Tom
Friday bajó de un solo movimiento de su caballo blanco frente a la cantina de
Old Ranch su pueblo natal. Iba en busca de Mike Peters, uno de los pistoleros
más famosos de la región, ya que alguien le comentó que lo habían visto rondar
la casa de su novia Mary Johnson y no pudo soportar lo que él consideró una
afrenta personal y un desafío para su orgullo.
La
bella Mary era una de las solteras más codiciadas del pueblo por su
extraordinaria hermosura y su envidiable posición económica. Esto último no le
importaba mucho a Tom porque dinero no necesitaba y en cambio estaba muy
enamorado de la linda rubia.
Entró
a la cantina empujando las puertas retráctiles que se quedaron meciéndose
durante varios segundos después que cruzó el musculoso cuerpo del joven
vaquero. El sitio estaba lleno, como todos los jueves. Se quedó un rato quieto,
oteando sin disimulo. Muy pronto divisó al pistolero que estaba en la mesa del
rincón y de inmediato se dirigió a él.
—Hola
Mike. Qué bueno que te encuentro, a ti te estaba buscando —dijo el vaquero
vestido de negro— mientras miraba a los ojos a su interlocutor.
El
pistolero, vestido con traje de gamuza color café, sostuvo la mirada de su
“rival de amores" al tiempo que contestaba:
—Pues
no me encuentras porque no quieres, ya sabes que aquí estoy en la cantina desde
hace mucho rato. ¡Dime! ¿En qué puedo servirte?
—Vengo
a decirte, de hombre a hombre, que dejes en paz a Mary. Sabes muy bien que ella
es mi novia y que pronto habremos de casarnos.
—Pues
qué raro, porque a mí no me ha dicho que se va a casar y tampoco le disgusta
cuando yo la acompaño a su casa! Así que no me vengas con esos cuentos, y si lo
quieres arreglar de otra manera pues salgamos a la calle y ahí vemos quien es
más hombre.
Tom
hizo como si fuera a sacar su revólver de la funda, pero se aguantó. No le
tenía miedo a Mike porque aunque sabía que era buen tirador él no se quedaba
atrás, también era reconocido por su velocidad y puntería para disparar.
Además, en ese rato llegó Fred MacAllison, quien era el más cercano e inseparable
de sus amigos. Él lo persuadió de retirarse y evitar el escándalo.
Dio la media vuelta y se alejó con su amigo Fred, después de decirle al buscabullas de Mike que era la última vez que le advertía que se alejara de
Mary. Su amigo le convenció que era lo mejor, que no era bueno pelear en la
calle ni en la cantina. Le dijo: “Más tarde lo retas a un duelo al amanecer en
la cañada del zopilote. Yo estaré escondido detrás de los chiribitales y antes
de que él pueda desenfundar su colt 45 yo le dispararé con una pistola igual a
la tuya para asegurar que no te vaya a ganar el arrancón. Así parecerá que le
metiste dos tiros ganándole el duelo a muerte".
Todo
fue realizado a la perfección, tal como lo planeó el ingenioso Fred. Que suerte tener un amigo como él —pensó el sonriente Tom—, mientras gozaba de
antemano la tranquilidad de quitarse ese negro nubarrón que tanto le estorbaba
para sus planes de matrimonio.
Al despuntar el alba llegó primero Tom Friday
(se suponía que Fred ya estaría apostado, listo para disparar) como le dijo a
su amigo. Un poquito más tarde apareció Mike Peters montado en un majestuoso
tordillo de gran alzada, montura jaspeada en plata y un rifle Wínchester 30-30,
terciado en ancas. Como buen pistolero estaba acostumbrado a esos momentos y
esa seguridad se reflejaba en su mirada. Sabía que debía ganar ese duelo porque
la recompensa sería, además de conservar su vida, quedarse con Mary que,
seguramente sin el estorbo de su noviecito de pacotilla, caería rendida a sus
brazos.
Pronto
se pusieron de acuerdo Mike y Tom. Después de bajar de sus monturas se retiraron
quince pasos y se plantaron frente a frente. Ni siquiera se escuchaba el trinar
de los pájaros madrugadores, parecía que se había decretado un voto de
silencio. Quizá ese pesado mutismo no era más que el presagio de la pronta
presencia de la muerte. El rocoso laberinto de la cañada hacía más ominosa la
pesada calma que reinaba en el lugar. Lo único que se escuchaba era el latir de
dos corazones fuertes que respondían a la descarga de adrenalina que corría por
sus venas. Ambos sabían que podrían ser los últimos momentos de sus vidas.
Los
brazos arqueados de los pistoleros temblaban de la emoción y solo faltaba
cualquier movimiento por leve que fuera para desenfundar y tirar a dar al
corazón. Así sucedió, no se supo quién lo hizo primero pero sonaron dos
disparos al unísono y ambos cayeron con el pecho ensangrentado. Murieron casi
de inmediato. Unos instantes después salió Fred de su escondite, se cercioró de
que ninguno respiraba y, con los dedos de su mano derecha, apretó el labio
inferior y silbó. De atrás de unos árboles cercanos salió la hermosa Mary, la
chica por la que murieron dos hombres enamorados, dos vaqueros valientes que
apostaron la vida por el amor. Ella con pasmosa frialdad sentenció:
—Si
ya estás seguro que murieron, vámonos a casa Fred.
—Sí,
mi amor. Al fin podremos vivir felices para siempre.
Mary
y Fred, después de sellar con un apasionado beso su victoria, se tomaron de las
manos y caminaron hacia donde los esperaban sus caballos. En el ambiente se
sentía el triunfo de la agudeza sobre la valentía. El disparo de Mike mató a
Tom, mientras que el de Fred acabó con la vida del veloz gatillero, el plan no
podía fallar porque sabía que Tom, aunque era un buen tirador, jamás vencería
al experimentado pistolero.
Se
cumplió en aquella cálida mañana el añejo adagio: “Nadie sabe para quién
trabaja”
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.