jueves, 10 de mayo de 2018

"Brindo por mi Madre"



JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"Brindo por mi Madre"


Temática obligada la de esta semana, ya que coincide la aparición de mi columna con esa fecha tan especial para todos, o al menos para la mayoría, el famoso “Día de las Madres”. En la pequeña minoría, que completa mi gráfica de pastel, están los que no tuvieron la suerte de conocer o disfrutar a sus mamás, además de la gran mayoría de los que integran la especie “Mexican Corruptus Políticushos”, que han demostrado históricamente “no tener madre”.

Qué decir de esta efeméride que es de corte mundial, aunque exista disparidad en las fechas en que se celebran en otros países. Aquí, en nuestro país, la celebramos en el mes de mayo porque casi no teníamos festividades en ese mes y había que disponer de alguna. (Nótese el sarcasmo).

En realidad, creo que, aunque no quiera reconocerlo, estoy “haciendo tiempo” o sacándole la vuelta al tema de las madres. Lo digo porque, inevitablemente, vendrá a mi mente y a mi corazón la nostalgia por su ausencia, pero, cuando pienso en ella, ya no existe el dolor en mi alma. Su recuerdo se matiza en mi corazón. Mis ojos me refieren un rostro de mujer serena, con gran brillo en su mirada y una sonrisa feliz, picaresca. En este año, es casi seguro que en mí se dibuje una sonrisa al recordarla. Estoy cierto que hoy puede más la alegría que siempre compartió conmigo, que todo el dolor de haberla perdido. A golpe de lágrimas y melancolía, he aprendido a apreciar en su verdadera dimensión la grandeza de esa mujer que me dio la vida.

Por lo anterior, Invariablemente este tipo de temática, más que un artículo de opinión, termina siendo una especie de reflexión, que sólo se puede disculpar por la bendita libertad del formato de mi columna, que me permite tratar “de todo”, de ahí el origen de su nombre. Generalmente he escrito en esta fecha intentando hacer un homenaje, por modesto que pueda ser, a todas las mamás, destacando siempre su importancia y particularidad en este complejo entramado que llamamos vida.

Luego, viene a escena la complejidad de tratar el tema, que de manera natural se bifurca en opciones festivas o sufridas, dependiendo de la suerte de tener o no tenerlas físicamente con nosotros. La parte buena y fácil de este asunto es que ambas opciones coinciden en que, esté presente o no, las mamás son seres maravillosos, llenos de amor, luz, ternura y protección. Por esa razón, y no otra, les fue concedido el don único y la extraordinaria responsabilidad de procrear, de ser la fuente que genera la vida humana. De estos conceptos se desprenden miles de historias de madres e hijos, de diversas generaciones, unas felices y otras tristes. Ante la imposibilidad de consolidar tantas experiencias en un relato, suelo compartir en esta fecha algunas partes de mis reflexiones publicadas, en torno a mi madre, ya que es mejor hablar de mi historia y dejar que los demás cuenten las suyas. Ésta es una de ellas:

Es en este punto de mi historia, en el tema tan difícil de la disciplina a base de cintarazos, donde aparece la luminosa figura de mi madre, hoy ya fallecida. Siempre creí que era una persona diestra en el manejo del cinturón o de aquel temible chicote confeccionado por el abuelo. Después de una gran tunda, en la figura borrosa de mi madre, mis ojos llorosos me dejaban ver, un sargento hitleriano cruzado de brazos, amenazante y satisfecho. Tardaba muchas horas para perdonarle lo que en ese momento consideraba un castigo injusto, pero invariablemente terminaba durmiendo en su regazo.

Me hacía el dormido para ver el disimulo con que ella sobaba mis maltratadas nalgas. Aún recuerdo la tibieza de sus manos untando con mucha delicadeza un bálsamo en mis partes dolidas. La ternura de su sonrisa cuando veía mi rostro con insistencia. Intencionalmente me movía un poco como si fuera a despertar y ella apartaba sus manos de mi cuerpo y volvía su rostro a cualquier lugar. Me acurrucaba de nuevo como si nada pasara y ella volvía a sus acciones, dejando ver en su cara la imagen de la aflicción y el arrepentimiento. Entonces yo “volvía a despertar” y le sonreía con una mueca. Nos mirábamos fijamente por un instante y como impulsados por un gran resorte caíamos en brazos uno del otro. ¡Mamá! ¡Hijo!.

Ese era siempre el final de aquellas historias. Luego sobrevenía la fase de la reconciliación que implicaba la invitación a cenar tostadas o la preparación de aquellas ricas gorditas de zurrapas de chicharrón o algo por el estilo. Una vez que pasaba esa etapa del disfrute de los antojos y las permisiones, venía la parte aleccionadora que incluía el porqué de la corrección, el exhorto a observar las reglas, las buenas costumbres y todo ese sermón, que hoy me tiene convertido en alguien formal, muy respetuoso de las personas y las cosas.

Pasó el tiempo como bólido y de aquel pequeño tierno y travieso, pasé a ser un joven rebelde e inquieto. Ya mi madre tuvo que descontinuar aquel viejo chicote del abuelo porque ya no era una herramienta útil en mi educación. En parte porque ya no era un niño que se dejase vapulear y en parte porque tampoco era tan necesario. Nuestras diferencias eran ya zanjadas dando un lugar principal al diálogo, aunque éste no en todos los casos fuera lo pacífico que ambos quisiéramos. Por supuesto que tuvimos muchas desavenencias en nuestros puntos de vista pero ninguna que causara el rompimiento de nuestras relaciones diplomáticas.

Así fuimos puliendo nuestra relación que se convirtió en una gran amistad. Sin faltarle jamás al respeto, pudimos convivir de una forma deliciosa la mayoría de las veces. Nuestros encuentros eran verdaderas pachangas en las que se desbordaba la alegría. Lo que iniciábamos ella y yo siempre terminaba en una gran fiesta en la que se agregaba toda la familia posible.

Extraño tanta a aquella mujer. Su alegría y su bondad. Su forma tan natural y valiente de enfrentarse a la vida. La manera tan salomónica de resolver los problemas. Su sentido de la solidaridad con sus semejantes. Su bonhomía que le dio tanto reconocimiento entre propios y extraños.

En esta etapa, en la que ella ya no está en nuestra casa sino en una mejor junto a Dios, en esta situación en la que la experiencia me permite distinguir los rubros de la calidad humana y el sentimiento que ella me heredó, puedo decir con seguridad que fui y sigo siendo un privilegiado. Un niño, un joven y hoy un hombre afortunado por la inmensa distinción de haber tenido por madre a una mujer de tales cualidades. Hoy entiendo de donde proviene esa alegría a veces inexplicable, ese afán de querer servir a los demás, ese uso fino de la ironía, ese pesar al ver sufrir a la gente, las ganas de enfrentar a la injusticia y esa profunda ternura que hoy me permite describirla.

En fin, todo eso y más es mi madre, por más que no esté junto a mí. Pero el gran prodigio del recuerdo indeleble y amoroso le permite estar presente en cada uno de mis actos. Así es y así será

Un abrazo amoroso a todas las mamás. (A las que nos miran desde el cielo, un beso y una oración). ¡Feliz Día de Las Madres!

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO EN LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.