jueves, 27 de enero de 2022

"El mundo de la basura"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"El mundo de la basura"


La tarde era fría y la lluvia se mostraba amenazadora en ese lunes de invierno. Ni ganas de salir de casa (pensaba la mayoría de los habitantes de la pequeña capital estatal). Todos idealizaban aquel momento como el clásico: “Encerradito en casa, “empiernadito” y si no tenías compañía al menos acurrucado en un cálido sillón, viendo películas o series, tomando un café o un atole calientito con una pieza de pan” ¡Qué delicia!

 Para don José “Pepe” Nava, no aplicaba esa clase de pensamientos porque él no gozaba de pareja, ni casa, ni nada que se le pareciera. Tenía que apurar el paso para llegar a la marginada colonia donde tenía una especie de choza endeble elaborada con cajas vacías de cierta marca de huevo, láminas negras de cartón y unos estantes de madera cortados en la periferia de la ciudad. Su hábitat era el típico asentamiento de personas que se dedicaban a juntar, separar y vender basura, la “ciudad de los famosos pepenadores”.

 Por esa razón don Pepe odiaba las temporadas de lluvia y también las de frío pues el sufrimiento se acentuaba para él y todos los congéneres que habitaban esas ciudades perdidas. Era una auténtica tragedia ver como los chorros de agua se colaban entre los rasgados techos de cartón de su “casa” y mojaban el triste menaje doméstico compuesto de unos huacales de madera, un colchón destartalado y antihigiénico, unas cubetas de lámina que fungían como inodoro, una hornilla de barro, dos cajas de cartón con su “extenso y variado” guardarropa, dos sartenes desportillados, unos pedazos de madera en sustitución del gas L. P. y una vieja silla plegable de madera, como las de los viejos “botaneros” como parte del comedor y unos mecates paralelos amarrados de lado a lado con funciones de armario colgador de ropa. Ni qué decir del frío invernal que se colaba entre las maltrechas paredes y la cobija perforada por el uso y el tiempo que en nada ayudaban a mitigar la agresividad del inmisericorde frío que mordía sus maltratadas carnes.

   Por esa razón, las frases o pensamientos idealizadores del proemio no tienen razón de ser en el mundo de don Pepe Nava. Su vida es como un mundo paralelo, donde el espacio y el tiempo se conjugan de distinta manera a como lo conocemos nosotros. Ahí no existen los planes a mediano y largo plazo, se vive al día y se viaja en los lomos de la supervivencia. El vocabulario de ese mundo es mucho más exiguo, apocado, lastimero. Varias palabras están fuera de su diccionario, como por ejemplo esperanza, alegría, comodidad, descanso, seguridad y muchas otras más.

 Cuenta este humilde trajinero de la mugre que trabaja de sol a sol (aunque esté nublado) y recorre muchas colonias con su carrito hechizo confeccionado con partes de un viejo triciclo que él mismo rescató de la basura. No tiene idea de la cantidad de basura que recoge a diario pero calcula que si pudiera apilar todo lo que pasa por sus manos en una semana, seguramente juntaría una montaña más grande que una rueda de la fortuna, de las grandes. Dice también en sus pocas palabras que la basura es un buen negocio, pero cuándo ve mi cara de interrogación se apresura a completar su frase agregando, “pero no para nosotros sino para los empresarios, los que manejan los negocios de reciclaje y para uno que otro funcionario de gobierno que se pone trucha con las ganancias. A nosotros nos tocan los piquitos, las sobras, y nos quedan unos cuántos pesos para medio comer. Don Pepe dejó entrever que hay grupos de poder que controlan el negocio de la basura, mafias que negocian con el reciclaje y usan la mano de obra de los pepenadores para darle viabilidad, a cambio de cuotas mínimas que les retribuyen a estos humildes trabajadores. De ahí que algunos funcionarios hacen intentos por privatizar los servicios públicos de la basura

 Basta recordar las historias de personajes tristemente célebres en la historia de la basura en México, como el famoso “Zar de la basura” Rafael Gutiérrez Moreno, que fue el líder de los pepenadores de la Ciudad de México, controlando a varios miles de ellos, llegando a ser diputado por el P.R.I. y amasando una inmensa fortuna de más de mil millones de pesos (de hace tiempo), teniendo propiedades inmobiliarias, joyas y toda clase de lujos y excesos, que llevó una vida sórdida y terminó por ser asesinado por órdenes de su propia esposa, quien nunca mostró arrepentimiento alguno ya que dijo que era la única forma de liberarse del tormento de vivir con un monstruo, un enfermo sexual que la humilló en cada momento de su sufrido matrimonio de once años. La historia, cruel y trágica por cierto, fue continuada por su hijo Cuauhtémoc Gutiérrez De la Torre, quien heredó, además de su fortuna y apodo, los vicios y desviaciones de su malogrado padre, siendo también diputado y dirigente del P.R.I. y actualmente en prisión por el delito de trata de personas en la modalidad de explotación sexual y el uso indebido de recursos públicos. ¡Vaya par de angelitos!

 La sonrisa descompuesta de Pepe Nava muestra un poco la inocencia de su ser interior. Mueve repetidamente la cabeza para negar si le gustaría ser como esos líderes de los pepenadores que se le dieron a conocer. No, nada de eso.  “Me gustaría tener un buen trabajo”. No importa que sea en la basura, a lo mejor en el servicio de limpia del municipio, en aseo público, al fin y al cabo ya tengo mucha experiencia en el ramo —sonrió de nuevo— mientras pensaba en un empleo con prestaciones que le permitiera, algún día, tener una casita de interés social donde cobijar su soledad y sus necesidades.

 Se despidió con alegría, empujando con fuerza su carromato repleto de residuos sólidos de diversos tipos. No alcancé a entender la canción que canturreaba pero intenté comprender las motivaciones, la lucha, los esfuerzos y anhelos del singular personaje que vive inmerso en el maloliente y misterioso mundo de la basura.


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