martes, 11 de junio de 2013

Una Historia de la Calle

Por: José Manuel Elizondo Cuevas

Apenas alcancé a ver al chamaquito que se bajó a toda prisa del destartalado camión que frenó ruidosamente antes de llegar a la avenida Insurgentes. El camión urbano, de un color mugre reposada, se alejó a todo lo que daba su potente máquina modelo 1966, dejando una estela de humo negro y una rasposa tos a todos los transeúntes que les tocó la suerte de aspirar su saludable mensaje.

Carlitos, así se llamaba el protagonista de esta casual historia, vestía un pantalón corto color gris rata, que no podía asegurar si así era el estilo, o se había ido acortando con el uso y el desgaste excesivo. Lo combinaba con una camiseta que lucía en el pecho un escudo del Deportivo Cruz Azul, cuyo color celeste se veía tan pálido como el ánimo de sus seguidores después del último fracaso. Tenía el pelo negro, largo y sucio, como de dos semanas sin saber lo que era el agua y el jabón. Completaban su atuendo unos calcetines a cuadros, como los que usaba “El Tata” aquel famoso personaje de televisión que protagonizaba Jorge Arvizu, y calzaba unos zapatos tenis que alguna vez fueron para jugar basquetbol.

El pequeño sacó una botella vacía de un morralito que traía terciado al hombro. En el envase se podía leer la marca de una bebida oscura, muy adictiva, que es fabricada por un político veterano que tiene apodo de felino y es dueño de media ciudad Peluche (no, perdón, de media ciudad Tepic).
Instantes después, llenó su botellita con agua de una llave chaparrita que está en el camellón de esa transitada avenida, donde existe una pantalla electrónica de anuncios comerciales, que solo sirve para distraer a los conductores. De la parte trasera de su vetusto pantalón sacó una bolsita con detergente, vació un poco en la botella con agua, sacudió con energía y como por arte de magia la enigmática pócima estaba lista, era el elixir de la limpieza.

Blandiendo en su mano izquierda un pequeño “jalador” para limpiar vidrios y en la derecha la botella con el brebaje de la pureza, se arrojó con decisión sobre su primer cliente del día. Estaba a punto de bombear su misterioso líquido sobre el cristal delantero del lujoso coche, cuando de repente un enorme dedo índice moviéndose como limpiaparabrisas declara la rotunda negativa y se esfuma la posibilidad de recaudar el primer peso del día.
Por supuesto que ese primer intento fallido no hizo ninguna mella en el ánimo de nuestro infantil personaje, que lo intentó un par de veces, antes de conseguir su primer “cliente”. No es el único que está en ese crucero, “trabajan” entre cuatro y seis de ellos, algunos son adultos ya cuarentones, otros jóvenes y algunos niños como Carlitos que sólo cuenta con 11 años.

Ya casi se mete el sol, hoy estuvo nublado, por eso es un mal día, ya que los conductores no limpian sus parabrisas porque temen que llueva en cualquier momento, así que la temporada de lluvias es casi de vacaciones forzadas para los limpiadores de vidrios vehiculares. Eso me explica este hiperactivo niño que, a pesar de su situación y la mugre de su cara, esboza una sonrisa pueril propia de su edad.

No va a la escuela porque tiene que trabajar para comer y pagarse algunas necesidades. Él señala que no consume ninguna droga, pero sus amigos sí. Menciona además, que la mayoría de sus amigos de chamba no tienen familia que se encargue de ellos, que huyeron de la violencia intrafamiliar, del maltrato sufrido por parte de su padre o madre, que eran alcohólicos y/o drogadictos.

Su caso es muy especial, tiene dos años fuera de su casa, lo cual indica que es un niño de la calle desde los nueve. Esa expresión de “niño de la calle” la dijo él, yo creo que los niños de la calle no existen, ellos son niños de alguien que se deshizo de esa responsabilidad. Pero también son niños de la sociedad, una sociedad indiferente y hostil hacia estas situaciones que son tan evidentes y tan suyas, como cualquier otro de sus problemas.

Un psicólogo, que labora en una institución de asistencia social, me dijo que no debíamos darles monedas porque fomentaríamos más sus vicios y que los dañábamos más que ayudarlos. Me dijo además, que han intentado recogerlos y apoyarlos con algunos programas para personas en situación vulnerable y no han podido hacerlo, que se escapan de esos lugares, no obstante que les dan comida y atención médica, incluso que algunos son controlados por mafias de explotadores, que han sido reportadas sin que las autoridades hagan algo al respecto.

En fin, este es un día en la vida de Carlitos, ganando unos pesos, a veces hasta cien si es un día de suerte, quizá sea suficiente para comer y sobrevivir. Pero que hay con el futuro. ¿Podrá este niño algún día ser un profesionista, un técnico, un obrero, al menos un hombre de bien? Como terminará la historia de este niño, marcado de antemano por una sociedad egoísta, que no quiere abrir sus ojos ante una realidad estremecedora, que sale al encuentro en cada esquina. Por cuanto tiempo podrá este niño mantener esa sonrisa, que aún dibuja en su rostro a pesar de sus miserias materiales y su pobreza cultural. Me entristece pensar que Carlitos pudiera ser, en un futuro cercano, un matón más al servicio de algún cártel, un secuestrador o algo por el estilo.

Me ganó la compasión, no hice caso de mi amigo el psicólogo, le di unas monedas a Carlitos y me retiré del lugar. A la distancia, escuché que él llamaba a sus colegas: ¡Ayúdame “Botes”! ¡Apúrate “Perras”, ¡Órale “Tuercas”! Con mucha tristeza me pregunté. ¿Cuántos Carlitos habrá en el mundo? Solo el ruido de los motores me respondió.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO – LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA- COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com

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