JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS /
Periodismo Nayarita
"Brindo por mi Madre"
Temática
obligada la de esta semana, ya que coincide la aparición de mi columna con esa
fecha tan especial para todos, o al menos para la mayoría, el famoso “Día de
las Madres”. En la pequeña minoría, que completa mi gráfica de pastel, están
los que no tuvieron la suerte de conocer o disfrutar a sus mamás, además de la
gran mayoría de los que integran la especie “Mexican Corruptus Políticushos”,
que han demostrado históricamente “no tener madre”.
Qué
decir de esta efeméride que es de corte mundial, aunque exista disparidad en
las fechas en que se celebran en otros países. Aquí, en nuestro país, la
celebramos en el mes de mayo porque casi no teníamos festividades en ese mes y
había que disponer de alguna. (Nótese el sarcasmo).
En
realidad, creo que, aunque no quiera reconocerlo, estoy “haciendo tiempo” o
sacándole la vuelta al tema de las madres. Lo digo porque, inevitablemente,
vendrá a mi mente y a mi corazón la nostalgia por su ausencia, pero, cuando
pienso en ella, ya no existe el dolor en mi alma. Su recuerdo se matiza en mi
corazón. Mis ojos me refieren un rostro de mujer serena, con gran brillo en su mirada
y una sonrisa feliz, picaresca. En este año, es casi seguro que en mí se dibuje
una sonrisa al recordarla. Estoy cierto que hoy puede más la alegría que
siempre compartió conmigo, que todo el dolor de haberla perdido. A golpe de
lágrimas y melancolía, he aprendido a apreciar en su verdadera dimensión la
grandeza de esa mujer que me dio la vida.
Por
lo anterior, Invariablemente este tipo de temática, más que un artículo de
opinión, termina siendo una especie de reflexión, que sólo se puede disculpar
por la bendita libertad del formato de mi columna, que me permite tratar “de
todo”, de ahí el origen de su nombre. Generalmente he escrito en esta fecha
intentando hacer un homenaje, por modesto que pueda ser, a todas las mamás,
destacando siempre su importancia y particularidad en este complejo entramado
que llamamos vida.
Luego,
viene a escena la complejidad de tratar el tema, que de manera natural se
bifurca en opciones festivas o sufridas, dependiendo de la suerte de tener o no
tenerlas físicamente con nosotros. La parte buena y fácil de este asunto es que
ambas opciones coinciden en que, esté presente o no, las mamás son seres
maravillosos, llenos de amor, luz, ternura y protección. Por esa razón, y no
otra, les fue concedido el don único y la extraordinaria responsabilidad de procrear,
de ser la fuente que genera la vida humana. De estos conceptos se desprenden
miles de historias de madres e hijos, de diversas generaciones, unas felices y otras
tristes. Ante la imposibilidad de consolidar tantas experiencias en un relato,
suelo compartir en esta fecha algunas partes de mis reflexiones publicadas, en
torno a mi madre, ya que es mejor hablar de mi historia y dejar que los demás
cuenten las suyas. Ésta es una de ellas:
“Es en este punto de
mi historia, en el tema tan difícil de la disciplina a base de cintarazos,
donde aparece la luminosa figura de mi madre, hoy ya fallecida. Siempre creí
que era una persona diestra en el manejo del cinturón o de aquel temible
chicote confeccionado por el abuelo. Después de una gran tunda, en la figura
borrosa de mi madre, mis ojos llorosos me dejaban ver, un sargento hitleriano
cruzado de brazos, amenazante y satisfecho. Tardaba muchas horas para
perdonarle lo que en ese momento consideraba un castigo injusto, pero
invariablemente terminaba durmiendo en su regazo.
Me
hacía el dormido para ver el disimulo con que ella sobaba mis maltratadas
nalgas. Aún recuerdo la tibieza de sus manos untando con mucha delicadeza un
bálsamo en mis partes dolidas. La ternura de su sonrisa cuando veía mi rostro
con insistencia. Intencionalmente me movía un poco como si fuera a despertar y
ella apartaba sus manos de mi cuerpo y volvía su rostro a cualquier lugar. Me
acurrucaba de nuevo como si nada pasara y ella volvía a sus acciones, dejando
ver en su cara la imagen de la aflicción y el arrepentimiento. Entonces yo
“volvía a despertar” y le sonreía con una mueca. Nos mirábamos fijamente por un
instante y como impulsados por un gran resorte caíamos en brazos uno del otro.
¡Mamá! ¡Hijo!.
Ese
era siempre el final de aquellas historias. Luego sobrevenía la fase de la
reconciliación que implicaba la invitación a cenar tostadas o la preparación de
aquellas ricas gorditas de zurrapas de chicharrón o algo por el estilo. Una vez
que pasaba esa etapa del disfrute de los antojos y las permisiones, venía la
parte aleccionadora que incluía el porqué de la corrección, el exhorto a
observar las reglas, las buenas costumbres y todo ese sermón, que hoy me tiene
convertido en alguien formal, muy respetuoso de las personas y las cosas.
Pasó
el tiempo como bólido y de aquel pequeño tierno y travieso, pasé a ser un joven
rebelde e inquieto. Ya mi madre tuvo que descontinuar aquel viejo chicote del
abuelo porque ya no era una herramienta útil en mi educación. En parte porque
ya no era un niño que se dejase vapulear y en parte porque tampoco era tan
necesario. Nuestras diferencias eran ya zanjadas dando un lugar principal al
diálogo, aunque éste no en todos los casos fuera lo pacífico que ambos
quisiéramos. Por supuesto que tuvimos muchas desavenencias en nuestros puntos
de vista pero ninguna que causara el rompimiento de nuestras relaciones
diplomáticas.
Así
fuimos puliendo nuestra relación que se convirtió en una gran amistad. Sin
faltarle jamás al respeto, pudimos convivir de una forma deliciosa la mayoría
de las veces. Nuestros encuentros eran verdaderas pachangas en las que se
desbordaba la alegría. Lo que iniciábamos ella y yo siempre terminaba en una
gran fiesta en la que se agregaba toda la familia posible.
Extraño
tanta a aquella mujer. Su alegría y su bondad. Su forma tan natural y valiente
de enfrentarse a la vida. La manera tan salomónica de resolver los problemas.
Su sentido de la solidaridad con sus semejantes. Su bonhomía que le dio tanto
reconocimiento entre propios y extraños.
En
esta etapa, en la que ella ya no está en nuestra casa sino en una mejor junto a
Dios, en esta situación en la que la experiencia me permite distinguir los
rubros de la calidad humana y el sentimiento que ella me heredó, puedo decir
con seguridad que fui y sigo siendo un privilegiado. Un niño, un joven y hoy un
hombre afortunado por la inmensa distinción de haber tenido por madre a una
mujer de tales cualidades. Hoy entiendo de donde proviene esa alegría a veces
inexplicable, ese afán de querer servir a los demás, ese uso fino de la ironía,
ese pesar al ver sufrir a la gente, las ganas de enfrentar a la injusticia y
esa profunda ternura que hoy me permite describirla.
En
fin, todo eso y más es mi madre, por más que no esté junto a mí. Pero el gran
prodigio del recuerdo indeleble y amoroso le permite estar presente en cada uno
de mis actos. Así es y así será”
Un
abrazo amoroso a todas las mamás. (A las que nos miran desde el cielo, un beso
y una oración). ¡Feliz Día de Las
Madres!
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO EN LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.