lunes, 20 de enero de 2014

El Precio de la Salud

JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita

Tepic, Nay; ene 20, 2014.-  El frío calaba los huesos esa oscura mañana de enero. El poco pasto que quedaba en aquel sitio estaba lleno del rocío matutino que mojaba las bastillas del pantalón de Don Miguel Dávila. Ese era el nombre de la persona que cruzaba aquella rústica callejuela.

Nuestro personaje caminaba de prisa, a pesar de que sus raídas botas no le protegían de la humedad como él hubiera querido, pero tampoco se quejaba, sólo se le veía avanzar a un ritmo que denotaba determinación o quizá la prisa por llegar a su destino.

Por fin, varios minutos y muchas calles después, los ansiosos pasos de Don Miguel se detuvieron ante la casa verde con reja blanca que se ubicaba justo al final de la calle principal, era el domicilio del único doctor que daba consulta en aquel pueblo.

Después de algunos insistentes toquidos en la vieja puerta metálica, asomó una señora de aspecto desaliñado, cuyo peinado recordaba el copete de una cacatúa. Su atiplado tono parecía de verdad un graznido que sonaba como si le estuvieran apretando el pescuezo al hablar, finalmente dijo:

-      ¿Qué quiere, por qué toca tan fuerte? Dijo la cacatúa, perdón, la señora del doctor.     

Don Miguel Dávila vaciló un poco antes de contestar, quizá le asustó un poco el tono agresivo de “Doña Cacatúa”

-   Buenos días. ¿Se encuentra el Doctor Oscar? Necesito que venga conmigo a checar a mi mujer que se siente muy mal. Es urgente que me acompañe a mi casa, mi mujer siente que se muere.

-      Mi esposo está muy ocupado ahorita, no creo que pueda acompañarlo. ¿Por qué no regresa después?

-   ¡No me iré de aquí sin el doctor! Mi esposa se muere, tiene fiebre, le duelen la cabeza y los huesos, le están sangrando las encías y la nariz, así que si no me acompaña por la buena lo llevaré a rastras, aunque tenga que matarla a usted si no me abre la puerta - gritó con voz de trueno aquel hombre desesperado.

Luego de muchos gritos y sombrerazos, encontramos al Dr. Oscar Villas llegando a la vieja casucha de don Miguel Dávila, jornalero agrícola de escasos recursos, nacido ahí en esa casa, en la periferia de aquel pueblo cuyo nombre ni recuerdo.

-   ¿Cómo ve a mi vieja doctorcito? – inquirió el campesino muy impaciente después de la revisión.
-   Mira Miguel, creo que los síntomas están más que claros, tu mujer tiene dengue hemorrágico -sentenció el galeno.
-   ¿Dengue? Pero pos no que eso ya se había acabado por aquí doctorcito. -dijo Miguel entre incrédulo y angustiado.
-   No miguel, no se ha acabado. Se siguen presentando muchos casos aún, en todos los centros de salud del estado hay muchos enfermos como tu esposa, solo que ya no los publican mucho, tú sabes como es eso. Mira en verdad la veo muy mal, así que te recomiendo la lleves hasta la capital porque aquí no tenemos los recursos para atenderla bien.
-   ¿A la capital del estado? Pero, ¿Cómo? ¿No hay otra solución?
-   No Miguel, y más vale que sea pronto porque si no lo haces no te garantizo que tu mujer pueda salvarse.

Pasaron dos días y Miguel Dávila, no podía trasladar a su mujer a un sanatorio de la capital del estado, no tenía dinero para hacerlo. Visitó a su compadre Gerardo y a su compadre Chuy pero ambos estaban ausentes del pueblo, sólo le quedaba la opción de su compadre Rubén que de seguro le brindaría ayuda en cuanto pudiera encontrarlo. Así fue, finalmente Rubén Partida le prestó el dinero suficiente para el traslado y para los primeros movimientos.

Pasaron varios meses y ya no se supo nada de Don Miguel Dávila ni de su esposa enferma. Nadie respondía, ninguna persona del pueblo sabía acerca de eso, hasta que el propio Rubén Partida fue quien contó el resto de aquella historia.

Cuando llegaron a la capital, Don Miguel y Doña Martha, así se llamaba su esposa, acudieron a varios hospitales públicos, de esos que tienen siglas muy conocidas y que muchas veces sirven de nada, sin importar si son federales o estatales. En ningún centro hospitalario le quisieron brindar atención aduciendo que no tenía derecho, que no estaba registrada, que no tenía talón de cheque, tampoco credencial, ni carnet, etcétera, además la mayoría de camas estaban ocupadas, en resumen todos estaban saturados.

Ante la imposibilidad de recibir atención médica en algún hospital público y aconsejado por su propia urgencia, comprendió que no tenía otra alternativa que internarla en uno privado y eso fue lo que hizo, pero desafortunadamente ya era demasiado tarde, Doña Martha murió a pesar de todos los intentos que hicieron por salvarle la vida.

Poco se supo de Don Miguel Dávila después de la muerte de su compañera. Algunos dicen que se dedicó a vagabundear por distintos lugares, porque ya no había nada que le atara a su pueblo natal ya que en su trágica aventura perdió las pocas pertenencias que acumuló en su vida, incluida su casa que malbarató para conseguir dinero para “comprar” inútilmente la salud de su esposa. ¿Cuántas historias más de estas suceden en nuestra triste realidad social?


RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.

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