JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita
"Fiestas patrias"
En los
momentos en que me siento a escribir estas líneas, los asuntos que más están en
boga son los que se refieren a los festejos patrios. Por supuesto que hay
muchos otros de gran importancia, sobre todo los que tienen que ver con las
cuestiones políticas, que es el tema que mayores sorpresas y material aporta al
género periodístico de la opinión y esto también tiene algo de eso.
Cuando
me refería a las fiestas patrias no pensaba en lo emotivo que antaño me resultaba
evocar, con cierta inocencia, las fantásticas peripecias de guerra y los
emotivos pasajes llenos de intriga de la conspiración libertaria. Lo que tenía
en mente era comentar la actual polémica generada en torno a la asistencia a la
ceremonia del grito, tanto en el zócalo de la capital de la república y en el
palacio de gobierno de Tepic, como en cada uno de los lugares en que se lleva a
cabo. Para estar en condiciones de emitir una opinión objetiva, me parece
necesario explicar lo que significa para mí este tema.
Siempre
había visto esta ceremonia como algo bonito, familiar, festivo y patriótico. Me
parecía la ocasión propicia para sentir la alegría y el orgullo de mi
mexicanidad. Cuando yo era un infante, me gustaba acompañar a mis padres para
compartir con ellos la música y la algarabía de mi pueblo en esa noche. Era un
momento en el que se respiraba todavía el respeto y la solemnidad. Además de
todo eso, creo que las personas nos reuníamos para demostrar la unión y el
apoyo a la persona que representaba el poder del pueblo, el presidente
municipal o el gobernador del estado, según fuera el caso. Entonces se puede
decir que en la misma ceremonia del grito, además de aclamar a los héroes de la
insurgencia, se reconocía con vítores el trabajo que estaba haciendo el gobernante
en turno.
Es aquí
donde se explica que mucha gente no quiera ir a la ceremonia del grito, porque
no quieren vitorear ni a Peña Nieto ni a Roberto Sandoval, y la razón en ambos
casos es la misma, precisamente porque no están nada satisfechos del trabajo
que están haciendo en el ejecutivo federal y el estatal, respectivamente. Los ciudadanos
encontramos pocas oportunidades de manifestar las inconformidades que tenemos
acerca del funcionamiento de los gobiernos, pocas opciones para protestar por
la corrupción, la impunidad y muchas otras cosas negativas que se tienen que enfrentar
en la realidad cotidiana. Por esa razón, una gran manera de demostrar la
animadversión hacia un gobernante es dándole la espalda, demostrándolo a través
del rechazo popular en actos de esta naturaleza.
La
contraparte de los gobiernos sigue siendo el acarreo de personas que por
necesidad, por intimidación o por ignorancia, se prestan a llenar las plazas en
estos eventos. Por necesidad, cuando asisten por un paquete que consiste
generalmente en algo de comida y dinero, por intimidación porque a veces son
los patrones quienes obligan a sus empleados y por ignorancia aquellos que
creen que de verdad hay mucho que festejar.
Desafortunadamente
mi opinión no tendrá en esta ocasión la categoría de oportuna, ya que me acabo
de dar cuenta que podrá ser leída hasta después del día del grito, así que en
desagravio intentaré que sea suficientemente útil para motivar la reflexión de
mis amables lectores.
Sabemos
perfectamente que la táctica más socorrida para atraer multitudes a esos
festejos, además de los mencionados, es la explotación del morbo y las ganas de
parrandear que tenemos los mexicanos, por eso nos ofrecen espectáculos
artísticos que exacerban una alegría artificial, muchas veces inducida por los
vapores etílicos de las excesivas cantidades de licor consumidas que sacan a
flote el falso patriotismo de muchas
personas. Tal es el caso en el DF, que con un concierto de la Arrolladora (ahora
“Acarreadora”) Banda El Limón, y toda una pléyade de estrellas que la empresa
Tele Risa, pondrá a la orden de la presidencia de la república, intentarán
contrarrestar la tendencia popular de no asistir a la ceremonia del grito.
Lo
mismo sucederá seguramente en Tepic y en cada rincón donde se celebre este acto
que cada vez más pierde su popularidad o mejor dicho su credibilidad. En parte
porque la independencia, como sinónimo de libertad y autodeterminación, está
quedando cada vez más lejos del alcance del pueblo. La palabra independencia
pierde su esencia, ya que su significado es precisamente libertad y
paradójicamente eso es algo que cada vez existe menos, al grado que ya hasta
intentan acabar con la libertad de expresión aquí en nuestro estado de Nayarit
mediante la “ley mordaza” que propuso el gobernador actual al congreso local.
Sigo
pensando que la independencia de nuestro país no pasa de ser un mito más. Si
bien es cierto que jurídicamente es un país independiente, porque existen las
actas y protocolos que lo certifican, en la vida real y en el entorno mundial
no tenemos tal calidad. No tenemos independencia económica, nuestras políticas
financieras siguen emanando del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial, no tenemos independencia o autosuficiencia alimentaria ya que gran
parte de los granos básicos de la alimentación mexicana se tienen que importar,
cómo es el caso del maíz que, no obstante ser nuestro país la cuna de este
grano, actualmente se tiene que comprar en el extranjero más de la tercera
parte del consumo. En donde está nuestra independencia si la deuda externa
bruta sigue aumentando, decimos que somos independientes mientras
aproximadamente el 80 % de los insumos de la industria nacional proviene del
extranjero.
Los
invito a reflexionar acerca de que tan real es nuestra independencia. Si dependemos
en tantos aspectos del exterior, si los inversionistas extranjeros se llevan
las grandes utilidades y aquí sólo ofrecen empleos mediocres, mal pagados, si
se están privatizando todos nuestros recursos, petróleo, playas, minerales,
zonas naturales reservadas. Dejemos ya de pensar en la independencia como una
novela histórica de televisa, como pasajes novelados en los que siempre triunfa
el bien sobre el mal.
Antes
el dominio sobre nuestro país provenía de la fuerza colonialista hoy en día el
dominio es a través de la televisión, impulsando la ignorancia.
Dejemos
de ver el valor de nuestra independencia a través de actos dizques patrióticos
como el grito. El valor de nuestra libertad nada tiene que ver con discursos de
balcón, con inservibles peroratas que un individuo medio beodo les receta a una
paciente multitud. Dejemos de identificar nuestro fervor patriótico con una
noche de copas, sopes y pozole. Dejemos de creer que nuestro patriotismo se
expresa con gritos bravíos, juegos pirotécnicos y una juerga interminable.
Nuestro
patriotismo tiene mucho más que ver con nuestra actitud y productividad, más
con el respeto a nuestros valores esenciales y sobre todo a nosotros mismos,
como individuos y como sociedad. Ser patriota no significa gritar sandeces y
ofender “sin ton ni son”, sino luchar por tus derechos con gallardía,
inteligencia y valor. Finalmente en este momento no sé qué vaya a pasar, si la
gente irá o no a festejar el grito de “independencia”. Pero pase lo que pase,
espero que estas líneas coadyuven a que se pueda entender un poco mejor este
concepto.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@h
otmail.com .- MIEMBRO ACTIVO
FRECONAY, A.C.