martes, 26 de noviembre de 2013
Un Recuerdo de la Revolución
José Manuel Elizondo Cuevas / Periodismo Nayarita
Los últimos destellos de
aquella tarde fría y ventosa parecían vencerse ante el empuje inexorable de una
noche que amenazaba ser de las más largas y oscuras de esa temporada.
Don Hipólito Mendoza,
casi echaba en mi cara el humo del cigarro de hoja que succionaba con cierta
emoción o quizá con algo de desesperación. Ya después me diría que su
proximidad era porque apenas si distinguía mi cara y quería al menos ver la
silueta de la persona a la que le contaba aquellas viejas historias de los años
de la revolución.
De verdad que se sentía
un viento que parecía cortar la piel de nuestros rostros a pesar de que
pernoctábamos en una ruinosa choza que habitaban Don Hipólito, de 98 años, su
señora esposa Doña Pachita de 92 y su hijo Odilón de 48 que no se encontraba
ahí, porque en esa temporada bajaba de la sierra a trabajar a la costa y
regresaba después de unos meses con un poco de dinero y algunos víveres que les
permitían a los tres pasar una temporadita sin “morirse de hambre” como decía
aquel singular personaje.
El café de olla
calientito sabía a gloria. Era sin azúcar porque no tenían en casa. Mucho menos
piloncillo, el dulce que a veces acostumbraban ponerle. Al final de cuentas es
mejor, así hace menos daño decía Don Hipólito con una sonrisa maliciosa que
insinuaba que en verdad no era la causa por la que estábamos tomando café amargo,
la única razón era que no tenían para comprarlo.
El nombre del poblado ni
para que comentarlo, al fin y al cabo en la sierra hay muchos de estos
pueblitos fantasmas donde la pobreza campea como reina absoluta. Si
conociéramos un poco la parte serrana de nuestro estado nos encontraríamos con
que existen cientos de Hipolitos y Pachitas en muchos de esos pueblos olvidados
de la revolución.
Un huacal o guacal, caja
de madera en la que se empacan las frutas, una vez cubierta con un trapo de
manta, hacía las veces de comedor mismo que se completaba con unas latas
“alcoholeras” como sillas. La situación se tornó de lujo cuando de pronto
aparecieron sendos platos de frijolitos caldosos muy calientitos en cuya superficie
se apreciaban unos trocitos de cebolla morada y al lado un chile verde de
tamaño mediano que invitaba a pegarle una buena mordida para darle “sabor al
caldo” como reza el popular refrán.
Es realmente
impresionante la esplendidez de aquellas personas que, no obstante su precaria
economía familiar, hacen verdaderos milagros para brindarte una hospitalidad
digna de un diplomático. Al menos así me hicieron sentir en aquel día en que
por azares del destino me dieron abrigo en su humilde morada en mi visita tan
fugaz como circunstancial.
La razón por la que
recuerdo esta anécdota, tiene que ver por un lado con las historias de la
revolución que me platicaba tanto ese viejecito como otros personajes de otros
poblados, que por cierto algunas veces pienso que no se si se llegan a parecer
tanto entre sí o yo confecciono sus peculiaridades y diferencias como producto
de la parte surrealista de mi propia imaginación, y por el otro lado que justo
el día en que escribo esta reflexión se cumplen 103 años del inicio de una
revolución mexicana que desde mi punto de vista sigue y seguirá inconclusa en
tanto persistan las causas que la originaron.
Recordar a personas como
Don Hipólito y tantos hombres que sufrieron en sí mismos o en sus familias las
consecuencias pero no los beneficios de un conflicto armado que pretendía, al
menos en teoría, desmantelar las iniquidades de un poder político y económico centralizado
en unas cuantas manos. Más de un millón de mexicanos masacrados en aras de la
posibilidad de obtener un pedazo de patria donde se pudiera sembrar la
esperanza de una mejor condición de vida. Familias enteras destruidas en el intento
por recuperar las tierras que les fueron arrebatadas a los campesinos con
argucias legaloides y económicas, el afán de terminar la dictadura política que
mantenía en la miseria a los obreros a causa de una feroz explotación de sus
derechos y su trabajo, el escandaloso enriquecimiento de una burguesía que
contaba con todos los privilegios políticos y económicos mientras que las
clases marginadas casi morían de hambre, la corrupción, el saqueo de los
recursos naturales de la nación, la escasez de políticos comprometidos con los
intereses del pueblo y otros factores que si se dan cuenta poco han cambiado a
pesar de esa epopeya bélica y no obstante haber transcurrido más de un siglo de
ella. Las cuentas siguen pendientes, las condiciones objetivas y subjetivas
siguen presentes.
Regresando a lo alto de
la sierra, les comento que se siente una tristeza muy grande y una enorme
impotencia no poder hacer nada para mejorar las condiciones que aquel
matrimonio al que la revolución les arrancó de su lado a varios miembros de su
familia y sin embargo el único pago a ese sacrificio es el embate constante de
una pobreza lacerante que también le arrebató a dos hijos, mayores que Odilón,
que fallecieron en diferentes eventos por falta de atención médica.
Los rostros cetrinos de
aquellos viejecitos golpeados por la miseria, las penas y el abandono,
reflejaban una extraña combinación de angustia y esperanza. La angustia es por
la incertidumbre de su presente y futuro y la esperanza de que regrese pronto
Odilón con su itacate cargado de comestibles y nuevas ilusiones.
De pronto me quedaba
viendo fijamente la piel enjuta de Don Hipólito y me parecía que sus múltiples
y marcadas arrugas me dejaban leer con toda claridad el paso de los años, como
se hace con las cortezas de los árboles, pero también podía apreciar a plenitud
el sufrimiento y la decepción que le ha causado ver que la revolución mexicana,
así en minúsculas, sigue siendo una asignatura pendiente.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO – LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA- COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL
CORREO: elizondojm@hotmail.com .-MIEMBRO
ACTIVO FRECONAY, A. C.
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