martes, 18 de septiembre de 2012

Ciudad de México ‘85, Triste Recuerdo


Por: José Manuel Elizondo Cuevas

Este 19 de septiembre, se conmemora el vigésimo séptimo aniversario de una de las tragedias nacionales más tristes e impactantes de nuestro país, me refiero al terremoto de la Ciudad de México, aquel infausto y terrible movimiento telúrico que devastó una gran cantidad de edificaciones comerciales, particulares y de gobierno. Este fatídico acontecimiento destruyó el modesto patrimonio de miles de hogares mexicanos que en dos minutos de terror y angustia perdieron sus conquistas materiales, adquiridas durante toda una vida de esfuerzo.

El triste recuerdo que significa ese terremoto, dejó una gran marca de dolor en el alma de un pueblo, pero al mismo tiempo sembró enseñanzas hermanadas a la comprensión y sensibilización sobre este tipo de desastres, algunas de éstas muy  especiales para México, como protagonista y doliente principal, también para muchos otros países, como operadores de actos humanitarios eventuales.   

En aquel terrible incidente natural que sucedió hace casi tres décadas, un día jueves 19 de Septiembre de 1985, confluyen una interminable cadena de sucesos e historias personales, que se entrelazan de manera caprichosa como si se tratara de un sofisticado guión de novela de suspenso, pero los que perdieron su patrimonio material o algún familiar cercano, sintieron más que una historia de suspenso, vivieron una auténtica historia de terror indescriptible. Se erizan los vellos sólo de pensar en la escena que sufrieron muchos, la impotencia de ver que toneladas de escombro caen encima de tu padre, madre, hermano o hijo, incluso sobre tí mismo.

Desde el horizonte de la mera estadística, no se tiene la misma perspectiva que desde la cercanía del sonido y el temblor de una tierra, que se estremece y gime como un monstruo que despierta de un letargo prolongado. Así mismo puedo asegurar que la percepción de esta tragedia, por parte de una persona que vio las imágenes a través del televisor nunca será igual a la de alguien que estuvo ahí en ese preciso instante (7:19 de la mañana) pisando ese suelo que se estremecía como una alfombra que se jala y se sacude al mismo tiempo.

La historia del terremoto de la Ciudad de México, tiene muchas lecturas. Un fenómeno de esas dimensiones, evidentemente dejó profundas huellas en la memoria de la gran ciudad, sacudida desde las entrañas de la tierra. El de 1985, fue un mortífero sismo que superó todas las expectativas, al alcanzar los 8.1 grados en la escala de Richter, además de ser mayormente poderoso y letal porque combinó el movimiento oscilatorio (de un lado a otro) con el trepidatorio (de arriba hacia abajo) por esa razón superó en poderío y fuerza destructiva al que ocurrió en el año de 1957, llamado “Terremoto del Ángel” porque fue el “Ángel de la Independencia”, diseñado por el arquitecto nayarita Antonio Rivas Mercado, una de las edificaciones que se vinieron abajo.

La desgracia del año 1985, que parecía no iba a superarse, puso al descubierto muchas situaciones delicadas del México social y político de aquellos años. Por un lado, desnudó la deficiencia en la calidad de las construcciones, indudablemente relacionada con la corrupción, la mala planeación y los turbios manejos en la autorización de los permisos y contratos respectivos, así como la carencia de reglamentos de construcción que exigieran las especificaciones técnicas adecuadas. No se puede explicar de otra manera, que muchos inmuebles antiguos aguantaron a pie firme y la mayoría de edificios que se derrumbaron eran principalmente escuelas y hospitales de reciente construcción. Por supuesto que entonces, como a la fecha, no fueron castigados los culpables de la destrucción de las escuelas y la muerte de los escolares. El número de muertes aún a estas fechas sigue siendo incierto, ya que el gobierno federal, bajo la administración de Miguel De la Madrid Hurtado, desde el principio censuró la información y cuando al fin se dieron cifras se manejaron entre 6,000 y 7,000 mientras que otras fuentes señalaban los 10,000 decesos.

Sería imposible citar tantos datos acerca de esta tragedia, muertos, heridos, estructuras derrumbadas, hospitales, escuelas, hoteles, multifamiliares, entre tantos otros daños. El gobierno no estaba preparado para enfrentar una contingencia de ese tamaño, lo cual fue muy evidente por el tiempo en que tardó en iniciar sus operativos para brindar apoyo a la población. En contraparte, la sociedad civil dio muestras de la grandeza de su espíritu y se organizó de la mejor manera iniciando labores de rescate, traslado de heridos a los hospitales y la penosa tarea de acumular cadáveres en un conocido estadio de beisbol.  Las cifras ya están más que dadas y vistas, así que es preferible dejar de lado la estadística, para comentarles lo que vi aquel aciago día en que me encontraba ya en mi oficina. Entré cinco minutos antes de las siete de la mañana, empecé a preparar mis papeles para salir a la calle, solo habían pasado algunos minutos cuando de pronto empezó a moverse el edificio que afortunadamente sólo era de dos pisos, en la parte alta de un mercado público. Había dado inicio aquel infierno, fueron dos minutos que parecieron horas. Sin duda es una historia triste, las calles olían a humo, a polvo, a sangre, a muerte. En los primeros momentos no alcancé a ver la magnitud del suceso, pero a medida que me fui acercando a las partes más céntricas, el espectáculo se fue tornando dantesco. Se percibía el dolor de la gente por todos lados, la tristeza se respiraba en cada rincón, la consternación, la confusión, la angustia y el llanto; edificios muy conocidos, famosos, importantes, hechos polvo, había soldados en las calles evitando la rapiña. La réplica del día siguiente provocó la sicosis, todos nos salimos a las calles al sentir que la tierra se estremecía de nuevo. Varios países brindaron ayuda humanitaria, ésta tardó en llegar y no fue bien distribuida, no faltaron los funcionarios vivales que se aprovecharon de la situación, policías y soldados, buenos y malos, pero siempre una sociedad civil generosa ayudando a sus semejantes. Fue una situación que no se olvidará nunca, habría mucho que decir aún. En mi caso, si no me hubieran cambiado temporalmente a una sede delegacional, quizá no estaría escribiendo esta historia, ya que el edificio donde estaba unas semanas antes, fue uno de los que se vinieron abajo.

Mexicanos desconocidos, hombres y mujeres que surgían de todas partes, formábamos brigadas para ayudar en lo que se pudiera. Se estaba dando una vez más en México el milagro de la solidaridad. No cabe duda que en los momentos en que más se necesita, aparece la grandeza de un pueblo fuerte, digno y solidario. ¡VIVA MÉXICO!. COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com

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