Me
resultó imposible no escribir acerca de esta efeméride, a veces tan festiva, a
veces tan sufrida, pero tan especial que es el “Día de las Madres”.
Considerando que me ubico en la segunda de las opciones, resultaría evidente
para ustedes que no es una tarea fácil hacerlo, pues, el sólo hecho de
mencionar a la autora de mis días, trae de manera inevitable una sacudida a mi
corazón. Éste se pone nostálgico al sólo influjo de su recuerdo.
Cómo no
hacerlo, me refiero a escribir, sí es un día que mueve corazones y sociedades
enteras. Cómo no dedicar las líneas de hoy, al menos en mi manera muy modesta,
a ese ser maravilloso, lleno de luz, amor y protección. No hay razón alguna
para escamotear líneas ni intenciones, mucho menos consideración, a esos seres
excepcionales a quienes les fue encomendada la extraordinaria responsabilidad
de procrear.
Sé que
ese día, el miércoles 10 de mayo, escurrirán chorros de tinta y se llenará el
espacio radiofónico, televisivo y cibernético de palabras, halagos y demás. En
este último “demás” incluyo la parte comercial que se aprovecha del
sentimentalismo barato de aquellos que creen que con alguna cosa material
llenarán las expectativas de una madre amorosa. Sin duda que el aspecto comercial
de ese día, nada tiene que ver con un homenaje sincero a una persona. Esa fecha
y tantas otras como el Día del Padre, del Niño, del Compadre, etcétera, son inducidas,
programadas e impulsadas por el comercio y el lucro. Nada tienen que ver con el
sentimiento, el cariño, el respeto y la veneración a ese ser amado. Porque no
creo que alguien pudiera plantear o decirle a mamá: “Te quiero tres bolsas de
piel” o “Te quiero dos celulares”. Por supuesto que, de estar en tus
posibilidades, agregar un pequeño presente al abrazo y al beso después de un
año de atención y cuidados, pues qué bueno, pero si no es así, no tienes razón alguna
para estresarte ni sentir ningún tipo de culpabilidad o remordimiento.
Considero
oportuno subrayar que estos conceptos dimanan de mi forma de ver las cosas y
constituyen un punto de vista, una opinión. En esta temática, como en muchas
otras, necesariamente deben existir otros conceptos, otras opiniones, lo cual
creo es algo muy afortunado.
La
verdadera razón de elegir este tema es rendir un homenaje a las madres en su
día. Me imagino que muchos colegas lo harán, pero siempre le apuesto a que cada
uno de nosotros tenemos un estilo muy característico que nos identifica. Esto
hace que se diversifiquen y enriquezcan las opciones para los lectores, lo cual
me parece muy conveniente.
Es muy
difícil, por más que parezca lo contrario, encontrar o construir un estereotipo
de una madre. Todos tenemos derecho a opinar sobre eso porque todos tenemos o
tuvimos una. Bueno de momento viene a mi mente una especie zoológica que al
parecer es la excepción. Estoy hablando de la especie “Mexican Corruptus
Políticushos” que, según los expertos en la materia, estos sí que “no tienen
madre”. De ahí en fuera todos podemos opinar en este asunto. Seguramente habrá
muchas opiniones coincidentes, quizá la mayoría concordamos en el argumento
aprobatorio que exalta el amor y el respeto que se merecen. Esto lo
consideraría algo así como el núcleo o primer círculo del análisis. Pero en
cuanto vas entrando a los siguientes niveles, empezarás a ver de manera
paulatina lo específico de cada madre, se notarán, una tras otra, las
características que las empiezan a clasificar más allá del tronco común. Es en
este espacio que entra el factor subjetividad, que no es otra cosa que la
calificación muy interna y muy propia que cada uno le otorgamos a la mujer que
nos tocó en suerte tener a nuestro lado.
Derivado
de lo anterior, me inclino por hacer la única valoración a la que tengo
derecho, la de mi madre. Obviamente que no me pongo la toga ni uso el martillo
porque jamás me sentiría como un juez ante mi hermosa madre. Creo que de lo
único que le puedo levantar cargos es de su abuso en darme amor, de la
peligrosidad de su ternura y de su comprensión inexplicable. Estoy seguro que
al intentar homenajear a mi madre haré lo propio con muchas otras que ya no
están en este mundo. Los sentimientos son universales, por más formas
particulares que se asuman en cada historia, en cada vida. Así que sin ninguna
restricción les ofrezco y comparto el recuerdo cariñoso que le brindo a mi
madre, en el entendido que si alguna de mis líneas coincide con uno de sus
sentimientos, por el simple hecho de leerlas pueden ser usadas como propias.
A mi madre
querida le he escrito tantas cosas, antes y después de su partida al cielo, que
a veces no sé cuáles son unas y cuáles son otras. Lo único cierto es que todas
han salido desde lo más profundo de mi corazón. A pesar de que pasaron ya doce
años cuando usó su escalera al cielo, su recuerdo está más vivo que nunca.
Cuando pienso en ella ya no hay dolor en mi alma. Su recuerdo se matiza en mi
corazón y mis ojos me refieren un rostro de mujer serena, con gran brillo en
sus ojos y una sonrisa feliz, picaresca. Es seguro que al recordarla se dibuje una
sonrisa en mí. Puede más la alegría que siempre compartió con quienes la rodeamos
que todo el dolor de haberla perdido. A golpe de lágrimas y nostalgia he
aprendido a valorar en su verdadera dimensión la grandeza de esa mujer que me
dio la vida. No sólo me regaló con su carga genética esa amplísima afición a la
amistosa generosidad, sino también esa chispa única en el manejo de la fina
ironía o sarcasmo burlón. De ella aprendí que la vida es más que casas y
coches. Que se puede ser feliz sin tantas cosas. Que la verdadera riqueza no
está en las cosas sino en el alma, y que el corazón es mucho más que un músculo
que bombea la sangre.
Cuántas
historias escuché de su boca. Cuánta sabiduría escuchaba en los pocos minutos
que me engullía un plato de frijoles con queso y un café de olla con pan dulce.
A veces, ante aquella juguetona fogata de leños cortados por el abuelo,
desfilaban cientos de historias de vida, algunas verdaderas, otras creadas por la fantasía de mi madre, aleccionadoras unas, otras tan sólo para asustarme y
no me saliera de vago a la calle. Pero todas llenas de esa magia que sólo ella
tenía.
Era increíble platicar con ella aunque a veces un poco confuso, porque
de pronto no sabía si me decía las cosas en serio o se estaba burlando de mí.
Aun así, era muy interesante para mí, siendo un mozalbete inquieto y precoz,
tener una maestra tan especial en mi vida. Ella apenas si llegó a quinto de
primaria, pero era increíblemente sabia. Se ganó sin ningún esfuerzo la
simpatía y el respeto de la familia y de los vecinos que teníamos en aquella
vieja y empedrada callejuela. Fue enfermera voluntaria, cocinera, intendente,
nana, tabaquera, entre tantos oficios más. Era el centro de atención en las
fiestas, una excelente bailadora y la mejor contadora de chistes. Su gran
carisma, su conocida bonhomía hicieron de ella un símbolo del barrio y del
pueblo. Ustedes podrán imaginar el carácter, los valores, la sensibilidad y el
orgullo que ella me dejó de herencia.
En fin,
podría escribir horas de esa mujer maravillosa que fue mi madre, pero el
espacio se terminó. Me hubiese gustado que estuviera hoy conmigo y me apretara
los cachetes a manera de felicitación como lo hacía cuando obtenía algún
triunfo. Seguramente me quedarían colorados con los que he cosechado en lo que
va de este año. ¡Feliz Día de las
Madres!
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.