Por:
José Manuel Elizondo Cuevas.
En
el charco principal de un hermoso valle pletórico de humedad, verdes pastizales
y cromáticos paisajes, habitaba una
familia de robustos sapos de la variedad toro, de la que no menciono su nombre
científico porque es prácticamente impronunciable. Lo dejaremos en que se
componía de papá sapo, mamá sapo y el sapito golf golf golf, un grupo familiar
que era muy bien visto por aquella sociedad zoológica.
La
vida en aquel inmenso charco era de lo más cotidiano del mundo. Las libélulas
revoloteaban con una suavidad digna de una pequeña pluma arrastrada por la
brisa tropical. Las lombrices se arrastraban lentamente sobre la orilla
ondulando de rítmica manera su alargado y húmedo cuerpo. Las moscas y moscones dibujaban
intempestivos virajes en osados vuelos de órbitas irregulares, dándole con sus
repetitivos zumbidos un ambiente festivo al lugar. Muchos insectos, pequeños
roedores, mariposas y algunos mamíferos de mediano tamaño que habitaban refugios
cercanos al estanque le proporcionaban color y sonido al paisaje.
El
sapito golf golf golf fue educado por sus padres para ser un gran líder y tal
parece que todo iba resultando a pedir de boca ya que éste se encargaba de dirigir
muchas maniobras para la colectividad del paraje. Era un excelente coordinador
de las actividades que aquella comunidad organizaba para su supervivencia y
bienestar. Por sus conocimientos de topografía, construcción y aguas, llegó a
ser jefe de una brigada de castores en la conservación de la represa que
alimentaba a perpetuidad la preciada cuenca hidrológica.
El
famoso sapito golf (para no repetir tantos golfs) con su buena dinámica y
bonachona apariencia, fue creando una buena reputación entre la comunidad de
aquella área del viejo bosque, el “Gran Charco”, lugar donde los animales se
concentraban, que no era otra cosa que un estanque donde se vertían las últimas
aguas de un riachuelo de mediano volumen, que justo ahí perdía fuerza su caudal
y llegaba apacible a surtir de agua fresca ese hermoso y bullicioso lugar.
Este
simpático sapito gordo, era muy querido por los habitantes de aquellos lares,
había logrado buena fama de trabajador, noble, leal y honesto. Así empezó a
escalar posiciones en la compleja estructura política del bosque, iniciando
como ayudante de las nutrias en las brigadas acuáticas de construcción y
rehabilitación de diques y represas, hasta llegar a dirigir el sistema de
distribución de agua llovediza y la gran comisión de aguas generales del río.
Pero el sueño dorado del sapito era primero llegar a ser el jefe del Gran
Charco y quizá algún día, ser el rey del bosque. Había que ir por partes y así
lo entendió el sapito, de manera que para lograr sus anhelados objetivos tenía
que ponerse en marcha de inmediato.
Para
alcanzar su primera meta, ser el jefe del Gran Charco, necesitaba la ayuda de los
personajes que gozaban de las simpatías de todos los sectores de la
diversificada zona lacustre. Había muchos grupos, unos pequeños como los
armadillos que solo sumaban una docena y otros inmensos como las abejas de
panza rayada que fácilmente superaban los diez mil. Así pues nuestro craso
sapito inició la aventura de convencer a los líderes para conseguir sus votos
en la próxima convención de votantes del Gran Charco que comprendía la zona del
estanque y la periferia de éste.
Inició
su gran campaña y sitio por sitio fue consiguiendo la adhesión de muchos distinguidos
vecinos del estanque. Se le unieron primero los armadillos, enseguida las
lombrices, las moscas verdes, las libélulas y hasta el final el tremendo
contingente de las trabajadoras abejas.
El
sapito, aprovechando su ronca y autoritaria voz, brindaba buenos discursos a
los asistentes a sus mítines, les prometía alimento y miles de cosas, haciendo soñar
a todos con un mundo mejor, incluso aprovechaba para llamarle “mamá” a la abeja
reina, la gran jefa de las abejas trabajadoras del bosque que lo acompañaba en
sus giras proselitistas.
La
historia siguió su curso, el rechoncho sapito obtuvo su triunfo electoral. Por
fin era ya el jefe del Gran Charco y ahora sólo quedaba cumplir las promesas a
todos los que le dieron su apoyo incondicional. Pero ésta no es una historia
con final feliz. El rollizo sapito se transformó, no se si por beber la
peligrosa copa del poder o porque ya era un bobo (perdón un lobo) con piel de
oveja. Aquel sapito gracioso se convirtió en un tirano cruel que inició un
ataque despiadado en contra de los que ahora trabajaban para él, les privó del alimento
y todos los derechos que gozaban desde hace muchos años en el estanque. A
excepción de los miembros de su anura familia y a unos cuántos de sus ayudantes,
a quienes les dio una auténtica vida de rey, al resto de los habitantes del
Gran Charco, paradójicamente les dio una “vida de perros”.
Ante
la horripilante traición perpetrada por el sapo mentiroso y cínico, ante su
reiterada negativa de gobernar con justicia y equidad, se empezaron a rebelar
los habitantes del estanque. Era impresionante ver las miles y miles de abejas
de panza rayada que se manifestaron en su contra pidiendo su destitución. Zumbidos,
graznidos, bufidos, silbidos, mugidos, todos en el mismo sentido, expulsar del
querido charco a ese sapo repugnante que traicionó y atacó a la abeja reina y
todos los hermanos del bosque que le habían tendido la mano. El poder del sapo
se tambalea ante el embate de la unida hermandad del charco que no cejará en su
intento por desterrar a ese miserable y malagradecido bicho, que más tarde o
más temprano, pagará cara su traición.
Moraleja
del cuento: “Nunca se debe confiar al 100 de las promesas”. Mientras tanto
quizá algunos recuerden la bella poesía infantil que decía en uno de sus versos:
“Nadie sabe donde vive, nadie en la casa lo vio, pero todos escuchamos, al
sapito: Golf..Golf..Golf”. y colorín, colorado…
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO – LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA- COMENTARIOS Y SUGERENCIAS
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