domingo, 8 de septiembre de 2013

El Sapito Golf Golf Golf

Por: José Manuel Elizondo Cuevas.

En el charco principal de un hermoso valle pletórico de humedad, verdes pastizales y cromáticos paisajes,  habitaba una familia de robustos sapos de la variedad toro, de la que no menciono su nombre científico porque es prácticamente impronunciable. Lo dejaremos en que se componía de papá sapo, mamá sapo y el sapito golf golf golf, un grupo familiar que era muy bien visto por aquella sociedad zoológica.

La vida en aquel inmenso charco era de lo más cotidiano del mundo. Las libélulas revoloteaban con una suavidad digna de una pequeña pluma arrastrada por la brisa tropical. Las lombrices se arrastraban lentamente sobre la orilla ondulando de rítmica manera su alargado y húmedo cuerpo. Las moscas y moscones dibujaban intempestivos virajes en osados vuelos de órbitas irregulares, dándole con sus repetitivos zumbidos un ambiente festivo al lugar. Muchos insectos, pequeños roedores, mariposas y algunos mamíferos de mediano tamaño que habitaban refugios cercanos al estanque le proporcionaban color y sonido al paisaje.

El sapito golf golf golf fue educado por sus padres para ser un gran líder y tal parece que todo iba resultando a pedir de boca ya que éste se encargaba de dirigir muchas maniobras para la colectividad del paraje. Era un excelente coordinador de las actividades que aquella comunidad organizaba para su supervivencia y bienestar. Por sus conocimientos de topografía, construcción y aguas, llegó a ser jefe de una brigada de castores en la conservación de la represa que alimentaba a perpetuidad la preciada cuenca hidrológica.

El famoso sapito golf (para no repetir tantos golfs) con su buena dinámica y bonachona apariencia, fue creando una buena reputación entre la comunidad de aquella área del viejo bosque, el “Gran Charco”, lugar donde los animales se concentraban, que no era otra cosa que un estanque donde se vertían las últimas aguas de un riachuelo de mediano volumen, que justo ahí perdía fuerza su caudal y llegaba apacible a surtir de agua fresca ese hermoso y bullicioso lugar.

Este simpático sapito gordo, era muy querido por los habitantes de aquellos lares, había logrado buena fama de trabajador, noble, leal y honesto. Así empezó a escalar posiciones en la compleja estructura política del bosque, iniciando como ayudante de las nutrias en las brigadas acuáticas de construcción y rehabilitación de diques y represas, hasta llegar a dirigir el sistema de distribución de agua llovediza y la gran comisión de aguas generales del río. Pero el sueño dorado del sapito era primero llegar a ser el jefe del Gran Charco y quizá algún día, ser el rey del bosque. Había que ir por partes y así lo entendió el sapito, de manera que para lograr sus anhelados objetivos tenía que ponerse en marcha de inmediato.

Para alcanzar su primera meta, ser el jefe del Gran Charco, necesitaba la ayuda de los personajes que gozaban de las simpatías de todos los sectores de la diversificada zona lacustre. Había muchos grupos, unos pequeños como los armadillos que solo sumaban una docena y otros inmensos como las abejas de panza rayada que fácilmente superaban los diez mil. Así pues nuestro craso sapito inició la aventura de convencer a los líderes para conseguir sus votos en la próxima convención de votantes del Gran Charco que comprendía la zona del estanque y la periferia de éste.

Inició su gran campaña y sitio por sitio fue consiguiendo la adhesión de muchos distinguidos vecinos del estanque. Se le unieron primero los armadillos, enseguida las lombrices, las moscas verdes, las libélulas y hasta el final el tremendo contingente de las trabajadoras abejas.

El sapito, aprovechando su ronca y autoritaria voz, brindaba buenos discursos a los asistentes a sus mítines, les prometía alimento y miles de cosas, haciendo soñar a todos con un mundo mejor, incluso aprovechaba para llamarle “mamá” a la abeja reina, la gran jefa de las abejas trabajadoras del bosque que lo acompañaba en sus giras proselitistas.

La historia siguió su curso, el rechoncho sapito obtuvo su triunfo electoral. Por fin era ya el jefe del Gran Charco y ahora sólo quedaba cumplir las promesas a todos los que le dieron su apoyo incondicional. Pero ésta no es una historia con final feliz. El rollizo sapito se transformó, no se si por beber la peligrosa copa del poder o porque ya era un bobo (perdón un lobo) con piel de oveja. Aquel sapito gracioso se convirtió en un tirano cruel que inició un ataque despiadado en contra de los que ahora trabajaban para él, les privó del alimento y todos los derechos que gozaban desde hace muchos años en el estanque. A excepción de los miembros de su anura familia y a unos cuántos de sus ayudantes, a quienes les dio una auténtica vida de rey, al resto de los habitantes del Gran Charco, paradójicamente les dio una “vida de perros”.

Ante la horripilante traición perpetrada por el sapo mentiroso y cínico, ante su reiterada negativa de gobernar con justicia y equidad, se empezaron a rebelar los habitantes del estanque. Era impresionante ver las miles y miles de abejas de panza rayada que se manifestaron en su contra pidiendo su destitución. Zumbidos, graznidos, bufidos, silbidos, mugidos, todos en el mismo sentido, expulsar del querido charco a ese sapo repugnante que traicionó y atacó a la abeja reina y todos los hermanos del bosque que le habían tendido la mano. El poder del sapo se tambalea ante el embate de la unida hermandad del charco que no cejará en su intento por desterrar a ese miserable y malagradecido bicho, que más tarde o más temprano, pagará cara su traición.

Moraleja del cuento: “Nunca se debe confiar al 100 de las promesas”. Mientras tanto quizá algunos recuerden la bella poesía infantil que decía en uno de sus versos: “Nadie sabe donde vive, nadie en la casa lo vio, pero todos escuchamos, al sapito: Golf..Golf..Golf”. y colorín, colorado…


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