miércoles, 26 de octubre de 2016

"Sotanas justicieras"


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita



"Sotanas justicieras"


Nunca me ha gustado tocar el tema religioso en el espacio de esta columna. No vayan a creer que esto es por atender aquella vieja expresión de que “si no quieres salir mal con nadie, mejor no hables de política, fútbol o religión”. Para nada podría yo hacer eso. De política hablo con tanta frecuencia como las veces que se le escapa “El Chapo” al gobierno. De fútbol no mucho aquí, pero sí lo he hecho, aunque desde una perspectiva distinta a la que suelen usar mis colegas de la sección de deportes. Por último, el asunto de la religión lo he abordado sólo como apoyo en alguna situación, o de manera trasversal en circunstancias derivadas de algún análisis o comentario al tratar otros temas.

Viene a colación este comentario inicial porque hace unos días asistí a un festejo que es toda una tradición entre los trabajadores de cierta dependencia del gobierno estatal. A hora temprana se inició la celebración con una misa de acción de gracias. La liturgia no aparentaba ser muy distinta a cualquiera otra a la que haya asistido, incluso prejuzgué la situación creyendo que sería más aburrida que otras, porque el oficiante cerraba constantemente sus ojos al hablar. Pero todo cambió cuando el sacerdote entró al momento de la homilía, aunque por las características de la filípica que nos recetó a los parroquianos, entendí por qué también se le conoce como sermón.

Al principio, el padre cerraba sus ojos al hablar, como si estuviera en una profunda reflexión, pero de pronto, casi sin darnos cuenta, se transformó en un expresivo y acalorado orador cuyos ojos despedían destellos fulgurantes al compás de sus frases. Éstas eran cada vez más potentes en su volumen y en su contenido. La fuerza de sus palabras venció, de una vez por todas, la modorra matutina que muchos aún llevábamos en la cara. Todos pusimos mucha atención y no perdimos una sola de sus palabras.

Me causó una grata impresión escuchar la asertividad y la claridad de los conceptos vertidos en esos breves instantes. De momento me pareció situar al párroco en escena, allá por los años sesentas cuando apareció la corriente cristiana de la “Teología de la Liberación” que por primera vez ponía en el centro de las cosas a los pobres y la reivindicación de su dignidad. Así me pareció la postura ideológica de aquel padre, menudo de cuerpo pero inmenso en su emotiva defensa de la liberación económica, política y social de la ciudadanía y prioritariamente de los más desprotegidos del sistema nacional mexicano, los pobres.

Sentí una rara emoción escuchar en labios de un sacerdote, los conceptos que tantas veces he intentado explicar a mi audiencia. Escuchar que hablan del neoliberalismo rapaz y agresivo en un altar católico no es cosa de todos los días. Empatar con pasmosa facilidad los sagrados evangelios con la dureza y el rigor científico de la economía política, que retrata y condena la explotación del hombre por el hombre no es cosa menuda.

Pasé de la sorpresa al regocijo. Me sentí identificado con ese clérigo que fustigó con pasión y furia a los malos gobernantes que tienen al país hundido en la miseria. Sentí hasta ganas de aplaudir cuando dijo que votar por esos insensatos avariciosos del PRI era un pecado capital. Casi me levanto de mi asiento, le abrazo con solemnidad y le digo camarada, cuando criticó la apatía de las personas, la ignorancia inducida por las televisoras comerciales, o cuando reclamó airadamente si estábamos esperando que de nuevo los curas iniciaran la lucha, cómo sucedió en la Independencia de México.

Cuando terminó su homilía, que si hubiera sido en otro espacio, en otra clase de evento o reunión, incluso en algún barrio o colonia, yo lo hubiera clasificado como un discurso incendiario, sentí que no debía perderle la pista a ese hombre de la iglesia, pero también del pueblo. A ese personaje que tiene la fuerza de la razón en sus palabras. A ese presbítero que lucha por causas parecidas a las que yo defiendo, aunque desde distintas trincheras. A quien pregona lo mismo que la lideresa de los trabajadores del S.U.T.S.E.M. en las colonias pobres. A quien pelea con bravura en contra de los infames depredadores de los recursos naturales. A quien, además de decirlo en un altar, lo ratifica y defiende en el lugar de los hechos.

Hacía mucho tiempo que no veía a un padre de sotana revolucionaria. Creo que desde el obispo de Chiapas, Don Samuel Ruiz García, defensor de derechos de pueblos indígenas, y más recientemente el Padre Alejandro Solalinde, defensor de los derechos humanos de los migrantes de México, no recuerdo a otro sacerdote de esas características.

Fue una grata sorpresa para mí, fue una buena forma de iniciar ese día. Personas de esas características dentro de la iglesia hacen mucha falta y harían mucho bien. Gente que entienda de verdad la esencia de la palabra de Jesús, a quien yo considero un precursor del comunismo. No como una doctrina económica o política pero si social. Entendido esto como una forma de practicar el bien común, donde no hubiera más dogmas que la felicidad de las personas viviendo en una comunidad sin clases sociales ni propiedad privada de los medios de producción.

En fin, se podrían hacer algunas reflexiones más. Pero dejemos el análisis socio económico de lado, y concentremos nuestra atención en la parte positiva que trae a escena este comentario. Me refiero a lo importante que resulta encontrar buenas noticias en el ámbito de la iglesia. Así como el propio sacerdote lo dijo, “no todos somos curas pederastas, somos muchos los que hacemos las cosas bien y luchamos por una mejor fraternidad”. Efectivamente, la iglesia debe ser humilde, generosa y comprensiva. Debe ejercer un liderazgo moral que apunte hacia la protección, el cuidado y la guía de su grey, desde perspectivas más sociales, solidarias y congruentes con la doctrina del amor, la bondad y el bien común.

Dediqué el espacio de esta columna a esta grata sorpresa que tuve hace días. Situación que me hace renovar la esperanza de que es posible la unidad de los ciudadanos, a través de las coincidencias de objetivos y la organización de frentes distintos con denominadores comunes.

Bienvenidos los elementos de cualquier sector, que se sumen y fortalezcan la unidad de la ciudadanía para seguir luchando por el objetivo anhelado: La Justicia Social.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C. 

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