Palabra de Antígona
Por Sara Lovera
Las Dificultades de la Democracia de Género
No hay nada más
importante para un jefe de familia que heredar su visión y sus valores. En las
familias tradicionales esto es importante no sólo para el patriarca, sino
para la abuela, para una madre amorosa y para la parentela; que los hijos
continúen la vocación del jefe y hasta sus actitudes, lo aprendimos mexicanas y
mexicanos en la época de oro del cine nacional que se incrustó en alma
popular. Que las hijas y los hijos continúen con la obra o el negocio de un
médico, un industrial, un hacendado o un artista.
Claro, dirán las y
los jóvenes ni se acuerdan, es posible. Pero para varias generaciones estas
repetidas escenas que nos hacen recordar a los hermanos Soler y a doña
Sara García, se convirtieron en parte de nuestro pensamiento y en el
terreno de la política y en el pensamiento crítico, en una colisión de
intereses y hasta en muchos y muy variados conflictos.
Y son un valor. Valor
patriarcal que trasciende generaciones, culturas de otros lares y que está
profundamente arraigada. No la podemos borrar, hasta que no desmantelemos este
sistema de pensamiento.
Mientras tanto
existe. Se ha fomentado y está internalizado en cada persona como signo de
orgullo. Se practica, promueve y es sembrado. De la cuna, a la
escuela, la religión y en los medios de comunicación. Hay excepciones y hay
feminismo que desea eso no pase con sus hijas e hijos.
¿No es por ello que
se habla en nuestra historia de las familias? Las que mantienen por 50 o 100
años un restaurante, un terreno cultivado, una industria o una cadena de tiendas,
como positivo y contradictoriamente las mismas que mantienen por generaciones
un banco, un monopolio televisivo, una marca, malo. ¿Locura, frenesí,
contradicción, absurdo?
He llegado a pensar
estos días que esta es una contradicción que conspira contra la democracia.
En la realpolitik,
este “valor” es un gravísimo pecado que contribuye, desde mi punto de
vista, también, a la desmesura y la antidemocracia. Es decir, es crítico
en la política liberal, pero es al mismo tiempo un deseo compartido y
fomentado.
Pecado que mi hija
siga mis pasos para convertirse en dirigente; que mi sobrina haya heredado el
afán de hacer y participar en una organización social que “ha sido el motivo de
mi vida”; que mi esposa “se vuelva al poder y no a la familia”, a estas
esposas, hijos e hijas, en el terreno político, no se les concede el derecho a
la duda. Se les fustiga, a veces con una superficialidad que asusta. Mientras
he visto a muchas feministas que les brillan los ojos cuando te cuentan que sus
hijas también son feministas.
Parece que siendo
mexicanas y mexicanos, esas personas, esposas, hijos e hijas, no tienen
derechos ciudadanos, y sus aspiraciones son permanentemente calificadas como
nepotismo, tráfico de influencia, impropio, inoportuno, improcedente, incorrecto,
en una palabra indecente. ¿Alguien le preguntó al hijo del abogado? ¿A la
pareja de médicos? ¿O a la hija de una periodista? ¿O a la hija de una actriz?
O alguien pone en duda que el vástago no sólo siga los pasos de su familia,
sino que los supere; o la vida intelectual de sus padres o se dedique a cantar,
a tocar, a pintar, a bailar, porque su familia se dedica a ello.
Y como bien se sabe
de esas hay cientos de familias quienes a partir de sus lazos sanguíneos
construyen el andamiaje para que las futuras generaciones de ese apellido,
nombre, industria, vocación, continúen lo que alguna vez iniciaron sus
antepasados. Los críticos de hoy, siendo hermanos de varios con su actividad,
de todas maneras a las familias de industriales, comerciantes o artesanas las
van a criticar. Hablo de hermanos politólogos y críticos: los Reyes Heroles,
los Peterson, la pareja Aguilar Camín, los herederos de Granados Chapa, etc.
¿Cuál sería la diferencia entre heredar a una o un
descendiente una gerencia comercial en una empresa, la vocación intelectual
y un cargo de elección popular en política? Ese es el dilema en una
sociedad como la nuestra, fundada en la desconfianza. Todo está prohibido en la
ley, pero nadie la cumple.
Hay una palabra clave, para equivocarse ¿realmente
se hereda?, como un virus, una bacteria, un mal congénito o se aprende y desea.
Esto es un debate abierto.
Yo creo que hay casos
diferenciados, que no es posible generalizar, como lo hacemos en esta manera de
hablar de las y los demás, siempre buscando o pretendiendo “purezas” que con
frecuencia se convierten en otro tipo de demagogia. La demagogia de la
denuncia.
LAS
MUJERES 50 POR CIENTO: LES GUSTE O NO LES GUSTE
Esta forma de vivir
plantea una contradicción profunda, choca, se colisiona con las prácticas
democráticas. Si una persona, por poner un ejemplo, es hermana de un potentado,
está bajo sospecha si quiere ser diputada o si quiere ser funcionaria pública.
Son las fulanitas, esas que llegaron, y lo lograron porque son de hijas de. Fue
¿por herencia y no son ellas mismas? Hace tiempo las feministas hemos
considerado, esto, una visión misógina. Salvo aquellas que luchan hoy por un
lugar en la política, y practican esa visión patriarcal de la que somos presa. Si
ellas no son, nadie es igual a ellas y nadie puede: se llama envidia y
competencia.
Qué me dicen del
baluarte de los herederos de los jefes revolucionarios, como los Ávila Camacho,
los Zapata, los Obregón, los Ortiz Rubio, los Cárdenas, los Alemán o los
herederos de la industria televisiva, los Azcárraga, los Salinas, y tantos
otros.
Todavía en muchas
conversaciones se considera, para bien y para mal, la trascendencia de la
genealogía como una forma de explicarse la historia triunfal de muchas
familias. Como la de los hermanos Revueltas, los Rivera, los
Orozco, los Legorreta, los Soler, los Guerrero, los Zabludovsky, los Chávez,
los Aguirre, los Álvarez, los Tovar y de Teresa, para no hablar de herederos y
herederas de vocaciones sociales y “revolucionarias”.
Y todo esto viene a
cuento por la cantidad de tinta y papel que hoy se invierte para decir que si
habrá 50 por ciento de mujeres en las listas electorales es porque son las
hijas, las esposas, las sobrinas, las tías, las parientas de los hombres en
distintos poderes. A ellas nadie las ensalza porque heredaron la vocación
política, no, de ninguna manera, seguramente ha sido la influencia de sus
progenitores la única y principal razón para enlistarse en estas
elecciones. Como si fuera biológico y no de género o social.
A nadie se le ocurre
descubrir sus biografías, sus intereses, sus títulos y sus hechos. Me dirán que
también se hace con los hombres. Sin duda. Hemos vivido en ese vaivén: la
genealogía como orgullo y la desgracia de no “hacerse a sí misma”, según quien
lo dice.
Se dirá que el
nepotismo o el tráfico de influencias nos han hecho mucho daño. No hablo
de eso ni la prevaricación, ni del mal uso de las relaciones para hacer
negocios, ni de los políticos que favorecen a sus familiares; ni hablo tampoco
de prebendas documentadas.
Ayer me topé con una
nota, de estas que menudean. La cabeza de la nota o el título es simple: PRI
y PAN registran a hermanas y esposas de ex candidatos en Querétaro, donde
el tribunal electoral ha decretado que se aplique la paridad a las candidaturas
de ayuntamientos.
Aun cuando quien hace
la información, no logró especificar quién es esposa de quien, o hija de cuál,
afirma que los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional
(PAN) acataron la sentencia que emitió la sala regional del Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación de registrar a por lo menos nueve
candidatas a las 18 alcaldías, que estarán juego el próximo 7 de junio, pero
lo hicieron con esposas o hermanas de los aspirantes iniciales.
Y agrega: el PRI
informó que cinco de las nueve mujeres que registró ante el Instituto Electoral
del Estado de Querétaro (IEEQ) son esposas y una es hermana de los candidatos
que ya habían realizado campaña por 10 días. El PAN indicó que cuatro de sus
candidatas sustitutas son esposas y dos más, hermanas de los abanderados
originales.
Todo ello no obstante
que uno de los dirigentes de partido hizo ver que: “se buscará garantizar que,
en caso de ganar el ayuntamiento por el cual contenderán, esas mujeres ahora
candidatas no soliciten licencia para que su esposos o hermanos desempeñen las
funciones”.
Hace una semana se
dedicó un amplio reportaje a 3 o 4 aspirantes a diputaciones federales hijas de
una ex gobernadora, una secretaria de Estado y una sobrina de un dirigente. Se
habló de las bodas, los divorcios y otras cosas.
Nadie duda que por su
origen, recursos y habilidades, muchas candidatas hayan tenido más
posibilidades para participar, o más conocimientos, o más oportunidad
luego de vivir 20 o 25 años con una familia dedicada a la vida pública y
política. Los reportajes hablaron de sus bodas y sus divorcios; sus atuendos o
sus gustos o colecciones. No se habló de su formación, intereses o biografías.
Cierto, nadie pone en tela de juicio que muchas de
estas mujeres, como ha sucedido con muchísimos hombres, puedan no responder al
deseo e intereses “de la Nación”. Pero tendremos que juzgar a mujeres y hombres
de la misma forma. Al final estamos frente a una política antidemocrática,
donde cada una y cada uno le ponemos, también pensamos antidemocráticamente,
juzgando y excluyendo. Denostando o hablando sin fundamento y, lo peor, sin
investigación.
Me parece que
debíamos aspirar a la democracia donde cada persona legítimamente pueda
dedicarse a la política sin ser juzgada su sólo por su cuna; tanto como hemos
demandado a lo largo de varias décadas que una mujer abusada sexualmente, no
sea juzgada o denostada por su vida personal, sino reivindicada por su derecho
a no vivir violencia.
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