JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS /
Periodismo Nayarita
"La vida loca"
Si
alguna vez tuve dudas acerca de la ambigüedad y los contrastes que presenta la
vida, quiero decirles que ya no habrá el menor asomo de ellas. La vida se acaba
de mostrar de lo más veleidosa posible conmigo en tan solo un abrir y cerrar de
ojos. Sé que suelo usar las metáforas y el juego de palabras para hacerme
entender, pero les aseguro que este no es el caso, esta vez lo digo de una
manera absolutamente literal.
Todos
sabemos que en el recuento de nuestras vivencias, necesariamente tendremos que
encontrar pasajes hermosos, divertidos y hasta adorables, pero no existe
ninguna persona en el mundo que, en contraparte, no haya sufrido algún descalabro,
una pérdida material o moral, o quizá una pena de cierta consideración. Eso
está más que claro. Lo que me hizo expresar esa especie de sentencia, esa
expresión de carácter axiomático en mi primera línea, es lo que me sucedió hace
apenas ocho días, considerando que hoy, el día que escribo este texto, es
viernes de nuevo.
A
pesar que mi estilo no es el de festejar de manera muy notoria las situaciones
favorables o exitosas, debo reconocer que ese día, el primer viernes de agosto,
me sentía flotando en una nube, sin despegar los pies del suelo, por supuesto.
La presentación de mi novela en el patio de la sede de la legislatura estatal,
no obstante sufrir algunas vicisitudes y ausencias notorias, fue un suceso que
me llenó de emoción y de renovados ánimos. Resultar bien librado de la crítica
literaria por parte de los presentadores, fue algo que me permitió aspirar
aires de satisfacción y exhalar los corrosivos vapores de la preocupación y la
incertidumbre. Las generosas ponencias de quienes se hicieron cargo de leer y
desmenuzar ese, mi segundo libro, me proporcionaron vientos frescos en el
ánimo. No es que dude de la calidad de mi trabajo literario, pero una cosa es
lo que yo piense de él, lo mucho que me pueda gustar a mí, y otra muy distinta resulta
que lo lea otra persona y que sea de su total agrado, máxime si esa persona es
un lector muy calificado, por ser un gran conocedor de la materia.
El
caso es que sentí que fue una tarde-noche importante, bien lograda. El apoyo y
la logística del congreso más que satisfactoria. Una extraordinaria sorpresa la
comitiva de Nay-Usa que acudió a entregarme un reconocimiento por mi labor a
favor de la cultura. El afectuoso arropamiento de grandes amigos y amigas de
disímbolos ámbitos, sin faltar algunos miembros de mi familia. Todo ello
propició la sensación de satisfacción y de alegría. Redondeó ese gran momento,
la oportuna y espontánea invitación a cenar que me hizo mi esposa. Dudé si
aceptaba o no la invitación a celebrar en pareja. Se sintieron como una
eternidad los tres segundos que tardaron en llegar a mi boca las letras que
forman el monosílabo afirmativo. Ni tardos ni perezosos, pronto estábamos ante
sendos vasos con leche (ajá), listos para brindar por el buen resultado del
evento cultural. El lugar era agradable, la mayoría de comensales eran parejas
que se veían amorosas y contentas.
Una
buena cena, deliciosos platos que valieron la pena. Unos brindis, pocos pero
muy sinceros, escuchar un poco de música y luego a casa. La burbuja de la felicidad
adquirió nueva chispa en la tranquilidad e intimidad de nuestros aposentos. La
seguridad y el confort del hogar terminan por desahuciar cualquier resto de
inquietud. Todo es calidez y paz, música romántica, miradas y sonrisas, hasta
que llegó el cansancio. El último beso del día y un poco más tarde la bendita
laxitud del sueño profundo. Perdí la noción del tiempo, pero casi puedo
asegurar que, a pesar de viajar por el negro laberinto de mi inconsciencia, en
mi rostro se dibujaba una sonrisa feliz. No recuerdo más, sólo que sonreía
cuando cerré mis ojos.
Escucho
ruidos y algo de movimiento cerca de la cama. Aún somnoliento intento abrir mis
ojos, no es tarea fácil, por fin lo logro. Mi teléfono, desactivado, impidió
que fuera despertado antes. Mi esposa contesta una llamada en el suyo. Busco
sus ojos y evita mi mirada. Aún no me dice nada pero mi sexto sentido
(disfrazado de retortijón) me indica que algo grave sucede. Por fin viene el
mandarriazo impío. La primera noticia al abrir mis ojos es el fallecimiento
repentino de un familiar cercano, un primo hermano. Y no dije familiar cercano
sólo porque así se cataloga en cuestión de lazos sanguíneos sino porque mi
primo, Toño Cuevas, era un familiar de incuestionable cercanía. Diría que cercanía
física, porque vivía tan sólo una pared de por medio, su casa y la mía
separadas por un simple muro. Cercanía moral, porque a golpe de convivencia,
unidad familiar, infancia, mocedad y plena adultez, se construyó el respeto y
el cariño fraternal. Alguien cuyas características principales de su
personalidad eran la alegría, la cordialidad y la generosidad. Una persona en
quien depositaba mi confianza para hacerse cargo de todos los asuntos de mi
casa en Tecuala. Alguien que era la primera persona con la que trataba mis
asuntos, al llegar a pasar en casa los fines de semana. Alguien con quien
hablaba por teléfono todas las semanas.
En
fin, es demasiado doloroso sufrir la pérdida de alguien cercano. Aún más, si se
trata de una persona con cuarenta y seis años de edad, en plenitud de su vida,
pero abatido por un fulminante ataque al corazón, el siempre temible infarto,
que mata sin un aviso previo, incluso a personas que no están enfermas, que
andan trabajando al momento de sobrevenir, como fue el lamentable caso de mi infortunado
pariente.
Está
de más agregar una conclusión a esta especie de crónica que hoy escribí. Quizá
ésta tiene un marcado tinte personal y no es, precisamente, un artículo de
opinión, como los que generalmente aparecen en este espacio, pero consideré que
no habría ninguna objeción de parte de mis amables lectores y que su
comprensión me permitiría desahogar este tema que, de verdad, no es nada fácil.
La
conclusión es obvia, ya que mencionaba en el proemio lo caprichosa que es la vida y en casos como el que les narré,
suele usar a la muerte para aplicar su
lado oscuro, su contraparte en el hecho, pero, a su vez, parte dialéctica de
ella misma. Pasé de la felicidad a la tristeza, literalmente en un “abrir y cerrar de ojos”. Si eso no es
una locura, entonces no sé qué podría ser.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO EN LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.