viernes, 23 de septiembre de 2022

"El dolor de la tragedia"

 





JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"El dolor de la tragedia"

La mayor movilización informativa en estos días fue ocasionada por el sismo ocurrido en la fecha tan misteriosa y temida del diecinueve de septiembre. Con este suceso se consolida como un misterio o un desafío científico explicar las razones por las que tres veces (años 1985, 2017 y 2022) se han presentado como coincidencias terribles esos sacudimientos terrestres que, además de daños irreparables en pérdidas humanas y materiales, han exhibido de manera cruda las deficiencias de los gobiernos, los vicios ocultos de las edificaciones y la corrupción.

 Al parecer en nuestra entidad federativa no hubo daños mayores, al menos hasta el momento de escribir el presente. Los reportes oficiales solo señalan las afectaciones que tuvieron las torres de nuestra icónica catedral que se yergue orgullosa en el corazón de la ciudad. Los edificios públicos, instituciones y escuelas se siguen inspeccionando en sus estructuras para prever cualquier situación de riesgo de sus habituales usuarios. Realicé un inmediato seguimiento de los sucesos en la Ciudad de México (CDMX) y otros puntos de la geografía nacional donde tenemos familiares con resultados satisfactorios, saldo blanco.

 Lo verdaderamente intrigante es la extraña coincidencia de esa fecha que para muchas familias resulta fatídica e inolvidable. La mayoría de personas de nuestro estado quizá no dimensionen los efectos de estos fenómenos naturales, pero quienes tuvimos la experiencia de presenciar el más devastador de ellos, el del año 1985 en CDMX, tenemos una impresión y un respeto muy especial. No es únicamente por su intensidad, que ha sido uno de los más fuertes en la historia al alcanzar los 8.1 grados en la escala de Richter, sino por su letal combinación de movimiento oscilatorio (de un lado a otro-horizontal) y trepidatorio (de arriba/abajo/arriba-vertical).

 Solo quienes vivimos de cerca aquel escenario de destrucción, polvo, dolor y sangre, conocemos de cerca el rostro de la muerte masiva y el poderío destructivo de la madre naturaleza. Solo quienes presenciamos el dantesco espectáculo de la destrucción y la muerte en medio de un torbellino de confusión, miedo y expectación conocemos ese lado de la historia. Quienes estuvimos ahí, viendo como los rígidos concretos de las vialidades se sacudían como simples tapetes de tela ante el rugido de las entrañas de la tierra. Varios edificios otrora orgullo de la arquitectura se desplomaron como pasteles de tres leches que sucumben ante el calor y la humedad nayarita.

 Debemos sentirnos hasta ahora agradecidos por no sufrir en Nayarit, sismos como los de la capital del país, que llegaron a contabilizar más de diez mil fallecimientos y pérdidas patrimoniales (principalmente viviendas) que incluso a la fecha muchos no han podido recuperar. Cada entorno tiene sus propios problemas y sus características especiales. No me imagino sufrir en nuestro estado terremotos letales si ya tan solo con las destructivas secuelas de los huracanes hemos tenido más que suficiente para sopesar la angustia y el dolor de la tragedia.

 Observé que muchas personas durante el simulacro de sismo, asumían actitudes un tanto inapropiadas, como si se tratara de una vacilada lo que se estaba intentando hacer. No hay conciencia, en muchos casos, de lo que significa estar en medio de un fenómeno así porque, por razones obvias, nunca lo han vivido. Algunas de ellas cambiaron su semblante y su actitud cuando, por esas extrañas razones que mencionaba en el proemio, la tierra empezó a temblar durante la reunión del ejercicio de capacitación de protección civil, se estaba presentando algo muy especial, inusitado absolutamente, estaba temblando justo durante el simulacro. Algunas de las personas que menciono, cambiaron su semblante. Del rostro festivo e indolente tornaron al temor o al menos a la sorpresa. Espero que ese pequeño susto les abra un resquicio en su coraza de ignorancia e insensibilidad y a partir de ese momento vean esos fenómenos con el respeto y la conciencia que se requiere, antes que el misterioso velo de la vida les tenga que dar otro tipo de lección.

 Por mi parte, creo que el destino teje sus hilos de forma misteriosa e inesperada. Recuerdo que unas semanas antes del poderoso sismo del jueves 19 de septiembre de 1985, estaba un poco molesto con mi jefe inmediato porque me envió comisionado a la oficina de la Secretaría de Comercio, ubicada en el mercado Azcapotzalco. La razón de mi contrariedad era porque a mí me gustaba estar en las oficinas centrales de la dependencia, un edificio de ocho pisos sito en Av. Cuauhtémoc 80, en la Colonia Doctores de la CDMX, mismo que se desmoronó, quedando una pila de escombros sobre el piso inferior y el estacionamiento subterráneo. Cuando me enteré del desastre sufrido por nuestras oficinas, las pérdidas materiales y, sobre todo, las humanas, no podía creerlo. Fue entonces que entendí la mecánica de la vida y sobre todo aquel dicho famoso: “por algo suceden las cosas”. Comprendí que de no ser por ese cambio de adscripción, quizá no estuviera escribiendo esto ahora mismo, ya que de nuestro piso (el cuarto) no quedó nada, y el sismo ocurrió a las 7:19 de la mañana, yo entraba a las 7:00 y, con la puntualidad que siempre he tenido, sin duda ahí hubiera estado al momento del terremoto. Bien dicen que cuando no te toca, aunque te pongas.

 Escribo este texto en memoria de los nayaritas que fallecieron en aquel fatídico día de 1985 en la CDMX, en los siguientes sismos, el de 2017 y en el de ayer 2022, y en general como un homenaje al valor de los mexicanos y al dolor de quienes perdieron a un ser querido en cualquiera de esos infaustos eventos.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.