jueves, 30 de julio de 2015

¿Quién rechaza a los estudiantes?


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita



¿Quién rechaza a los estudiantes?



Se avecinan días de descanso y reflexión. El descanso más que merecido por los esfuerzos personales realizados en las diferentes actividades que llevo a cabo, que no son pocas. Entre cosas profesionales o laborales, de capacitación, periodísticas, honorarias, sociales y familiares, se van las horas del día como un suspiro y sólo quedan pequeños espacios de la noche para lo demás, medio dormir y medio descansar.

Así que es muy prometedor el relajamiento del que se espera siempre el mayor de los provechos. En ese tenor las cosas, pensaba en lo que se avecina en un futuro que ya tiene cara de presente. Un ejemplo de ello es el ingreso del menor de mis hijos a la universidad.

En esas cavilaciones andaba, haciendo adecuaciones de tiempo, circunstancias de organización familiar, cálculo de nuevos presupuestos que incluyen alimentación, traslados, ropa, libros, inscripciones y un cúmulo de gastos accesorios a la nueva etapa estudiantil. Miraba mis bolsillos con tristeza y mi cuenta de ahorros con lástima. Después de mis concienzudos cálculos llegaba a la conclusión de que será algo difícil hacer frente a estos retos económicos, pero también pensaba que el sólo hecho de que mi hijo lograra obtener un lugar en la licenciatura que escogió pues bien valía la pena cualquier sacrificio.

De este último pensamiento derivó la inquietud que me motiva a escribir este artículo, voltear tu vista atrás y ponerte en el lugar de los aspirantes que no pudieron conseguirlo. Cómo será el panorama para ellos, para los jóvenes y sus familias, después de ver que no aparecen sus nombres (ahora número de ficha) en las esperadas listas de aceptados por la universidad. Escudriñar qué opciones quedan en el reducido catálogo de oportunidades académicas, refiriéndome preferencialmente a las instituciones públicas locales, en el entendido que éstas conforman el más accesible de los modelos, cuando digo accesible estoy pensando en la viabilidad económica, considerando que un gran porcentaje de familias nayaritas padecemos las penurias de una economía deprimente.

Si mi situación es motivo de preocupación, porque tendremos muchos gastos por tener un hijo en una universidad pública, no quiero ni pensar lo que tendrán que hacer muchas familias si, como último recurso, tuvieran que inscribir a su hijo(a) en una universidad privada en la que, además de erogar el costo de inscripción, se tiene que pagar una colegiatura mensual con un monto superior a los 1500 pesos. Ni siquiera quiero pensar la carga económica que esto significa para una familia de bajos recursos (que cada vez somos más).

El problema es un asunto de cobertura. El símil anterior no es más un ejemplo elemental de los miles de casos concretos que en este preciso momento están en un estado de ansiedad y angustia. Desafortunadamente es un problema que se viene arrastrando desde hace muchos años, es un asunto histórico, estructural. De manera general se puede decir que tiene que ver con el poderoso avance demográfico de nuestro país, sobre todo en el intenso predominio estadístico de los jóvenes, al grado que es actualmente cuando hay más jóvenes (entre 10 y 24 años) que en ninguna etapa anterior de la historia universal. Es evidente que esta preponderancia en el ranking poblacional por parte de la juventud no tiene una contraparte en la ecuación institucional de la oferta educativa contra la demanda de espacios para la educación profesional.

El asunto es más que dramático, verdaderamente espeluznante. Sus estadísticas, además de difíciles de ilustrar, son muy dolorosas. Para este propósito basta mencionar algunos datos muy generales. Por ejemplo, según el Censo Nacional de Población y Vivienda, 2010, en nuestro país habitaban casi dos millones (1,948,965) de jóvenes, hombres y mujeres, entre 18 y 24 años de edad de los cuales el 71.9 por ciento se quedarían sin la oportunidad de asistir a la universidad, es decir 1,401,020 se quedarían fuera y sólo 547,945 estarían dentro.  

Si bajamos al nivel de instituciones, es obvio que tendríamos que iniciar por la UNAM, que hoy por hoy es la máxima casa de estudios de nuestro país. Los datos que aquí se dan no son más benignos que los anteriores. La UNAM tiene un proceso de selección en dos rondas. Para dar una idea de la situación, les daré los datos de ambos exámenes. En el primer certamen participaron 128 mil 519 aspirantes a las más de 100 carreras que tiene esta universidad, de ellos fueron aceptados 11 mil 490, que equivale al 8.9 por ciento, mientras que en la segunda vuelta, de un total de 60 mil 254 aspirantes sólo fueron aceptados 6 mil 893, es decir el 11.4 por ciento del total, en pocas palabras si sumamos las cifras de ambos intentos, quedaron fuera el 90.3 por ciento de aspirantes.

Similar situación ocurre en el IPN y en la mayoría de las universidades del país. La Universidad Autónoma de Nayarit (UAN) no es la excepción, aunque si se comparan las cifras con las de la UNAM y el IPN se puede decir que la situación es menos grave, al menos al nivel de números, ya que el porcentaje aproximado de alumnos rechazados para el ciclo 2015-2016, sería del 60 por ciento.

Este asunto es por demás interesante y profundo, ya que se pueden encontrar muchas aristas, pero en esencia, desde mi punto de vista, tiene una relación directa con la poca importancia que los gobiernos federales le han dado al rubro de la educación en general y a la profesional en particular. Históricamente se ha escatimado la inversión de recursos presupuestales a este sector que, aunque intenten ignorarlo, es la piedra filosofal del desarrollo integral de una sociedad. Una sociedad preparada, educada, es una sociedad libre, y justamente es lo que no quieren los que representan los intereses de la oligarquía. Ellos quieren ver al pueblo siempre ignorante para que no se dé cuenta de los atropellos que cometen en nombre de la democracia. A los gobernantes les interesa más invertir en el culto de su imagen, en publicidades amañadas que sólo confunden a la gente y en obras que nada tienen que ver con sus necesidades.

En fin, ese es el panorama de la educación en nuestro país, y en particular de los famosos "rechazados". No me gusta usar esta palabra para aludir a quienes se han quedado sin la oportunidad de asistir a las universidades públicas, aunque hay que reconocer que de aplicarse el término, tendría que subrayarse que no son rechazados por la universidad sino por el mismísimo sistema político neoliberal.

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