La
salud es uno de los derechos humanos más importantes que tenemos las personas.
Es indudable que si no tenemos salud no podemos aspirar a nada más. Visto así,
podemos decir que la salud es fundamental para conservar nuestra vida, por
tanto es lo más valioso que poseemos. Esa especie de reflexión proviene de una
incidencia personal que decidí comentarles el día de hoy.
Acudí
a mi cita con el médico especialista, confiado en que hoy sí tendría la suerte
de ser atendido “como Dios manda” después de que ya había sido diferida el mes
anterior. Por cierto, recuerdo que en el mes de julio que me reprogramaron la
cita médica no hubo molestia alguna en mi reacción cuando me informaron que el
médico neumólogo que me atendería había enfermado de COVID-19. Dije: “pobre
doctor” le tocó la de malas, pero "todos tenemos derecho de enfermarnos” y me
fui tranquilo del hospital del ISSSTE. Finalmente la postergación de la cita
era de tan solo un mes y yo sabía que hay derechohabientes que reciben a veces
citas con plazos de más de seis meses.
Pero
en esta ocasión recibí la misma información: “el doctor no puede atenderlo hoy,
le vamos a reprogramar su cita” y, conservando mi perfil de buena suerte, solo
me difirieron ocho días mi asunto de salud. No hice comentarios, ni tuve una
reacción visceral, ni nada por el estilo. Únicamente me alejé de aquel viejo y
húmedo edificio hospitalario, caminando lento, pensativo y decepcionado.
Pensé
en los motivadores e incendiarios discursos de nuestro gobernador en sus
“mañaneras” y sentí que el sándwich de jamón con queso de mi desayuno daba
vuelcos en mi panza como si fuera un maromero en aguas turbias. La cansada
ardillita de lo que queda de mi cerebro daba insistentes vueltas a su columpio
en un inútil intento de conciliar lo que yo viví y lo que presencié de otros
pacientes (y vaya que hay que tener paciencia en el ISSSTE) con aquellas frases
plenas de optimismo y un tanto de fantasía que pregonan que somos el modelo a
seguir en materia de atención hospitalaria nacional. Lo intenté en repetidas
ocasiones, haciendo incluso un esfuerzo en situarme como un caso aislado en los
quebrantados servicios otorgados en las pocas veces que he asistido al
mencionado instituto de salud, pero pudo más la recurrente imagen de
aglomeraciones e interminables filas de personas, la mayoría adultos mayores,
en búsqueda de la auscultación o las medicinas que mitiguen los males que, en
el ejercicio retórico del ejecutivo, aparecen casi mágicamente resueltos.
Además de las tristes imágenes observadas en
mis aventuras por los pasillos de clínicas y hospitales públicos, obran en mi
acervo las peripecias de muchas personas que han caminado esos senderos de la
angustia, la desesperación y el desasosiego. Historias de vida (y a veces de
muerte) que se han forjado entre muros, pabellones, camillas y quirófanos,
contados por la temblorosa voz de protagonistas directos o indirectos del dolor.
Derechohabientes que sufrieron inenarrables experiencias que han dejado marca
en el pesado bagaje de sus expedientes clínicos. Ese es, desde mi punto de
vista, el panorama general, el escenario histórico que responde a las últimas
dos décadas del sistema de salud nacional.
Por
supuesto que no todo es culpa de las actuales administraciones. El deterioro y
estancamiento del sistema nacional de salud tiene los visos de haber sido un proceso premeditado por las
administraciones que implantaron las políticas neoliberales. El abandono y la
precariedad a la que fue sometido fueron con la intención de exhibirlo como un
sistema inoperante y caduco que debía reivindicarse, usando la privatización de
ese sector como la única posibilidad de “rescatarla del fracaso”. La estrategia
es similar a la que se utilizó para mangonear y regresar Petróleos Mexicanos
(PEMEX) a sus antiguos dueños, los extranjeros y sus empresas trasnacionales. Varios
gobiernos usaron los recursos económicos de PEMEX como “Caja chica” para sus
campañas políticas y sus excesos, cuando la empresa paraestatal estaba entre
las más rentables del mundo y le hicieron creer a los mexicanos que era una
carga, que estaba quebrada y que no convenía mantenerla como activo nacional.
Afortunadamente en los años recientes se ha vuelto a ubicar entre las petroleras
más rentables del mundo, con eso se podría decir que “está recobrando su
salud”.
Para
finalizar quiero decir que la construcción y puesta en marcha del nuevo
hospital del ISSSTE abona a la renovación de una nueva y halagüeña expectativa.
Esperemos que esa edificación sea el soporte de una nueva época de la atención
médica, tanto en cobertura como en la calidad del servicio. Es muy pronto para
poder evaluar el éxito o el fracaso de la actual administración en términos de
la transformación del sistema estatal de salud. Ahora mismo, solo puedo decir
que me parece un poco exagerada la forma de anunciar la llegada de la “nueva
era de la salud” a nuestro estado. Ojala que el vehemente pregón del mandatario
estatal coincida en algún momento de la breve historia sexenal con la opinión
favorable de los usuarios de los servicios de salud y que las historias de los
sufridos pacientes empiecen a cambiar para bien.
Evidentemente
que si las terroríficas experiencias vividas entre los muros sombríos de una
red hospitalaria hostil e indolente empiezan a transformarse en cálidas
muestras de atención, en escenarios calificados y dignos, con recursos humanos
y materiales suficientes, equipamiento a la altura de lo que la ciudadanía
demanda, entonces habrá que aplaudir y reconocer la iniciativa del gobierno
actual, tanto el federal como el local. En estos casos, cuando se critica una
situación indeseable, y que considero irresoluble, la verdad sí vale la pena
equivocarse, pero eso, solo el tiempo podrá decírnoslo. Entonces no queda más
que esperar.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.