miércoles, 24 de junio de 2015

Día del Padre


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita



"Día del Padre"


Aún no empezaban a cantar los gallos cuando Don Gerardo Camacho se levantó de un jalón de la vieja cama de mecates. Así hay que hacerlo, de un sólo golpe para poder romper el embrujo de la flojera, dijo para sus adentros. Lo hizo de una manera tan ágil que Doña Oliva, su esposa, ni siquiera despertó a pesar que era de sueño liviano.

Cuando nuestro personaje daba sus primeros pasos sobre las desalineadas piedras de la empinada callejuela, las luces de la aurora apenas intentaban abrirse paso en el horizonte matinal. Aquel era un pueblo viejo, polvoso, de esos en los que la vida suele pesar mucho, de esos en los que la pobreza es la inquilina de mayor antigüedad y la esperanza tan sólo una vieja desconocida.

Don Gerardo se dirigía a Santa Cándida, un poblado cercano. Digamos que a unos seis kilómetros de distancia de Angostura, donde el radicaba desde hacía muchos años. La desmañanada era más que necesaria si quería que le alcanzara el tiempo para cubrir los dos trabajos que tenía en el día.

Todas las mañanas la hacía de jornalero agrícola, a veces hasta el domingo si era necesario. Por las tardes, después de hacerle los honores a los tacos paseados que llevaba en su modesto itacate, encaminaba sus pasos a una comunidad cercana y pequeña llamada Agua Verde. Ahí empleaba sus últimas horas y fuerzas del día. Las actividades en las que distribuía sus tiempos vespertinos eran desgranar maíz a mano y ayudarle a su compadre Manuel a tejer "barcinas". Para los que no sepan lo que es, les diré que una barcina es una bolsa de manta con camarón seco en su interior, lleva una cubierta ya sea de palma o de piola tejida y se le hace una orejita para que se pueda colgar en alguna parte de la casa. Una auténtica artesanía basada en antiguas prácticas muy usuales en las costas.

La misma rutina desde hace muchos años. De su pueblo a Santa Cándida y de ahí dos kilómetros a la comunidad de Agua Verde, después, ya casi de noche, emprender el regreso. Todos los trayectos los hacía en el "carro de Don Fernando" (unas veces a pie y otras caminando). Todo eso con tal de ahorrar lo más que se pudiera, para llevar a casa lo necesario. Pero, ¿Qué situación podrá estar pasando el señor Camacho? Digo, algo que sea aún más difícil que la paupérrima calidad de vida que sobrelleva de manera cotidiana. Creo que sería mejor asomarnos un poco a su mundo. ¿Gustan acompañarme?

El aroma que despedía el humeante café de olla era sencillamente irresistible. Se podía percibir a distancia el olor inconfundible que le daba la canela de pueblo. En torno a una mesita de madera, sentado en una de esas sillas plegadizas que patrocinan las cervecerías a los locales que venden sus marcas, Don Gerardo esperaba pacientemente los huevos estrellados que su hacendosa esposa le preparaba con mucho comedimiento. La sencillez del menú del día no era obstáculo para que el sabor y el olor se apoderaran del ambiente. El olfato se regocijaba ante aquella campirana combinación de efectos, mientras que la vista se deleitaba con el llamativo molcajete que se convertía en orgulloso depositario de una rica salsa martajada de jitomates y chiles verdes asados combinados con cebolla picada. De las tortillas hechas a mano mejor ni hablamos, no los quiero matar del antojo.

Una vez que desayunó la amorosa pareja, fue el varón quien rompió el silencio. - Oye vieja, ¿No te ha traído noticias Don Felipe? ¿Fue siempre para la capital o no?

- No viejo, no pudo viajar porque se le puso malita una de sus hijas. Pero, parece que ya está muy mejorada y muy pronto él podrá irse sin ningún pendiente.

En cambio, el pendiente de aquel buen hombre era saber quien viajaba a la capital para mandar un poco de dinero para su hijo que allá radicaba y según, estudiaba para doctor en una gran escuela. Desde hace varios años que se fue, pocas noticias había tenido de él, no obstante eso, el amoroso papá seguía trabajando de sol a sol para apoyar a su hijo, su mayor orgullo. Además de Jesús, su hijo, el matrimonio tenía una hija de nombre Mara, también en calidad de ausente, aunque por cuestiones muy distintas que el primero y mayor de los dos. Ella se había ido con su novio hacía un par de años y a ciencia cierta ni siquiera sabían en donde radicaba, sólo de vez en vez llegaban rumores que estaba bien, cosa que disminuía la aflicción de los angustiados padres.

En el  caso de Jesús, existía una doble preocupación, ya que además de no tener muchas noticias suyas, el sólo hecho de que se había ido a vivir a casa de su tío del mismo nombre, hermano de Don Gerardo, pues ya era un pendiente adicional debido a la añeja fama de informal que se cargaba el dichoso tío.

Así las cosas, entre la rutina y las jornadas interminables de trabajo de Don Gerardo, fueron pasando los años. Muchos vecinos y parientes les aconsejaban que no siguiera mandando dinero, porque seguramente ni siquiera llegaba a su destino, o si llegaba se lo pepenaba el famoso tío Chuy. Pero nada de eso quebraba la fe de Don Gerardo, quien consolaba con amorosos abrazos a su esposa cuando la angustia y la desesperación se apoderaban de ella. No sé si ustedes, por un sólo instante, puedan imaginar el dolor de la ausencia, el peso de la incertidumbre y el golpe de la duda en el corazón de aquel padre cariñoso que confió en su hijo y lo dejó marchar con la maleta llena de sueños y ahora, después del inexorable paso del tiempo, sólo podía apostar su resto a la fe y a la esperanza.

Hoy parece una mañana más en aquel viejo poblado. El señor Camacho decidió no ir a trabajar ese tercer domingo de junio. Se levantaría más tarde que de costumbre y ayudaría a su esposa en todo lo que fuera posible y la llenaría de arrumacos. No terminaba de pensar eso, cuando se escucharon leves toquidos en la vieja entrada. Se vistió de prisa y abrió la puerta. Casi se desmaya de la impresión al reconocer el rostro limpio y cuidado de su hijo Jesús. Varias veces se restregó los exageradamente abiertos ojos hasta que se convenció del milagro. Ahí, frente a él, estaba su hijo adorado, vistiendo una blanca filipina de médico, extendiéndole los brazos. Era tanta la emoción que no había visto el automóvil parado frente a su casa, en ese momento descendía una guapa muchacha con un niño en los brazos, acompañada por su antiguo novio, hoy su legítimo esposo. Era su querida Mara y su primer nieto. Cuando todos estuvieron justo frente a él, con una sonrisa radiante y una alegría indescriptible, sólo acertaron a decir con mucho entusiasmo, gracias papá. ¡Feliz Día del Padre!

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C. 

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