SAÚL ARMANDO LLAMAS LÓPEZ / Periodismo Nayarita
Guadalajara,
Jal.- Cuenta la leyenda que, hace ya muchos
siglos, antes de la llegada de los conquistadores, nuestro Valle de Matatipac,
era habitado por diferentes pueblos gobernados por el Rey Trigomil. Este Rey,
ejercía su gobierno con mucho cuidado e impartía la justicia con sobrada
nobleza. Tenía una hija muy bella, delgada, morena y de grandes ojos negros,
que hacían juego con su gran cabellera lacia. Era tal su hermosura, que de
distantes reinos venían a conocerla y solicitaban su mano.
La princesa tenía por nombre Mololoa, y sabedora de los motivos de las personas que la visitaban, había solicitado a su padre que le permitiera a ella escoger a su prometido.
Paso
el tiempo, y un día conoció a Tépetl. Tépetl era un joven guerrero de nobles
sentimientos y aguda inteligencia. Junto a la Princesa Mololoa pasaba todas las
tardes platicando y compartiendo sus sueños y sentimientos e intercambiaban
ideas sobre su próximo enlace. Un día, llegó hasta el Rey Trigomil un guerrero
corpulento y de recia presencia. Su nombre: Sangangüey. Solicito se le
permitiera ver a la princesa y el rey concedió la petición.
Mololoa al
escuchar del guerrero sus motivos, le explicó que no podía corresponder a sus
sentimientos y por lo tanto, tampoco le iba a recibir los regalos que le
ofrecía. Sangangüey respondió a la princesa que aun contra su voluntad sería su
esposa, así tuviera que matar. Ella guardo silencio y recordó lo que se hablaba
del soberbio guerrero y como era odiado en muchos pueblos por cruel e
irrespetuoso de la voluntad de las personas y que se le temía porque tenía
poderes sobrenaturales. La princesa Mololoa le pidió se retirase de su
presencia.
Al
tiempo, se corrió la voz de que la princesa Mololoa y Tépetl unirían sus vidas.
Sangangüey al saber esto, exploto en rabia y jurando que impediría la boda
grito que la princesa sería suya y que mataría a Tépetl. Fue tanta la rabia y
tan fuerte el grito, que hizo temblar a la propia tierra. Y una mañana, con las
primeras luces del día, Sangangüey entró a las recamaras de la
princesa y la raptó. Al enterarse de este suceso, Tépetl inmediatamente salió a
buscar a su amada y a derrotar al terrible Sangangüey. Busco por muchos sitios
y por muchos días hasta que los encontró. Les dio alcance y se entablo una
batalla cuerpo a cuerpo entre los dos guerreros.
La
princesa Mololoa logró librarse y huyó internándose en el bosque. Era
tanto su temor y angustia, que se lastimó sus pequeños pies y destrozo sus
ropas. Subió a lo alto de una enorme roca y se sentó, triste y temerosa a ver
desde la distancia, la lucha que libraba su amado. Sangangüey y Tépetl lucharon
sin descanso y con una resistencia extraordinaria. Ambos eran grandes guerreros
y ponían todo su esfuerzo en derrotar a su adversario, pues sabían que como
premio obtendrían a la princesa.
La
furia de Sangangüey era tanta que arrojaba humo por los ojos y fuego por la
boca. Tépetl hábilmente esquivaba los golpes y con sagaz inteligencia, inició a
arrojar con suma rapidez pequeñas piedras a su agresor hasta lograr cubrirlo
completamente. El fuego que salía de la boca de Sangangüey derritió las piedras
y quedó prisionero en una gran montaña compacta. Todo el Valle de Matatipac se
cubrió de humo y de cenizas que arrojaba Sangangüey desde su cerro-prisión;
mientras tanto, Tépetl, buscaba a la princesa Mololoa, pero era tal la lluvia
de cenizas que le impedía ver, por lo que sofocó el fuego lanzando una enorme
roca a la boca de Sangangüey.
Esa
piedra es ahora la que divide en dos el Volcán Sangangüey. Tépetl entonces
formó un monte de piedras y desde lo alto de él observaba todo el valle en
busca de la princesa, mientras que, agónico, Sangangüey hacia su último
esfuerzo para evitar se unieran los enamorados y lanzando una gran bocanada de
fuego, alcanzo a Tépetl y lo fundió en las rocas, que forman lo que hoy
conocemos como el cerro de San Juan.
La
Princesa Mololoa, al observar esta tragedia, comenzó a llorar y sus lágrimas
formaron primero un delgado hilo de agua, pero como nunca paró de llorar poco a
poco ella misma se transformó en un río de cristalinas aguas que atravesaron
todo el Valle de Matatipac, hasta desembocar en las caudalosas aguas del río
Santiago. Hoy, todos los habitantes del Valle de Matatipac, vemos a diario a
los rivales guerreros, convertidos en el Volcán Sangangüey y Cerro de
San Juan, y a la hermosa Princesa Mololoa, que aún sigue llorando,
transformada en un río que ahora lleva su nombre.