jueves, 28 de octubre de 2021

"Memoria traviesa"

 



JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"Memoria traviesa"

La tarde empezaba a caer discretamente cuando Rolando Mota salió del taller mecánico donde trabajaba desde hacía más de diez años. Se le hizo un poco más tarde que de costumbre porque su compadre Plutarco Barde Manzo alias «el chupamirto» llevó, además de los tacos de canasta del puesto de don Pepe Nava, un “doce” de botes de cervezas, de esas que tienen nombre de océano mexicano. Obvio que se antojaba el relax, después de una pesada jornada entre aceites, motores, refacciones y mangueras (de hule).

 A pesar de lo duro de la chamba, el ambiente era de lo mejor en ese servicio mecánico que era ya una tradición en el barrio conocido como «el pellizco». Una media docena de gentiles y capacitados “valedores” formaban la plantilla regenteada por don Pancho Terán, “el maistro” y don Melesio Nado el mero chipocludo (dueño) del negocio. Se sentía, ante todo, el espíritu de fraternidad entre los albureros, carrilludos, pero muy chambeadores miembros del “distinguido” personal laboral que sacaban adelante cualquier tipo de descompostura. “Aquí hasta un vocho lo dejamos como Cadillac” era uno de los siempre ingeniosos lemas comerciales y promocionales del equipazo de trabajo del famoso taller “Mas-Carrito Sagrado”.

 Después de la soba y el jolgorio, Rolando se fue a su chante y, como pocas veces, se sentía un poco agüitado, algo no le acababa de cuadrar mientras caminaba por la populosa calle de su barrio bravo. Pensó que no valía la pena preocuparse de algo que ni siquiera sabía qué era, así que apuró el paso, después de patear la lata vacía de chiles “el costeño” que estaba frente a él.

 Al llegar a su cantón, ya le esperaba en la entrada su esposa Chabela Barba que no podía disimular la cara de angustia.

 —¡Viejo, qué bueno que llegaste! Fíjate que mi suegro hace un buen rato se fue a la tienda de don Rufino a comprar sus cigarros y no ha regresado. Ya lo buscaron los niños y los muchachos de la cuadra y nada que lo encuentran por ningún lado.

 Rolando se quedó de a seis. Don Susano, su padre, era un anciano como de ochenta y pico de años que a veces se le iba el avión porque ya no carburaba bien. Ese era el colmo del afligido hijo, que siendo un experto en carburadores, no pudiera ayudar a su jefecito.

 —Ahorita regreso Chabela, voy a buscar a mi jefe. Con suerte y está con don Pomposo del Hoyo Malpica el “ñor” de los billares el «Taco veloz», la última vez que se descontroló por ahí lo encontré.

 En unos minutos llegó a los populares billares del barrio. El dueño estaba limpiando las bolas (de billar) de un cliente que echaría la reta a Cleto Iris, el campeón de carambola y subcampeón de pool de toda la demarcación. Era un gusto ver como meneaba las bolas por toda la mesa el tipo aquel.

 —Don Pomposo, buenas tardes. ¿No ha venido por aquí don Susano? Me da la impresión que ya se nos volvió a perder.

 —¡A travieso nadie le gana a tu papá! Ese viejito es una calamidad. No, no lo he visto en todo el día. Ve a buscarlo en la paletería de doña Cuca Rocha. A tu jefe le gusta ir a echar el «pegue» con esa viejita, con suerte y te consigues madrastra el día de hoy.

 Así se pasó la tarde de lugar en lugar, de negocio en negocio. Recorrió todo el barrio y muchas cuadras aledañas sin poder dar con su viejecito. Le preguntó a todos los que se encontró en su loca búsqueda y nadie le dio razón, don Susanito se volvió «ojo de hormiga». Pasó por todos los negocios haciendo la misma pregunta. Se asomó en donde venden tortas y prestas estuvieron las comensales a contestar que no lo vieron. Después pasó por donde venden frijoles puercos y sacó el mismo resultado. Luego por el expendio de leche y echó una ojeada sin encontrar nada.

 Cansado de caminar y preguntar por todos lados, Rolando decidió regresar a casa. No porque se diera por vencido o no le importara  la suerte que corriera su vetusto progenitor sino porque tenía que ir al baño a deshacerse de su mala suerte y tomar una botella de agua o una chelita de lata (si tenía suerte de encontrarla en el refri) para recargar las pilas y continuar su búsqueda, ya que mientras más noche se hiciera menos posibilidad y más peligro habría. Se sintió protagonista de una de esas películas de acción que le gustaba ver, la del güero ese, el altote, la de “Búsqueda implacable”.

 La suerte le acompañaba, había dos latas de cerveza bien heladas en el refrigerador, las echó a su morral térmico y también dos manzanas y una bolsa de papas de esas que no te puedes comer sólo una. Tenía que llevar un buen itacate pues no se sabía cuánto tiempo duraría el operativo tipo “Amber”. Platicó brevemente con su mujer y sus hijos, agarró la linterna sorda (mientras no fuera ciega, estaba bien) y salió dispuesto y optimista a la calle ya cuando había caído la noche.

 No había caminado dos cuadras cuando divisó una figura encorvada que caminaba con una excesiva lentitud, la acera estaba muy oscura pues la lámpara pública estaba fundida desde hacía mucho tiempo (es que era una ciudad que no sonreía). Si no fuera tan valiente quizá hubiera pensado que aquella espectral figura podría ser un nahual. Rolando, fumó un poco de su apellido (el que entendió, entendió) y se dio valor para caminar hacia la silueta amorfa, casi espectral y, al llegar a ella, apuntó el haz de su lámpara de mano al rostro de la sombra infernal y ¡Oh, sorpresa! Ahí estaba don Susanito, con una sonrisa que iluminaba aquel callejón. El anciano vio al hombre pero siguió de paso con su lento caminar. El hijo, ya más tranquilo por haberlo encontrado, quiso jugar un poco con él y le gritó:

 —¿¡ A dónde vas Susano !?

 —¿Me das un abrazo?  —Contestó el viejo—, mientras mostraba los pocos dientes que le quedaban, intentando consolidar una sonrisa de felicidad

 —Viejo, alburero —dijo el hombre para sus adentros—, al tiempo que abrazaba con ternura al anciano y se enfilaban hacia su hogar, quizá modesto, pero feliz hogar.

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