miércoles, 9 de diciembre de 2015

"Muchos años de peregrinar"


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita



"Muchos años de peregrinar"



El día cuatro de este mes de diciembre inició uno de los eventos del año que con más cariño recuerdo. Me refiero al tradicional novenario de la Virgen del Tepeyac en mi natal pueblo de Tecuala.
Es una mezcla de sensaciones. Sin resquemor alguno se amalgaman varios aspectos de mi vida, todos importantes y respetuosos entre sí, al grado que se saludan cordialmente en el mismo vértice.

El origen de esta celebración es eminentemente religioso. Se conmemoran los conocidos pasajes de las apariciones guadalupanas que datan de varios siglos. En lo particular, pensar en esos nueve días del año me remiten irremisiblemente a mi lejana infancia. Me sitúan de manera casi mágica en mi primera década de vida en este mundo de contrastes. Me llevan a aquellos años cuando inocentemente pensaba que por el hecho de protagonizar a algún personaje bíblico o salir de angelito en los bellos carros alegóricos ya tenía ganada alguna indulgencia. Creía que era mejor persona por el sólo hecho de participar en alguna de aquellas históricas procesiones que comúnmente hemos llamado “Las Peregrinaciones”. El tiempo me quitó la venda de los ojos y me enseñó que hay que hacer mucho más que eso para ser una buena persona.

Esta vez me inclino más por recordar aquella nostálgica parafernalia desde el punto de vista de la tradición y la vivencia personal. Quiero recordar sin ambages aquellos momentos que se quedaron grabados para siempre en la parte más lisa de mi corazón. Quiero revivir aquellas imágenes indelebles en las que me veía caminando de la mano de mi madre rumbo al centro del pueblo. Creía que al pasar por mi calle, todos mis vecinos me volteaban a ver para admirar la pulcritud de mi camisa o mi nuevo cinturón.  Probablemente era mi perfecto copete,  sostenido por un buen puño de vaselina, lo que llamaba su atención. En realidad quizá nadie volteaba a verme pero yo me sentía sumamente orgulloso y emocionado de ir a formarme en las nutridas filas de la procesión, sobre todo en aquella noche que era dedicada a los niños y niñas. No podía perderme esa oportunidad.

Cuando mi mamá y yo no nos formábamos en la peregrinación, yo ya sabía que había que irnos temprano al centro para poder tomar un buen lugar en las banquetas de las atestadas calles por donde pasarían los carros alegóricos. Recuerdo que nuestro lugar favorito era la esquina que forman las calles Juárez y México, a un costado donde se ubica actualmente el negocio de mi gran amigo Chuy Andrade.

Ahí estábamos, esperando con paciencia la llegada de la procesión. Mientras tanto me entretenía viendo pasar a la gente que lucía sus mejores galas. Era un poco cansado pero no aburrido. Pasaban por el lugar muchos vendedores con productos novedosos. Ahí estaba cerca el señor que vendía los cacahuates tostaditos, pregonando con energía su producto. Recuerdo que al principio no entendía por qué razón gritaba ¡Ruido, Ruido!  Sencillamente no entendía la relación. Por supuesto que a esa edad ni imaginarme que con el tiempo me convertiría en un gran conocedor de la ironía y el albur.

Me gustaba mucho esa época del año, deseaba con verdadera ansiedad su llegada. En diciembre todo se tornaba diferente. Sentía como el pueblo se llenaba de alegría y de movimiento. La circulación de vehículos era mayor, a veces hasta molesta. Se podían ver coches y camionetas muy bonitas, diferentes a las que veía normalmente en el pueblo. La mayoría tenían placas de los Estados Unidos y de diversas entidades federativas. Muchos de ellos eran oriundos del lugar que residían fuera y en esa época visitaban a sus familiares y amigos. Regresaban los estudiantes a sus hogares y muchas veces traían de visita a personas que se enamoraban del lugar, regresaban después o incluso se quedaban a vivir ahí cuando encontraban al amor de su vida.

Extraño mucho aquella sensación de felicidad, aquella época en que todo era simple, natural y generoso. Suspiro por aquellos años cuando la religión nos unía e inducía al respeto. Cuando la palabra prójimo significaba algo entre nosotros, cuando se interpretaba bajo el concepto de la solidaridad humana.

Echo de menos aquellas viejas costumbres, la alegría de antaño, la vida sin complicaciones. Las peregrinaciones significaban para mí, más allá del ángulo místico, un punto de encuentro entre personas deseosas de ser felices. Lo percibía en cada rostro, en cada sonrisa, en cada individuo. Para un niño como yo era difícil diagnosticar qué era todo aquello. Qué significaba aquel extraño ritual, lleno de cantos, luces y truenos. Cuál era el significado de la presencia de extravagantes personajes que venían desde lejanas ciudades para estar ahí formados, con su vela encendida y cantando con fervor las coplas guadalupanas.

Era difícil interpretar todo ese escenario. Sólo acertaba a pensar que simplemente era obra de Dios y que él nos quería ver unidos a través de la fe y que tal vez, como éramos medios mensos para entenderlo, nos la disfrazaba de tradición. Yo lo menos que quería era encontrar explicaciones, gozaba de todo lo que podía, caminar entre los ríos de gente para ver los puestos de juguetes y dulces en el Parque a la Madre, visitar los juegos mecánicos que se instalaban en calles cercanas a la iglesia, jalarle las naguas a mi mamá hasta convencerla de que me comprara un “quequi” hoy conocido como “Hot Cake”.  En fin tantas cosas simples que me llenaban de alegría e ilusión.

Hoy en mi plena adultez, me extraño a mí mismo y extraño aquel viejo entorno. Busco la chispa que existía en  las relaciones familiares y amistosas de antaño y no puedo evitar que mi corazón se llene de congoja. No siento pena que veas a través de estas líneas como corre por mi mejilla una lágrima triste, nostálgica, dolorosa. No me avergüenza mostrar el lado más humano de mi perfil. Al contrario, quiero ser para ti una especie de vehículo que te transporte a tu propio escenario y te induzca a la reflexión. Si al terminar de leer esto te quedaste pensando, entonces habré logrado mi objetivo.

El mundo está lleno de simbolismos que ni son buenos ni son malos, simplemente son opciones que requieren de la interpretación o la aceptación de quienes habrán de decidir sus propios rumbos. El mundo actual es cada vez más complejo y está lleno de retos. Muchos de estos retos nos ponen casi al nivel de la supervivencia. Pensemos en el rescate de nuestra identidad, de nuestro rasgo distintivo como ser humano, pensemos como personas antes de pensar en la identidad nacional, ya que ésta será necesariamente la suma de sus ciudadanos. Pensemos en nuestras familias y hagamos un ejercicio de comparación entre nuestra infancia y la infancia de los niños actuales, ahí seguramente encontraremos algunas respuestas.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C. 

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