miércoles, 4 de noviembre de 2015

"Lágrimas del cielo"


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita



"Lágrimas del cielo"


Betito Sanromán Casanueva se levantó con los ojos aún pegados por las lagañas. En la temporada de calor siempre le sucedía lo mismo. Era tan fuerte aquel pegamento natural que a veces tenía que lavarse los ojos durante varios minutos.

Pasado el cotidiano incidente, se dirigió presuroso al abasto de su padre (así se le dice en algunos pueblos a la carnicería o bodega de carne). Llegó sudando copiosamente pero lleno de entusiasmo al viejo mercado.

- ¡Hola, papá! ¿Ya están listos los pedidos?
- Si hijo, Te voy a pasar los pedidos para Doña María. ¡Llévaselos de volada porque me los estaba pidiendo! ¡Córrele mijo!

Allá va Betito a toda prisa en su vieja bicicleta. Su silueta se recorta entre mucha gente que deambula en parques y jardines públicos. Cruza calles y avenidas a gran velocidad, impulsado por los infantiles pies calzados por un par de raídos tenis blancos, bueno al menos originalmente ese era el color, hoy diríamos que es un gris mugre.

Don Paulo Sanromán, el padre de aquel chamaco inquieto, era una persona sencilla, de origen humilde, muy trabajador. Su carácter recio aunque amable, le permitió tener muchos amigos sobre todo en el medio de los ganaderos y tablajeros (expendedores de carne). El hecho de moverse en un círculo muy amplio de trabajadores agremiados le permitió ser dueño de cierto liderazgo.

En realidad su vida no es algo tan relevante para que sea el núcleo de esta historia. Diríamos que era un hombre común, pero con virtudes que sirvieron de base a su descendencia. En eso estaba sustentado el sueño de Don Paulo, en ver algún día que sus vástagos, o al menos uno de ellos llegara a ser alguien importante, probablemente no en la sociedad, si tal vez en el medio de la política.

Por esas razones, le inculcó a Betito la idea de aspirar a llegar muy lejos, en la forma sencilla en que aquel hombre, trabajador y amiguero, concebía el éxito en la vida. Todo indicaba que había sembrado bien la semilla y que tarde o temprano el niño inquieto primero, y el joven emprendedor y cargador de carne después, sería protagonista de grandes logros personales y con mucho, su mayor orgullo en la vida.

Todas las historias de vida tienen su encanto, más allá si su final es feliz o no lo es. Esta sólo es una de tantas, o al menos eso sería, si no fuera porque en la parte del epílogo o en la cúspide del personaje, llega a causar tanto daño a quienes de una u otra forma interactúan con él. Si fuera una película me costaría trabajo clasificarla en el género correspondiente. Empieza como una gran historia de éxito, ilustrativa, motivacional, luego se convierte en algo policiaco, suspenso, intriga y creo que al final llega a ser una historia de terror.

Don Paulo ya no tuvo la dicha de saborear su orgullo, murió antes de ver la coronación de aquella épica historia de triunfo tras triunfo. Aquel muchacho, su muchacho, de manera inexplicable, increíble, fantástica, se convirtió en una especie de Rey Midas. Todo lo que intentaba lo lograba. Escaló peldaño tras peldaño, éxito tras éxito. Una historia inexplicable; nadie moderadamente cuerdo daba crédito a lo que veía. Aquel joven sin preparación académica y sin grandes atributos personales se convertía en un fenómeno de la mercadotecnia política. 

Hasta cierto momento, la típica historia del chico modesto, humilde, que logra vencer obstáculos para triunfar, se vende como pan caliente. La sociedad de aquel pueblo voltea sus azorados ojos hacia aquella figura emblemática que arrastra multitudes. Se vende la idea y se compra muy bien, a precio caro. Casi todos los sectores sociales se sintieron atraídos por aquella figura mediática, carismática, mesiánica. Evidentemente la clase trabajadora, las masas populares fueron las que más se identificaron con ella (me refiero a la figura). Quien podría sustraerse a la idea de que llegara al poder alguien de la misma clase, humilde, sencillo, forjado en la cultura del trabajo, alguien con la sensibilidad y las vivencias necesarias para comprender su sufrimiento y luchar codo a codo, de la mano, por las causas justas, comunes, populares.

Había llegado el momento cumbre, la apoteosis. Se habían logrado todas las metas. Por fin se puedo encumbrar al hijo de Don Paulo. El pueblo siente que ha sido por fin empoderado. Todo parece marchar muy bien. Las primeras acciones parecen ser las esperadas, pero como en las grandes películas, sobreviene un final inesperado. La armonía se convirtió en desazón, la empatía se convirtió en rechazo. La sociedad de aquel pueblo lejano empezó a dudar de la autenticidad de aquella maquinaria política. El rostro afable, atrayente, benevolente, inició un proceso de transformación y hoy se parece más a Freddy Krueger en pesadilla en la calle del infierno.

Hacen su aparición la desconfianza hacia el grupo en el poder, empieza a ser visible la corrupción gubernamental, el despotismo, el enriquecimiento ilícito y la falta de respeto a los actores sociales. Los intereses populares y los valores sociales fueron apartados, los trabajadores abandonados, atacados, vituperados. La metamorfosis es ahora ostensible, aquel proyecto que pintaba para hacer historia en el futuro, se ha venido abajo y de aquel vistoso esmoquin sólo quedan gabardinas cantinflescas. Una oportunidad histórica que se tira a la basura. No cabe duda que la naturaleza humana es veleidosa. Es muy difícil sustraerse al canto de las sirenas, al oropel. No cabe duda que el subyugante aroma del poder, la egolatría, la vanidad y la soberbia son los insumos perfectos para el apocalipsis político.

En fin, siempre quedará la honrosa oportunidad del juicio de la historia. Mientras que de aquel orgullo que platicábamos creo que no queda nada, sólo asoma una triste estela que anuncia decepción, una tumba sin epitafio, unas tristes lágrimas que caen del cielo.   

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C. 

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