El aire
frío de la noche movía el hirsuto cabello de Mateo. Él estaba sentado sobre las
raíces de un árbol frondoso, frente a la humilde vivienda que habitaba en
compañía de sus padres y sus tres hermanos. En ese momento lo acompañaban Tomás,
de pie, y Leonel, sentado, muy cerca de él.
La
noche ostentaba una densa penumbra que apenas permitía se vieran el rostro
entre ellos. Si acaso sus miradas se iluminaban un poco, era por el poderío de
sus expresivos ojos, otro tanto por el titilar de una que otra luciérnaga
despistada y debido también al relámpago intermitente que mandaba una discreta
amenaza de lluvia. Los muchachos hablaban en voz baja, como queriendo evitar
que alguien de la casa pudiera escuchar aquella conversación, que seguramente
era de un tema delicado. Se alcanzaban a entender algunas frases como éstas:
- Debemos
hacer algunas actividades para conseguir comida pero a la voz de ya. En el
internado no queda ni una galleta de animalitos desde hace un buen rato. Las
autoridades no quieren darnos nada y ni modos de morirnos de hambre. ¿Qué dices
Leonel? ¿Y tú Tomasito?
- Pues
ni modos de cerrar la escuela Mateo, ni es justo ni lo vamos a permitir, no
vamos a dejar que nos maten de hambre, tenemos que luchar con uñas y dientes.- comentó
Leonel.
- Pues
sí, pero, ¿Qué podemos hacer? Si seguimos deteniendo camiones de proveedores de
alimentos para subsistir, nos puede ir mal, ya nos han amenazado que nos van a
encarcelar y eso es lo que más quisieran.- terció Leo.
- Está
claro que esa es la estrategia del gobierno. Nos aprieta el pescuezo y nos deja
de entregar los recursos para alimentos. Con eso provoca que tengamos que obtener
las mercancías de los camiones repartidores y de esa forma los estudiantes
aparecemos como criminales. Así, en cualquier chico rato, nos atacarán con el
pretexto de que somos un desmadre. Y por otro lado, los de la "maña"
creen que les hacemos competencia en esa especialidad y la onda no es así.
- Bueno
ya, piensen bien que otra cosa podemos hacer, además de eso y las "coperachas",
para medio componer las carencias en la escuela. Y ya vámonos porque mañana
tenemos que ir a la cabecera municipal a tratar de recolectar algo de dinero
para financiar los cultivos de la parcela escolar.
Qué
lejos estaban de imaginar estos emprendedores muchachos que, junto a otro gran
número de compañeros estudiantes, tendrían la más trágica de las noches de sus cortas
vidas. Es difícil de pensar que se pudiera suscitar una agresión de esa
naturaleza, no obstante las muestras de que aquella región estaba seriamente
permeada por la anarquía.
Esto que acaban de
leer fue un intento de introducción de una especie de relato que pretendía
poner en sus manos. Pensaba escribir acerca de ese suceso vergonzoso que nos impactó
a los mexicanos y a miles de ciudadanos de varios países. De ese típico acto en
el que el uso abusivo de la fuerza nos situó de nuevo y de pronto en un estado
de barbarie. Me refiero a los muertos y desaparecidos de la normal de
Ayotzinapa en el Estado de Guerrero.
Intentaba hacerlo
usando un formato novelado, atractivo y dinámico. Notarán que incluso le puse
voz a los personajes y los hice conversar, pero (aquí viene el pero) me sucedió
algo muy especial que espero explicar bien con el símil siguiente. No se sí a
alguno de ustedes les haya ocurrido, que estás cantando y la letra de la
canción tiene tanta carga emocional que en un punto de la misma se te hace un
nudo en la garganta y no puedes continuar. Te gana la emoción y sobrevienen las
lágrimas, un acceso de tristeza y no puedes terminar tu canción. Guardadas las
proporciones, algo así me sucedió hoy al momento de escribir este modesto
artículo para ustedes. Intentaré explicarlo mejor.
Durante mi trayecto
en el medio de la comunicación, modestia aparte, he escrito muchísimos cuentos,
relatos o historias de todo tipo. En ellas he podido regodearme, precisamente porque
no le impongo límites a mi narrativa salvo los que me señalen mi acervo
lingüístico y mi imaginación. Hoy, al querer usar la metáfora para presentarles mi visión de ese hecho
ignominioso, me ganó el sentimiento, pero no sólo la tristeza, sino también el
coraje. Quise hacer una analogía del asesinato y me encontré de frente con un
rostro descarnado y ultrajado. No es un homicidio simple la de ese joven al que
le quitaron el rostro y le sacaron los ojos. Es una cruel muestra de la
depravación de las mentes y de la ausencia de valores de los criminales
actuales. Ese no es un homicidio más, es una flagrante profanación y una
excesiva muestra de poder, pero del poder maligno y putrefacto.
Fue un coctel de
sentimientos, rabia, impotencia, tristeza, pesar. Pensé en el dolor de los
padres de los estudiantes asesinados y heridos, pero aún más en la angustia y
desesperación de los que esperan noticias de sus hijos desaparecidos. Me
estremeció de pies a cabeza tan sólo imaginarme en su lugar. Se me vinieron a
la mente las terribles angustias sufridas por una eventual tardanza en llegar a
casa de alguno de mis hijos. Alcanzo a adivinar las penurias de esas familias
que esperan noticias de sus hijos desde hace un mes y no aparecen ni vivos ni
muertos.
Estoy cierto que este
lamentable suceso no es un hecho cualquiera. Dentro del dolor, de las
sensaciones y fibras que ha movido en los corazones de la gente que, económica
y/o moralmente, nos hemos sumado a la protesta y a la búsqueda de justicia, no
podrá pasar jamás desapercibido. No hay vuelta atrás, este hecho lamentable será,
sin lugar a dudas, uno de los detonadores de los cambios forzosos que están por
presentarse. Las inercias sociales están quedando atrás, las mentes de los
mexicanos se han venido madurando como la fruta que se corta verde, a fuerzas. Las
voces se van uniendo una a una, en la calle, en las fábricas, en los
sindicatos, en las escuelas de todos los niveles y tipos, las voces ya se
escuchan en todos lados. El espíritu de la solidaridad social se ha
rejuvenecido. La conciencia de clase se despierta del letargo, el miedo se
torna en rabia.
El pueblo hoy reclama,
ya basta de asesinatos, no más violencia, ya basta de los saqueos de recursos
públicos, ya no más corrupción, basta de políticos vivales y funcionarios
prepotentes, basta de tanta pobreza de muchos y tanta riqueza de pocos. El
pueblo necesita ser escuchado y tratado con amabilidad, necesita justicia
social y que se respeten sus derechos humanos. Necesita buenos empleos con
buenos salarios y servicios de salud dignos. En fin, es una larga letanía que
la voz del pueblo empieza a rezar con devoción.
Entre tantas cosas y
hechos recientes, los sucesos de Ayotzinapa, pase lo que pase, son y serán
históricamente mucho más que una historia dolorosa.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.