Cuando
sintió que algo caliente y viscoso corría por su mejilla izquierda no se
imaginó la gravedad de la lesión ocasionada por el impacto recibido. Sintió
cosquillas en la comisura de su ceja izquierda por el deslizamiento de un fino
hilillo de sangre. Se sentía aturdida y no tenía claro qué iba a suceder con
ella y sus compañeras de ese grupo que protestaba en la plaza pública frente al
palacio de gobierno. Hasta hace unos momentos todo iba relativamente bien y
bastante pacífico, si se comparaba con otras ocasiones similares, pero de
pronto sucedió algo que detonó el caos.
Isabela
miró a todos lados y sólo reconoció a Matilde. La muchedumbre, antes compacta y
organizada, era ahora un tremendo aquelarre. Cuando la fuerza pública entró a
disolver la manifestación todo se salió de control. El contingente femenil que
se manifestaba pacíficamente sabía de antemano que eso podía ocurrir pero aun
así había que correr los riesgos. La manifestación, una vez más era por el
mismo motivo, en esa entidad federativa se habían agudizado las condiciones de
violencia contra las mujeres, los feminicidios iban a la alza, lo mismo que el
abuso sexual, entre otros crímenes de alto impacto social que enrarecían el
ambiente. La tranquilidad en esos lares era solo un viejo espejismo.
Era el
momento oportuno de actuar si aspiraban a librarse de los granaderos que
estaban casi encima de ellas. Como pudo tomó del brazo a su compañera y la jaló
hacia unos arbustos que tenían cierta complicidad con la sombra que proyectaba
el viejo edificio de departamentos que se erguía imponente frente a ellas.
Apenas lograron cubrirse bajo el ropaje vegetal que les abrió sus brazos cuando
varios elementos de la gendarmería antimotines pasaban a su lado haciendo un
estruendo metálico con sus pesadas botas militares. La tarde empezaba a caer y
la oscuridad que ella temía un poco hoy le resultaba de gran ayuda. Su negra
vestimenta, el vestido para la ocasión, se confundía con lo pardo de la
incipiente noche que anunciaba su fantasmagórica llegada. Se escucharon ruidos
fuertes y gritos. Hubo disparos de salva
y goma. (eso querían creer ellas) y poco a poco el escenario se llenó de
un humo denso y apestoso a pirotecnia.
Estuvo
ahí acurrucada en los brazos de Matilde, hasta casi quedar dormida, no supo si
era por el miedo o la debilidad ocasionada por el constante sangrado de su
cara. Sintió un poco de ánimo al ver que su amiga y compañera de lucha estaba
indemne. No se le veía sangrar de ningún lado y su cara estaba intacta, limpia
de maquillaje como era su costumbre. Isabela no sabía que parte de su cuerpo le
dolía más, si la descalabrada de ceja o las patadas y estrujones que recibió en
abdomen y brazos antes de escabullirse del peligro inminente. Dejó de pensar en
eso y trató de mantenerse lo más quieta posible abrazando a su compañera que
parecía tener esporádicos escalofríos. De esa quietud y silencio quizá
dependiera su vida y su libertad. No quería imaginar lo que les podía suceder
si eran descubiertas por los temibles granaderos y los policías encubiertos que siempre se
infiltraban en esos movimientos para espiarlos y reventarlos.
Así
pasaron los minutos, en medio del temor y la vocinglería de la plaza. Hubo
tiempo suficiente para recordar tantas otras ocasiones que salieron a protestar
por la falta de seguridad, la nula respuesta de justicia para las víctimas de
feminicidios y violaciones por parte de las autoridades competentes (mejor
dicho incompetentes) que ignoraron las voces que se elevaron al cielo como si
fueran oraciones desoídas por el creador. La pena, la angustia y la impotencia
cuando asesinaron a Lupita, Brenda, Leticia, Valeria, Fátima, Diana, Leonila,
Érika y Gabriela, entre muchísimas más, que en la mayoría de los casos los
asesinos quedaron impunes. Por su mente pasaron todas las escenas vividas en el
seno de su propia familia. Recordó todos los casos de violencia familiar que
denunciaron reiteradamente sin recibir respuesta y terminaron en lamentables
crímenes.
Respiró
profundamente aunque con dificultad pues se sentía entumecida y le dolía el
pecho, quizá fue el golpe que recibió en el esternón pero le dolió más en el
corazón o en el alma. Volteó a ver a su compañera de brazos y se percató que
dormía. Qué bueno (pensó para sus adentros) que descanse un poco, ya que pase
todo el relajo la despierto y nos vamos a casa. La gente seguía corriendo y se
escuchaban ir y venir vehículos en varias direcciones A lo lejos divisó un
anuncio espectacular con la imagen sonriente de un candidato de un partido
prominente. Ahí quedó abandonado ese viejo cartel publicitario que exaltaba las
virtudes de un hombre que llegó a ocupar un puesto importante de gobierno pero
dejó una triste estela de ineficiencia, corrupción y abusos; el tiempo se
encargó de exhibirlo, fue un tipo al que su partido le otorgó la candidatura
pese a tener muchas denuncias graves. Una mueca distorsionó su rostro al
recordar el caso de ese tristemente célebre político. Escupió con cuidado, la
evocación le causó gran repugnancia.
Así
pasaron los minutos y en una hora retornó la calma al lugar. Sonrió para su
adentros, porque hasta mover los músculos de la cara le provocaba dolor. Aspiró
de nuevo y el aire le supo a pólvora pero no le dio importancia. Deben ser los
petardos que usaron para asustarnos —pensó muy segura—, mientras empezaba a
acomodar su cuerpo para incorporarse. Le habló con voz muy suave a su amiga
Matilde que al parecer seguía dormida. Pobrecita mi amiga, quedó exhausta
—pensó—, mientras sonreía con ternura. Tocó el hombro izquierdo de su amiga con
su mano derecha para moverla y despertarla. Matilde no contestó, su cuerpo se
ladeó pero siguió completamente inmóvil. Insistió en moverla pero no recibió
respuesta alguna. Fue entonces cuando quitó la ligera frazada que las mantenía
unidas y observó que su entrañable amiga y compañera de lucha tenía un enorme
boquete en el abdomen por donde se le escapó la sangre y la vida. Se dio cuenta
entonces de dos cosas. Una, que no eran petardos los que utilizaron las fuerzas
públicas y dos, que una más, una mujer más, había caído en la batalla. El dolor
y la rabia que sintió fueron infinitamente superiores al dolor físico. Apretó
las mandíbulas con fuerza y dijo entre dientes: ¡No bajaré nunca la guardia!
Prometo ante tu cuerpo y tu espíritu, querida amiga que nunca dejaré de luchar.
¡Ni una
más! ¡Ni una menos! (Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia,
ocurre en muchos lugares y en todo momento) (Redactado el día 8 de marzo de
2021)
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.
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