sábado, 1 de abril de 2023

"El valor de la verdad"

 





JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"El valor de la verdad"


 Había una vez un reino muy próspero en un país lejano y sus moradores eran muy felices. Con mucha frecuencia organizaban festejos multitudinarios que denominaban ferias. En ellas se reunían prósperos comerciantes, artistas populares, malabaristas, bufones y grupos musicales que alegraban las tremendas tertulias plenas de canciones y vinos de buena calidad. Eran auténticas romerías en las que se exhibían llamativas mercancías, animales domésticos, alimentos, bebidas y un sinfín de utensilios.

 Las ferias duraban dos o tres semanas y tenían un gran éxito económico. Todos salían ganando y no había ninguna objeción en entregar el diez por ciento de sus ganancias al soberano.

 El rey Melesio Nosolo, tenía fama de ser comprensivo y justo. La mayoría de habitantes del reino y las comarcas aledañas le profesaban respeto y pleitesía. Nadie se quejaba del monto de los impuestos y apreciaban el trato humanitario de la familia real, integrada por el soberano, la reina Matilde y el príncipe Eugenio, este último ya convertido en un codiciado mancebo.

 El monarca tenía buenas relaciones con casi todos los reyes de la región. La excepción era Abundio el Cruel, un soberano poderoso, pero de negros antecedentes. Su fama de sanguinario y déspota era muy conocida por todos los rumbos habidos y por haber. Por doquier se contaban historias que describían las múltiples crueldades que cometía, no solo con sus súbditos sino con cualquiera que hiciera algo que le disgustara. Sus castigos eran inhumanos, pero esa era la forma de impartir “justicia” entre sus vasallos y, peor aún, entre los extranjeros.

 Para el rey Melesio era ya una obsesión congraciarse con Abundio el Cruel. Tenía años pensando cómo ser de su agrado. Muchas personas no entendían esa obstinación y siempre se preguntaban: ¿Para qué ser amigos de ese sujeto endiablado? Si pudieran entrar en la mente de su soberano sabrían que quería entablar amistad con él para buscar la posibilidad de casar a su hijo Eugenio con la princesa Magdalena, la bella heredera del reino de Argen Amla.

 Después de mucho pensarlo, el bondadoso soberano, amo y señor del reino de Aneub Amla, se decidió a buscar la aceptación del rey de la mala fama. Preparó una carreta tirada por dos caballos blancos, custodiada por una guardia real formada por cuatro de sus mejores soldados. El cargamento eran bolsas de tela repletas de joyas de oro y plata, cubiertas con una lona.

 Con la venia de su majestad, partieron los soldados en busca de su cometido. Un poco antes de llegar al cerro desde el cual se podían ver las torres del castillo del rey Abundio, la carreta tuvo que frenar para no atropellar a una ancianita que se encontraba en medio del camino. Ella, mirándolos fijamente e intentando suavizar un poco su voz, les dijo:

 —Buen día, jovencitos. ¿Qué llevan en esa carreta?

—Es una carga de fango nauseabundo para abonar los jardines del rey Abundio—contestó malicioso uno de los soldados—mientras los otros sonreían socarronamente.

—Fango nauseabundo tendrán al final de su camino—sentenció la viejecita.

 Los soldados nunca pudieron comprender cómo el valioso cargamento se convirtió en lodo apestoso cuando lo presentaron al rey. Fueron condenados de inmediato y el verdugo real les cortó la cabeza.

 Pasaron los meses y ante la inútil espera de su anterior comitiva, el rey Melesio envió otro grupo de cuatro soldados reales. Esta vez el cargamento fueron rubíes y esmeraldas.

 Se repitió la escena en el camino. A poca distancia de su destino apareció la misteriosa anciana y les hizo la misma pregunta. Esta vez los “astutos” legionarios dijeron que llevaban estiércol, excremento de gallina para abonar las tierras agrícolas del rey Abundio. “Excremento de gallina tendrán al final de su camino”—les dijo la vieja, haciendo una mueca que intentaba ser una sonrisa.

 Los cuatro soldados corrieron la misma suerte al entregarle su pestilente cargamento al furioso y vengativo monarca. Fueron ejecutados y jamás regresaron a su tierra.

 Seis meses después, el príncipe Eugenio convenció a su señor padre de comandar la comitiva real y llevarle personalmente los regalos al odioso soberano. Él mismo seleccionó los más grandes y exquisitos diamantes, los mejores que jamás haya visto alguien. Llegó con sus soldados al mismo lugar donde los interceptó la extraña anciana que les preguntó qué era lo que llevaban en la carreta cubierta y el apuesto joven respondió con una gentil sonrisa que llevaban los más lindos y valiosos diamantes que jamás se hayan visto, un regalo para el rey Abundio. “Lindos y valiosos diamantes, tendrán al final de su camino” —murmuró la anciana—sonriendo pícaramente al mancebo.

 El encuentro con el rey Abundio fue de lo más afortunado. Él estaba feliz por su maravilloso regalo, le encantaron los diamantes. Eugenio conoció a la princesa Magdalena y se enamoraron a primera vista. Pronto se reunieron las familias reales, concertaron la boda que fue un gran acontecimiento al que asistieron todos los habitantes de ambos reinos. Con la colaboración fraternal de los dos reinos, ambos lograron vivir en la riqueza y la armonía. La feliz pareja tuvo una hermosa niña y vivieron felices para siempre. La moraleja de este cuento es: “La verdad es más valiosa que la mentira”. Si dices la verdad tendrás siempre mejores posibilidades de terminar bien al final de tu camino.”

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.