JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita
"Muchos años de peregrinar"
El día
cuatro de este mes de diciembre inició uno de los eventos del año que con más
cariño recuerdo. Me refiero al tradicional novenario de la Virgen del Tepeyac
en mi natal pueblo de Tecuala.
Es una
mezcla de sensaciones. Sin resquemor alguno se amalgaman varios aspectos de mi
vida, todos importantes y respetuosos entre sí, al grado que se saludan
cordialmente en el mismo vértice.
El
origen de esta celebración es eminentemente religioso. Se conmemoran los
conocidos pasajes de las apariciones guadalupanas que datan de varios siglos.
En lo particular, pensar en esos nueve días del año me remiten
irremisiblemente a mi lejana infancia. Me sitúan de manera casi mágica en mi
primera década de vida en este mundo de contrastes. Me llevan a aquellos años cuando
inocentemente pensaba que por el hecho de protagonizar a algún personaje
bíblico o salir de angelito en los bellos carros alegóricos ya tenía ganada
alguna indulgencia. Creía que era mejor persona por el sólo hecho de participar
en alguna de aquellas históricas procesiones que comúnmente hemos llamado “Las
Peregrinaciones”. El tiempo me quitó la venda de los ojos y me enseñó que hay
que hacer mucho más que eso para ser una buena persona.
Esta
vez me inclino más por recordar aquella nostálgica parafernalia desde el punto
de vista de la tradición y la vivencia personal. Quiero recordar sin ambages
aquellos momentos que se quedaron grabados para siempre en la parte más lisa de
mi corazón. Quiero revivir aquellas imágenes indelebles en las que me veía
caminando de la mano de mi madre rumbo al centro del pueblo. Creía que al pasar
por mi calle, todos mis vecinos me volteaban a ver para admirar la pulcritud de
mi camisa o mi nuevo cinturón. Probablemente
era mi perfecto copete, sostenido por un
buen puño de vaselina, lo que llamaba su atención. En realidad quizá nadie volteaba
a verme pero yo me sentía sumamente orgulloso y emocionado de ir a formarme en
las nutridas filas de la procesión, sobre todo en aquella noche que era
dedicada a los niños y niñas. No podía perderme esa oportunidad.
Cuando
mi mamá y yo no nos formábamos en la peregrinación, yo ya sabía que había que
irnos temprano al centro para poder tomar un buen lugar en las banquetas de las
atestadas calles por donde pasarían los carros alegóricos. Recuerdo que nuestro
lugar favorito era la esquina que forman las calles Juárez y México, a un
costado donde se ubica actualmente el negocio de mi gran amigo Chuy Andrade.
Ahí
estábamos, esperando con paciencia la llegada de la procesión. Mientras tanto
me entretenía viendo pasar a la gente que lucía sus mejores galas. Era un poco
cansado pero no aburrido. Pasaban por el lugar muchos vendedores con productos
novedosos. Ahí estaba cerca el señor que vendía los cacahuates tostaditos,
pregonando con energía su producto. Recuerdo que al principio no entendía por
qué razón gritaba ¡Ruido, Ruido!
Sencillamente no entendía la relación. Por supuesto que a esa edad ni
imaginarme que con el tiempo me convertiría en un gran conocedor de la ironía y
el albur.
Me
gustaba mucho esa época del año, deseaba con verdadera ansiedad su llegada. En
diciembre todo se tornaba diferente. Sentía como el pueblo se llenaba de
alegría y de movimiento. La circulación de vehículos era mayor, a veces hasta
molesta. Se podían ver coches y camionetas muy bonitas, diferentes a las que
veía normalmente en el pueblo. La mayoría tenían placas de los Estados Unidos y
de diversas entidades federativas. Muchos de ellos eran oriundos del lugar que
residían fuera y en esa época visitaban a sus familiares y amigos. Regresaban
los estudiantes a sus hogares y muchas veces traían de visita a personas que se
enamoraban del lugar, regresaban después o incluso se quedaban a vivir ahí
cuando encontraban al amor de su vida.
Extraño
mucho aquella sensación de felicidad, aquella época en que todo era simple,
natural y generoso. Suspiro por aquellos años cuando la religión nos unía e
inducía al respeto. Cuando la palabra prójimo significaba algo entre nosotros,
cuando se interpretaba bajo el concepto de la solidaridad humana.
Echo de
menos aquellas viejas costumbres, la alegría de antaño, la vida sin
complicaciones. Las peregrinaciones significaban para mí, más allá del ángulo
místico, un punto de encuentro entre personas deseosas de ser felices. Lo
percibía en cada rostro, en cada sonrisa, en cada individuo. Para un niño como
yo era difícil diagnosticar qué era todo aquello. Qué significaba aquel extraño
ritual, lleno de cantos, luces y truenos. Cuál era el significado de la
presencia de extravagantes personajes que venían desde lejanas ciudades para estar
ahí formados, con su vela encendida y cantando con fervor las coplas
guadalupanas.
Era
difícil interpretar todo ese escenario. Sólo acertaba a pensar que simplemente
era obra de Dios y que él nos quería ver unidos a través de la fe y que tal vez,
como éramos medios mensos para entenderlo, nos la disfrazaba de tradición. Yo lo menos que quería era encontrar
explicaciones, gozaba de todo lo que podía, caminar entre los ríos de gente
para ver los puestos de juguetes y dulces en el Parque a la Madre, visitar los
juegos mecánicos que se instalaban en calles cercanas a la iglesia, jalarle las
naguas a mi mamá hasta convencerla de que me comprara un “quequi” hoy conocido
como “Hot Cake”. En fin tantas cosas
simples que me llenaban de alegría e ilusión.
Hoy en
mi plena adultez, me extraño a mí mismo y extraño aquel viejo entorno. Busco la
chispa que existía en las relaciones
familiares y amistosas de antaño y no puedo evitar que mi corazón se llene de
congoja. No siento pena que veas a través de estas líneas como corre por mi
mejilla una lágrima triste, nostálgica, dolorosa. No me avergüenza mostrar el lado más humano de mi perfil. Al
contrario, quiero ser para ti una especie de vehículo que te transporte a tu
propio escenario y te induzca a la reflexión. Si al terminar de leer esto te quedaste
pensando, entonces habré logrado mi objetivo.
El
mundo está lleno de simbolismos que ni son buenos ni son malos, simplemente son
opciones que requieren de la interpretación o la aceptación de quienes habrán
de decidir sus propios rumbos. El mundo actual es cada vez más complejo y está
lleno de retos. Muchos de estos retos nos ponen casi al nivel de la
supervivencia. Pensemos en el rescate de nuestra identidad, de nuestro rasgo
distintivo como ser humano, pensemos como personas antes de pensar en la
identidad nacional, ya que ésta será necesariamente la suma de sus ciudadanos.
Pensemos en nuestras familias y hagamos un ejercicio de comparación entre
nuestra infancia y la infancia de los niños actuales, ahí seguramente
encontraremos algunas respuestas.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.
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