jueves, 24 de marzo de 2022

"Nadie sabe para quien trabaja"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"Nadie sabe para quien trabaja"

Tom Friday bajó de un solo movimiento de su caballo blanco frente a la cantina de Old Ranch su pueblo natal. Iba en busca de Mike Peters, uno de los pistoleros más famosos de la región, ya que alguien le comentó que lo habían visto rondar la casa de su novia Mary Johnson y no pudo soportar lo que él consideró una afrenta personal y un desafío para su orgullo.

 La bella Mary era una de las solteras más codiciadas del pueblo por su extraordinaria hermosura y su envidiable posición económica. Esto último no le importaba mucho a Tom porque dinero no necesitaba y en cambio estaba muy enamorado de la linda rubia.

 Entró a la cantina empujando las puertas retráctiles que se quedaron meciéndose durante varios segundos después que cruzó el musculoso cuerpo del joven vaquero. El sitio estaba lleno, como todos los jueves. Se quedó un rato quieto, oteando sin disimulo. Muy pronto divisó al pistolero que estaba en la mesa del rincón y de inmediato se dirigió a él.

 —Hola Mike. Qué bueno que te encuentro, a ti te estaba buscando —dijo el vaquero vestido de negro— mientras miraba a los ojos a su interlocutor.

 El pistolero, vestido con traje de gamuza color café, sostuvo la mirada de su “rival de amores" al tiempo que contestaba:

 —Pues no me encuentras porque no quieres, ya sabes que aquí estoy en la cantina desde hace mucho rato. ¡Dime! ¿En qué puedo servirte?

 —Vengo a decirte, de hombre a hombre, que dejes en paz a Mary. Sabes muy bien que ella es mi novia y que pronto habremos de casarnos.

 —Pues qué raro, porque a mí no me ha dicho que se va a casar y tampoco le disgusta cuando yo la acompaño a su casa! Así que no me vengas con esos cuentos, y si lo quieres arreglar de otra manera pues salgamos a la calle y ahí vemos quien es más hombre.

 Tom hizo como si fuera a sacar su revólver de la funda, pero se aguantó. No le tenía miedo a Mike porque aunque sabía que era buen tirador él no se quedaba atrás, también era reconocido por su velocidad y puntería para disparar. Además, en ese rato llegó Fred MacAllison, quien era el más cercano e inseparable de sus amigos. Él lo persuadió de retirarse y evitar el escándalo.

 Dio la media vuelta y se alejó con su amigo Fred, después de decirle al buscabullas de Mike que era la última vez que le advertía que se alejara de Mary. Su amigo le convenció que era lo mejor, que no era bueno pelear en la calle ni en la cantina. Le dijo: “Más tarde lo retas a un duelo al amanecer en la cañada del zopilote. Yo estaré escondido detrás de los chiribitales y antes de que él pueda desenfundar su colt 45 yo le dispararé con una pistola igual a la tuya para asegurar que no te vaya a ganar el arrancón. Así parecerá que le metiste dos tiros ganándole el duelo a muerte".

 Todo fue realizado a la perfección, tal como lo planeó el ingenioso Fred. Que suerte tener un amigo como él —pensó el sonriente Tom—, mientras gozaba de antemano la tranquilidad de quitarse ese negro nubarrón que tanto le estorbaba para sus planes de matrimonio. 

Al despuntar el alba llegó primero Tom Friday (se suponía que Fred ya estaría apostado, listo para disparar) como le dijo a su amigo. Un poquito más tarde apareció Mike Peters montado en un majestuoso tordillo de gran alzada, montura jaspeada en plata y un rifle Wínchester 30-30, terciado en ancas. Como buen pistolero estaba acostumbrado a esos momentos y esa seguridad se reflejaba en su mirada. Sabía que debía ganar ese duelo porque la recompensa sería, además de conservar su vida, quedarse con Mary que, seguramente sin el estorbo de su noviecito de pacotilla, caería rendida a sus brazos.

 Pronto se pusieron de acuerdo Mike y Tom. Después de bajar de sus monturas se retiraron quince pasos y se plantaron frente a frente. Ni siquiera se escuchaba el trinar de los pájaros madrugadores, parecía que se había decretado un voto de silencio. Quizá ese pesado mutismo no era más que el presagio de la pronta presencia de la muerte. El rocoso laberinto de la cañada hacía más ominosa la pesada calma que reinaba en el lugar. Lo único que se escuchaba era el latir de dos corazones fuertes que respondían a la descarga de adrenalina que corría por sus venas. Ambos sabían que podrían ser los últimos momentos de sus vidas.

 Los brazos arqueados de los pistoleros temblaban de la emoción y solo faltaba cualquier movimiento por leve que fuera para desenfundar y tirar a dar al corazón. Así sucedió, no se supo quién lo hizo primero pero sonaron dos disparos al unísono y ambos cayeron con el pecho ensangrentado. Murieron casi de inmediato. Unos instantes después salió Fred de su escondite, se cercioró de que ninguno respiraba y, con los dedos de su mano derecha, apretó el labio inferior y silbó. De atrás de unos árboles cercanos salió la hermosa Mary, la chica por la que murieron dos hombres enamorados, dos vaqueros valientes que apostaron la vida por el amor. Ella con pasmosa frialdad sentenció:

 —Si ya estás seguro que murieron, vámonos a casa Fred.

 —Sí, mi amor. Al fin podremos vivir felices para siempre.

 Mary y Fred, después de sellar con un apasionado beso su victoria, se tomaron de las manos y caminaron hacia donde los esperaban sus caballos. En el ambiente se sentía el triunfo de la agudeza sobre la valentía. El disparo de Mike mató a Tom, mientras que el de Fred acabó con la vida del veloz gatillero, el plan no podía fallar porque sabía que Tom, aunque era un buen tirador, jamás vencería al experimentado pistolero.

 Se cumplió en aquella cálida mañana el añejo adagio: “Nadie sabe para quién trabaja”


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