Sin
duda que este año que ya ve cercanos sus últimos días fue extraordinario, muy
especial, difícil de olvidar. Un año atípico, extremadamente trágico en muchos
sentidos, que dejará una huella dolorosa en la memoria colectiva de la
humanidad. El inicio y la prolongación exagerada de la pandemia ocasionada por
el coronavirus marcaron un hito en la historia colectiva y en las vidas
personales. El mundo cambió de golpe y esos elementos emergentes nos recordaron
de manera categórica nuestra pequeñez y fragilidad ante la naturaleza
La vida
es sabia y nos mostró con descarada frialdad que somos solo una parte, quizá la
más inestable, del complejo entramado de la biodiversidad. Puso en jaque
nuestra verdadera inteligencia que se refleja en la capacidad de adaptación
ante las circunstancias y el entendimiento de nuestras realidades. También sacó
a flote la polaridad del sentir y el hacer humanos. Por un lado, la solidaridad
y generosidad de ciertos sectores de la población que reaccionaron de manera
positiva y humanitaria en favor de los más desprotegidos; en el tema
humanitario se debe hacer mención aparte y especial a los heroicos ejércitos
del personal del sector salud. Tendré que decir que lamentablemente también
afloró la parte más detestable de muchas personas, la ignorancia y el valemadrismo en torno a la actitud
frente a la responsabilidad de cuidarnos a nosotros mismos y, con ello, cuidar
a los demás. Fuimos reacios y displicentes ante el dolor de la pérdida ajena. Ni
las lágrimas más tristes ni el más profundo desconsuelo en el alma de los que
vieron la muerte reflejada en el rostro de un padre, una madre, un hermano o
cualquier familiar o amigo cercano fueron capaces de estremecer nuestros
corazones y sentir piedad por los demás. Seguimos omisos, descuidados, sin
acatar las medidas sanitarias de protección, viviendo una vida disipada y, a
veces, más desordenada que antes de la pandemia. Fiestas y borracheras sin
control, movilidad peatonal y vehicular exagerada, renuencia al uso responsable
del cubre bocas y otras lindezas que han provocado repuntes en los contagios y
el regreso administrativo a los colores de mayor riesgo en el semáforo
sanitario.
Muchos meses de angustia por el quebranto de la
salud y la lamentable realidad de muchas pérdidas humanas pero también la
inestabilidad social producida por el deterioro económico local, nacional y
mundial que se torna más amenazador que nunca. La pesada carga sicológica del
encierro que a veces exacerba el conflicto o el roce conyugal y lastima la paz
familiar. En ese contexto, buscamos un esperanzador panorama en el horizonte del
nuevo año que está a la vuelta de la esquina. Por tradición, costumbre o
esperanza identificamos la navidad y el año nuevo como oráculos benignos de un
futuro inmediato más prometedor, menos funesto y más amigable. Buscamos en lo
divino con ilusión pero nos tropezamos con lo mundano con cierto desenfado. Es bueno
tener siempre el corazón cargado de ilusiones y optimismo, pero es indispensable
cargar las pilas para ver lo que tenemos enfrente. Ver que hacer para ayudarnos
a nosotros mismos, abrir nuestros ojos por lo menos con cierto interés en mejorar
nuestras posibilidades. Adentrarnos en nuestro entorno y percibirlo con lucidez
debe ser una responsabilidad natural de nuestra parte. Identificar los factores
que, más allá de la tragedia sanitaria, nos tienen sumidos en el atraso y la
indigencia. Es necesario percatarnos que las condiciones naturales sumamente generosas
de nuestro estado no corresponden al nivel de bienestar que tenemos.
Nuestra entidad federativa es una de las que
poseen mayores riquezas porque la naturaleza fue pródiga con ella. Tenemos
tierras fértiles, agua en abundancia, costas maravillosas, ganadería, maderas
preciosas, minerales, turismo importante, varias presas hidroeléctricas, muchas
fortalezas y grandes oportunidades de desarrollo, pero todo lo anterior, que
debería generar riqueza suficiente y solidez económica para que las familias
vivieran en condiciones de estabilidad financiera, sin sobresaltos ni
angustias, resulta que no sucede en la realidad cotidiana. ¿Por qué no resulta
ser así? ¿Por qué sigue existiendo tanta pobreza en amplios sectores de la
población si no es que en la mayoría? La respuesta es fácil y está ahí, a la
vista, en los bolsillos de tanto vividor de la política que han propiciado,
alentado y maquillado una injusta distribución de la riqueza. En pocas
palabras, los grandes dividendos de tanta riqueza se han quedado en las manos
de unos cuantos, la mayoría son políticos corruptos que han saqueado las arcas
públicas, han creado condiciones legales para permitir el despojo de las
riquezas naturales de la nación por parte de la oligarquía nacional e
internacional que se lleva las grandes ganancias y deja las migajas para repartir
entre los desheredados.
Así ha funcionado siempre y seguirá funcionando
si no se pone atención en lo que está sucediendo. Ha llegado la hora de
levantar la cabeza, la voz y los brazos. Protestar enérgicamente en contra de
las iniquidades del poder corrupto y de los políticos de siempre. Es increíble
el cinismo de muchos de ellos cuyo trabajo ha sido vergonzoso y están aspirando
a más y mejores puestos de elección popular o a las prebendas irracionales
otorgadas a los partidos, como por ejemplo las diputaciones plurinominales,
cuando sus actuaciones fueron altamente perjudiciales para los trabajadores y
para el pueblo en general. Es esa parte del pensar y accionar de nuestra parte
a la que me estaba refiriendo. Tenemos en nuestro poder el arma de protesta y
de castigo más importante: el voto.
Por esa razón debes pensar en no volver a cometer
los mismos errores. En el momento de ejercer el poder del sufragio electoral
debes recordar el daño que han causado esas mafias que ensangrentaron nuestro
estado y saquearon al pueblo. Debes valorar las nuevas propuestas, hombres y
mujeres de probada honestidad que estén a favor de las causas populares y jamás
en contra de los trabajadores o los maestros. Debemos considerar dar la
oportunidad a quienes no tienen cola que les pisen, que tienen experiencia,
preparación y capacidad pero no son políticos quemados, desgastados, ni
corruptos.
Debemos recordar aquello de «A Dios rogando pero
con el mazo dando». Mirar hacia el cielo con ilusión y mucha fe pero viendo
también lo que sucede en nuestra realidad cercana para decidir con objetividad.
Confiar en los hombres y mujeres que representan la nueva oferta política, que
puedan darnos la oportunidad de tener instituciones más democráticas que vean
por los intereses del pueblo y acabemos de una vez por todas con los gobiernos
autoritarios y corruptos que tienen al estado en la pobreza y la ignorancia.
RECIBAN UN ABRAZO AFECTUOSO CON MIS MEJORES
DESEOS POR UNA FELIZ NAVIDAD Y UN PRÓSPERO AÑO NUEVO 2021.- COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com.- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.