nieves y los siete enanos, pero en versión masculina (bueno al menos en el personaje central porque ni era blanca (don Demetrio era un punto menos que color de llanta) ni tampoco era una linda jovencita porque era el más feo de los veteranos de esa camarilla.

 Si fuera un aficionado a las flores diría que aquella imagen era como un bien formado girasol, en el que don Demetrio era el centro o el núcleo y los alegres muchachos serían los pétalos que lo rodeaban, aunque con la aclaración que este girasol tenía el más pequeño de los círculos o centros que se hayan visto, mientras que los pétalos pecaban de tamaño. Dejemos de lado estas insulsas analogías y acerquémonos a ver qué es lo que sucede en el borlote.

 El ambiente era de primera, lleno de risas y chacoteo. Pareciera que alguien roció el lugar con gas hilarante y todos lo aspiraron con fruición. Pero nada de eso sucedía, todo era normal, la risa general de los contertulios era producto de la alegría y la chispa que la mayoría poseía, y cómo no, si casi todos eran nativos del populoso y bravo barrio de “Salsipuedes”. Ahí todos eran de armas tomar, bravos para el moquete y el patín pero fraternos y solidarios entre ellos y la raza cercana. Ahí estaban en la brega los más pesados del rumbo, Pancho “el Molote” que un domingo anterior acababa de salir del tambo; a un lado de él andaba el buen Juancho Zacarías, siendo blanco de las miradas por su nuevo y extravagante corte de pelo; también estaba chupando con ellos Nicho “el pájaro loco”, con setecientas horas de vuelo en el bisnes del hachís, ahora ya legalizado. Ni qué decir del jorobado del Poncho Naylon, alias el “Cuauhtémoc Blanco de Zacatepec”, un buen futbolista venido a menos por una crisis existencial sufrida en su natal Morelos.

  Así pasó la mañana, el mediodía, la tarde y, ya llegada la noche, el barullo crecía en vez de apagarse.  La algarabía subía de tono pues don Demetrio pasó varias veces el sombrero de la “cooperacha” para el “desempance” y nadie se iba del punto. Daba la impresión de ser un disciplinado ejército con una impecable formación, dirigida por un espectacular comandante, un extraordinario general. Me recordó al ilustre Napoleón Bonaparte y su poderoso ejército francés que conquistó medio mundo haciendo caso omiso al “bulling” que provocaba su escasa estatura, condición que toreó aduciendo que “la estatura no se mide de la cabeza al suelo sino de la cabeza al cielo”. Así me parecía aquel ejército de soldados galos (que más bien eran “persas” y hebreos”) comandados por aquel pequeño pero grandioso líder y estratega sin par, el ilustre Demetrio Imedio.

 Pero todo buen sueño tiene su pesadilla. Así como Napoleón tenía su Josefina, la doña que lo controlaba (valiéndose de quién sabe qué medios) así el pequeño Demetrio tenía también su Josefina, aunque la suya (la de él) se llamaba doña Domitila, una damita más chaparrita que él (sí, aunque no lo crean) había alguien más bajita que el “Napito” de este chisme. Cuando les dieron las diez y las once, las doce y la una… (Ups ya parece canción de Sabina) y el ambiente estaba en plena apoteosis, se escuchó el ruido de una puerta que se abrió de golpe. Nadie le dio importancia a ese ruido insignificante y todos siguieron la farra. Únicamente el pequeño mangoneador de la tertulia arqueó la ceja del ojo izquierdo y de reojo vio la larga sombra que se proyectaba sobre la luz que daba el foco de la entrada de su casa, justo enfrente de donde se ubicaba la bola de pedernales. Rápidamente hizo el “TeamBack” (reunió a la bola de beodos, pues) para los que no sepan hablar inglés, quién sabe qué choro mareador les aventó pero todos, incluso él, le entraron al centro con su billete de a doscientos “varos” y se hizo la roncha.

 Enseguida, se armó una especie de silencio expectante mientras se veían unos a otros. Demetrio, se sirvió otro alipús bien cargado y se lo empujó de un solo golpe. Antes de que terminara el estridente ¡Ah, qué rico! Se agachó, recogió el bonche de billetes apilados en el piso, se los echó a la bolsa justo antes de que doña Domitila se le prendiera como lapa de la oreja y lo levantara en vilo.

 —Eh, abuelo deja ese dinero, perdiste la apuesta. Dijiste que “a ti nadie te regañaba” y te la jugaste (la lana) a que tu vieja no te gritaba. Perdiste, deja la lana.

Ya casi entrando a su casa y con la oreja más larga que un tentáculo del Kraken, arguyó el hombrecito:

—Yo aposté que mi vieja no me gritaba y gané. Fíjense bien, me metió a la casa, pero calladita, sin decir media palabra… así que la apuesta es mía, mi mujer NO me gritó. ¡Loosers!

 El tremendo portazo en la casa de Demetrio Imedio cerró el capítulo de esa noche de ronda (redonda para el ingenioso elfo del barrio Salsipuedes) pues si descontamos el jalón de orejas y la vergüenza sufrida ante la "distinguida" concurrencia (pos cuál) todo lo demás salió a pedir de boca, como casi siempre.

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