JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita
"Graduación y reflexión"
Este no
era un sábado cualquiera, era un día especial para la familia. Asistíamos al
acto académico en el que el más pequeño de mis hijos se graduaba del nivel
bachillerato. Con la puntualidad acostumbrada estábamos haciendo fila para
entrar al teatro. Se percibía un sordo murmullo compuesto de las voces de
padres e hijos presurosos, maestros al pendiente de sus grupos, chicas que se
acicalan nerviosas y un gran número de vendedores de flores y otros detalles
para el recuerdo.
Todo
bajo control, los tiempos calculados y las necesidades cubiertas. Estamos ya
cómodamente instalados en la zona media del teatro. Las cámaras preparadas con
la idea de llevarnos un buen recuerdo de ese día que marcaba el feliz término
de una etapa y el promisorio inicio de otra. Ya no era cómo en los tiempos idos
en los que aquel chiquitín inundaba de ternura nuestros corazones. Aquellas
ocasiones en las que con sus graciosas participaciones en cantos y bailes nos
hacía reír llorando de felicidad. Hoy un jovencito casi mayor de edad, con ideas
y conceptos diferentes de la vida y los retos modernos, aunque el orgullo sigue
siendo el mismo.
Estos
eventos me invitan invariablemente a la reflexión. Siempre es gratificante ver
una gran multitud de familias unidas en torno a un propósito común. Más cuando
este propósito es festejar la consecución de una meta, el cumplimiento de un
objetivo. El protocolo solemne, los mensajes motivadores, el denso silencio.
Todo de acuerdo con las expectativas de un evento de esta naturaleza. De pronto
se rompe el encanto como cuando escuchas música de tu agrado y alguien jala de
manera imprevista el brazo de la tornamesa y se escucha su rechinido
característico, cómo si algo se rasgara. Así más o menos quiero ejemplificar la
sensación que tuve en ese momento ante la situación que les comento a
continuación.
Yo
recuerdo que desde que era un niño (hace muchos años antes de Cristo) estar
ante la bandera era un momento conmovedor. Cantar el himno nacional era un
instante solemne en el que las notas más que de la garganta salían del corazón.
Supongo que este respeto y esta fascinación tienen que ver con lo que mis
maestros y mis padres me inculcaron.
NI
pensar que yo siguiera sentado cuando se trataba de hacer los honores a la
bandera o que estuviera contestando un mensaje de "Whatsaap" mientras
se cantaba el himno nacional como lo hizo un hombre que estaba arrellanado en
el asiento situado delante del mío. Ni siquiera puedo imaginar que mi hijo
estuviera tirado sobre la escalinata del teatro, con un aparatito de esos para
jugar videos, mientras se llevaban a cabo los honores al lábaro patrio.
Todo
eso y más sucedió durante los momentos ceremoniosos y durante todo el acto. Un
niño travieso que iba y venía, que no sólo jugaba sino que hablaba y hablaba,
sin respetar el silencio de los asistentes. Mala suerte la nuestra que nos
tocara de vecino, y aún más que en la fila de atrás se encontrara otro
espécimen igual. Aún peor fue el hecho que se conocieran e hicieran equipo. Un
auténtico fastidio para los asistentes que fuimos vecinos de estos niños
calamitosos. De vez en vez emitíamos un apremiante ¡Chhhhhhhh! con la esperanza
de llamar la atención no tanto de los niños sino de los desconsiderados padres
que se hacían los disimulados. Ni siquiera los controlaron cuando recibieron
varias llamadas de atención por parte del personal del teatro. Al contrario,
les permitieron jugar con dardos que volaban entre nuestras cabezas.
Nada de
eso impidió que nosotros, y creo que la mayoría de las personas, disfrutáramos
la esencia del evento y que consiguiéramos el objetivo de apoyar a nuestros
respetivos graduados. Pero me quedó el gusanito de la reflexión, me quedé
pensando si este pequeño detalle no es una de las cosas que al paso del tiempo
se convierten en factores que fomentan la apatía y el "valemadrismo"
de la ciudadanía. Me preguntaba si no es esa dejadez de los padres lo que hace
que los niños se alejen de los rumbos deseados. Si no es esa indolencia la que
incuba la falta de respeto por las cosas que representan los paradigmas de la
convivencia social y el amor a la patria. Me preguntaba si no es este tipo de
padres los que aportan grandes posibilidades de que en el futuro sus hijos sean
más problemas que soluciones.
No sé
si me haya vuelto más gruñón con los años, pero cada vez soporto menos este
tipo de cosas. Paso de la tristeza al coraje cuando veo detalles de esta
naturaleza. Claro que mi sentido común, esa cosa que te dice lo que está bien y
lo que no, me previene que tenga cuidado y no lo tome tan a pecho por mi propia
salud. Pero no es tan fácil ver sin inmutarte todas las cosas que suceden en el
día a día. Conductores que se pasan los altos, que manejan hablando por
celular, que se meten en sentido contrario, niños, jóvenes y adultos que no
ceden su asiento a la dama o al anciano, personas que tiran la basura a través
de la ventanilla del coche, gobiernos que no respetan a sus trabajadores,
trabajadores que no apoyan a sus sindicatos, políticos que engañan a sus
electores, feligreses que toman café y contestan mensajes de texto en la misa, empresarios
que explotan a sus empleados, ciudadanos que no respetan el medio ambiente,
expoliadores que agotan la riqueza nacional, asaltantes y secuestradores que
asesinan, y una larga y vergonzosa lista más. No será que de alguna manera u
otra todas estas enfermedades sociales tienen su origen en esos "pequeños
detalles". No será que muchas de ellas pudieran evitarse con un buen jalón
a tiempo. No será que muchas de esas escorias serían buenos ciudadanos si sus
padres les hubiesen enseñado a tiempo lo que es el respeto por los demás.
No lo
sé a ciencia cierta, pero soy un convencido de que mucho de eso depende de
nosotros los padres de familia. No debemos minimizar el poderoso efecto del
consejo, el regaño y el ejemplo. Creo firmemente que en nuestras manos los
hijos son una buena arcilla que se puede moldear o la hoja en blanco en la que
se puede escribir la mejor historia de vida. Quizá sólo parezcan frases pero,
para mí no existen frases buenas o malas, para mí una frase sólo son palabras hasta
que la llenas de hechos, tus hechos. Son guiones que sirven para apoyar tus
acciones.
En fin,
lo que pude comprobar es que un acto académico, entre otras cosas, sirve para
que puedas reflexionar, sacar conclusiones y compartirlas con los amables
lectores. El lado positivo es, que la inmensa mayoría de los niños,
adolescentes y jóvenes que culminaron una etapa más (entre ellos mi hijo
adorado Edson Geovanni) tienen bien puesta su mirada en un horizonte promisorio
y siguen en busca de sus sueños. Felicidades a quienes se graduaron en este
ciclo escolar.
RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA
PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C