Atrapado
en casa por las lluvias torrenciales y persistentes, vienen a mi mente muchos
pensamientos de todo tipo. Desde la típica sensación romántica de estar a buen
resguardo (ver llover sin mojarte), saboreando un aromático café caliente y
gozando de la deliciosa compañía de la familia, hasta el miedo justificado de
las consecuencias devastadoras que ocasionan las precipitaciones pluviales
exageradas. Ahora mismo pienso en mi pueblo natal (La Orgullosa) cuya
integridad empieza a verse amenazada por el crecimiento del río Acaponeta porque sus aguas ya bloquearon el camino que conduce a la localidad del Filo.
Cuando
el nivel de las aguas del río anega todo ese camino, es un indicio que las
partes bajas de Tecuala, la zona de los veranos y las colonias cercanas al
bordo de contención, sobre todo la colonia las Brisas, deben estar muy atentos para evacuar las viviendas e
intentar poner a salvo sus pertenencias más valiosas. Evidentemente que el
primero de sus activos que debe resguardarse es la familia. La terrible
experiencia de ver sus casas llenas de agua y lodo no está tan lejana, pues el
recuerdo aciago de esa catástrofe solo dista menos de cuatro meses de cumplir
su tercer aniversario. Esperemos que este año no tengamos que lamentar ningún
incidente tan dramático como ese que ocasionó el huracán Willa. Hasta ahora las
lluvias que han caído en esos rumbos norteños son de mucha utilidad para el
ámbito agrícola y ganadero pero, pues como siempre, el problema está en el
desequilibrio.
Esta
historia no es privativa de nuestra entidad, ahora mismo otros estados acaban
de sufrir diversos daños derivados del paso de la tormenta Dolores, como por ejemplo Colima y Michoacán, y seguirá la
contabilidad, esperando que este año no sea tan cuantiosa. Que la madre
naturaleza perdone nuestros innombrables pecados en su contra y el castigo
(merecido por cierto) no sea tan severo. Habría que decir que, más allá de mi
buen deseo, tendríamos merecido cualquier tipo y cualquier intensidad de
castigo por parte de la naturaleza que se ha cansado de enviarnos mensajes
preventivos intentando disuadirnos de que metamos el freno a esta terrible,
caótica, irresponsable y estúpida carrera por acabar con nuestro medio ambiente
por parte de los seres humanos. No es un cliché decir que somos los peores
depredadores del planeta, es quizá la única verdad absoluta que conozco. Hemos
contaminado con feliz descaro nuestros mantos freáticos, nuestros ríos, lagos,
mares y toda aquella belleza natural que antaño gozábamos. Seguimos
extinguiendo especies animales que son vitales en el ciclo de la vida, como es
el caso de las abejas y otros animales de carácter indispensable.
Además de la contaminación, en
diversas modalidades, tenemos un problema severo con el agua dulce, que cada
vez es más escasa y, a pesar que las tres cuartas partes del planeta son
cubiertas por este recurso, el noventa y siete punto cinco por ciento es agua
salada (mares y océanos) mientras que el resto (dos y medio por ciento) sería
agua dulce. Si esa cifra o proporción les parece reducida, se vuelve más
dramática la cosa si se considera que de ese porcentaje sólo una ínfima parte
se encuentra disponible para el consumo humano ya que la parte infinitamente
mayor se encuentra integrando los glaciares (69.7 %) y otra más pequeña (30%) en
los acuíferos. En los ríos y arroyos sólo el (0.3%) para concluir con una casi
sentencia de muerte diciendo que la cantidad de agua disponible para el consumo
humano se considera únicamente el lúgubre 0.007 por ciento del agua del
planeta. (Fuente: Carreón, M. (20 marzo, 2020) ¿Cuánta agua hay en el planeta?
“El Ágora, Diario del Agua). ¿Estas estadísticas no son para sentir
escalofríos?
Seguramente
pensarán que estoy escribiendo un guión cinematográfico de esas películas
apocalípticas en las que, de distintas formas, se describe el fin del mundo. Pues
déjenme decirles que cualquiera de esos directores de ficción, de hecho ni el
mismísimo Steven Spielberg sería capaz de realizar una película tan funesta y aterradora
como el final que podría tener nuestro planeta y la bola de irresponsables que
lo habitan (o sea nosotros).
Tal vez se pregunten ¿A qué viene esa filípica que nos
intentan recetar? En realidad es una reflexión que nació del tema de las
lluvias y para ser más precisos del desequilibrio que existe tanto en la
distribución geográfica de éstas como en la intensidad de las mismas. En pocas
palabras que, mientras unas localidades, zonas o regiones se inundan y se
destruyen por el exceso de precipitaciones pluviales, otras padecen sequías
extremas. Si bien es cierto que existe diversidad de tipos de climas en nuestro
país, es inobjetable que esas diferencias se han intensificado con el paso de
los años. Cada vez suceden fenómenos inusitados como ver nevar dónde jamás
había ocurrido, sentir calores y fríos extremos e irregulares o el simple hecho
de que ya no existe o sucede lo que antes eran reglas seguras, como el inicio y
término de las temporadas de lluvias. Se podía saber el día en que llegaría la
primera y la última lluvia, cosa que en la actualidad, al menos en Nayarit, es
algo imposible de predecir. Todos hemos notado que los fenómenos atmosféricos,
como los huracanes, son cada vez más poderosos y peligrosos. Las lluvias y
vientos, de mayor intensidad y a veces impredecibles, son testimonio de lo que
les comentaba anteriormente.
Las señales de la naturaleza son cada vez más claras y
seguimos ignorándolas. Continuamos anteponiendo el lucro, la frivolidad y el
desinterés, a nuestra seguridad y supervivencia. Ni siquiera nos importa el
futuro de quienes podrían estar más tiempo que nosotros en este escenario
vital: nuestros hijos.
Tampoco nos inquieta ver el agotamiento de las tierras
agrícolas cuya producción pone cada vez más en entredicho la posibilidad de
lograr la suficiencia alimentaria. Vemos con ridícula indiferencia la tala
clandestina de árboles o la “urbanización” de muchos espacios arbolados que
eran pulmones naturales de la ciudad y terminan siendo un lujoso y moderno
complejo habitacional. Los incendios forestales aumentan cada año, nuestros
cerros están más pelones que el tristemente célebre “Chupacabras” (Carlitos
Salinas de Gortari). En fin, esta situación o problemática es difícil de
manejar porque, afortunada o desafortunadamente, es responsabilidad de todos,
es algo que requiere unidad de pensamiento, sentimiento y acción, condición
poco probable de lograr en este mundo. No queda más que seguir intentando hacer
conciencia o de plano rogar a Dios por un bendito milagro.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.
Muy bien, cuidado con el agua, donde es escasa cuídala, donde abunda cuídate.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Saludos.
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