JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS /
Periodismo Nayarita
"La fábula de las hormigas"
En
aquellos viejos tiempos, los campos eran hermosos y limpios. Se podía vivir de
manera apacible y próspera en cualquier parte del verdoso valle al pie del
volcán sagrado. Era un auténtico placer caminar en los pastos frescos y
senderos llenos de flores y frutales. Todos los seres que habitaban esas
latitudes vivían en amable convivencia, la naturaleza era pródiga y había
recursos para todos. Entre todos aquellos pequeños reinos de tranquilo talante,
había uno muy especial, no recuerdo ahorita su nombre, sólo sé que era el famoso reino de las
hormigas.
Esa
demarcación, llena de vegetación, agua y comida, había sido durante mucho
tiempo un ejemplo de trabajo y desarrollo para muchas otras comunidades
aledañas. La ancestral fama de la comunidad no era porque no tuvieran problemas
en su asentamiento sino porque siempre habían tenido la capacidad de
resolverlos de una manera muy apropiada, práctica, salomónica.
No
podría decirse que no hubiera entre aquella inmensa población de hormigas
algunos malos elementos, ni tampoco que los que asumían los roles directivos
hubieran sido siempre honestos o perfectos, pero existía el antecedente de que
siempre habían logrado conciliar sus intereses. Así que, por más que algunas
veces se apretara la situación, la estructura social de la comunidad se
respetaba y jamás sufrían carencias considerables de recursos para vivir.
Los
sectores de aquella ejemplar sociedad se movían con envidiable equilibrio, bueno
no tanto, porque siempre se notaba la prominencia del grupo que gobernaba a la
comunidad. No podía disimularse que los jefes hormigas, los que llevaban la
administración de los recursos, siempre recibían dones especiales y
compensaciones de todo tipo. Pero, a las primeras muestras de inconformidad de
los otros sectores, regularizaban las condiciones de trabajo y remuneración a
las hormigas obreras y demás grupos sociales.
Así
había transcurrido la vida en aquel reino legendario. Con vaivenes históricos que
iban de la republica al imperio. Desfilaron por la palestra política del mundo
de las hormigas u hormigos (ya se me está pegando el estilacho de Fox)
personajes que figuran en el salón de la fama del anecdotario. Algunos fueron muy
especiales como, los famosos: “Tauro Burel”,
“Apolo Dominico” y “El Beato San Dobal”.
Esas
historias, que se fueron engarzando, poco a poco hicieron mella en el
patrimonio del otrora solvente reino de las hormigas. Los personajes que se
mencionaron en la tanda anterior, tejieron los vergonzantes capítulos de esa
triste tragicomedia. Hubo movilizaciones varias de las hormigas obreras, la
mayoría de ellas reprimidas por el peso del desleal poder. Hubo algunas
conciliaciones y la rueda de la historia, aunque con algunos atascos, pudo dar
algunas rodaditas más.
Así
siguió la vida de aquella fantástica comunidad, digna de admiración por su
disciplina institucional y por su extraordinario estoicismo. Los cambios
seguían asomando en el horizonte político de las orgullosas hormigas del reino.
Un nuevo emperador fue sentado en el solio de la esperanza. Ahora sí, los
oráculos no podían equivocarse, el elegido y los habitantes del reino eran uno
solo. Esta vez no podía ser de otra manera, el nuevo emperador era el culto,
el adonis, el hijo de los dioses “Xavi Lupo El Piadoso”, que envuelto en
inmaculada túnica blanca y toga púrpura, lanzaba bendiciones a los que asistían
a su coronación, aquellos que apoyaron su llegada al poder, los mismos que
después se vieron envueltos en un terrible arrepentimiento y una tremenda
decepción.
Esa
historia se fue mostrando poco a poco. El nuevo dignatario supo ganarse de
inicio la confianza de su pueblo. Al parecer la preparación de aquella hormiga
real, era un factor muy favorable, su fama de bonachón y honesto hacía sonreír
de gusto a las grandes mayorías. Aquí en este punto hago una pequeña pausa. Es
que eso de escribir este tipo de fábulas me causa una incontrolable hilaridad,
tan sólo de imaginar a ese emperador, “El Piadoso”, un hormigo chaparrón,
regordete, “cachetoncito”, con sus espejuelos y una amplia, casi “guasónica”
sonrisa. Ah, y además lo visualizo con su batita blanca, su manto cruzado de
color púrpura y sus huarachitos color carne.
Pasada
la gracejada, volvemos a la triste realidad del reino de las nobles hormigas.
Lo que empezó como una luna de miel, con generosas promesas, sonrisas y
apapachos, poco a poco se fue diluyendo, entre los nebulosos e inciertos
momentos del incumplimiento. De pronto la paz del reino se vio alterada por una
invasión de un grupo considerable de hormigas que el emperador trajo de otra
comunidad. El palacio real se vio colmado de nuevos cortesanos, sin una
definición laboral, sin encomienda alguna, excepto ser parte del séquito del
piadoso monarca, que les complacía en todos sus requerimientos.
La
riqueza del reino se dilapidó de forma insultante y los recursos empezaron a
escasear. Había que tomar medidas de austeridad urgentes. De inmediato se
ordenó que a los miembros de la corte no se les autorizaran los cien mil
denarios que solicitaron, que sólo se les dieran cincuenta mil para que
realizaran sus gestiones, había que sacrificarse por el pueblo. Enseguida, el
heraldo del imperio, con tronante voz, anunció a las hormigas trabajadoras que
el sacrosanto emperador les ordenaba someterse al nuevo régimen de austeridad
total, por lo que deberían esperar a que hubiera nuevo tributo para darles algo
de sus retrasados emolumentos ya devengados. Quizá esa humillante orden no
hubiese pesado tanto en el ánimo de las hormigas, pero la gota que derramó el vaso
fue el tono y la forma en que se les trató, además de intentar hacerlas pasar
por culpables del desorden y la quiebra financiera.
Aquel
próspero reino se convirtió en un sitio sin ley. Las hordas de hormigas y
hormigos criminales asolaban las rúas del imperio. Nadie estaba a salvo.
Escaseó el agua y los víveres. La basura estaba por todos lados. Los carruajes
que se usaban para recolectarla estaban destruidos y arrumbados. Los ciudadanos
del reino de las hormigas, ya muy impacientes por la situación, empezaron a
sublevarse, pese a su temor a la guardia imperial. Formaron un grupo ciudadano
y, a manera de protesta, pusieron parte
de su basura frente al palacete del Cónsul Lucio Cochecillo, éste enfureció y
condenó a los culpables al calabozo. Pero, hasta la fecha en que este modesto
escribano firma esta epístola, no se ha ejecutado dicha orden del mencionado
cónsul, al parecer avalada por el mismísimo emperador. Qué bueno que así sea,
porque no se han dado cuenta que hay miles y miles de hormiguitas, arremolinándose,
deseosas de justicia, para cerrar filas en contra de las arbitrariedades,
ineptitudes e injusticias del mencionado cónsul, del emperador y de todo lo que
obstaculice el paso de la justicia social en el reino de las hormigas,
sabedoras que la unión hace la fuerza.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO EN LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.