Empezaré
por ofrecer una sentida disculpa a mis amables lectores por esta inusual
ausencia. Fueron algo más que un par de semanas que estuve “fuera del aire” debido a que tuve que
atender asuntos de carácter familiar y profesional que fueron postergados por
un largo tiempo.
En este
especial periplo me tuve que trasladar a la mítica Tenochtitlan, la ciudad de
los palacios o, si lo prefieren, la capital mundial de los tlacoyos y los tacos
de suadero. De cualquier manera, ya era tiempo de tomar un descanso porque así
lo reclamaban al unísono mi traqueteado cuerpo y mi deschavetado cerebro.
Creo
que ustedes estarán muy acostumbrados a este tipo de textos. Me refiero a los
comentarios en los que les describo las peripecias de mis viajes que son,
además de un intento por “encancharme” de nuevo en las lides de la
comunicación, también una forma de hacer de nuevo el click que restablece el
respetable y significativo contacto que tenemos desde hace ya más de una
década.
Empezaré
por platicarles de los absurdos que suceden en este loco mundo lleno de
curiosidades y excentricidades. Si no me creen, les diré de lo ilógico que
resulta que tardé una hora en llegar de Tepic a la ciudad de México, volando en
Aeroméxico (Gooool) y del aeropuerto internacional “Benito Juárez a casa de mi
suegro tardamos una hora y media. Es de no creer, pero es cierto. Eso tardamos
en esa ruta cargada de tránsito, pletórica de vehículos tripulados por
individuos con cara de fastidio y aburrimiento. Un maremágnum de luces y ruido
que describe de manera perfecta el monstruoso crecimiento de la metrópolis que
tenemos por capital nacional.
Cuando
hablamos de esos tiempos invertidos tan solo en un simple traslado, sobrevienen
inevitablemente los comparativos. Uno de los más usuales es que en esa hora y
media, “ya estaría yo llegando desde Tepic a un botanero en Tecuala” y en
México solo fui del aeropuerto a una colonia muy cercana. Sin duda que esos
detalles nos hacen valorar lo tranquilo que resulta vivir en una ciudad como
nuestra capital Cora. También me hizo recordar cuando hace mucho tiempo que laboraba en algún punto de la
capital mexicana, invertía más de una hora en llegar a mi sede laboral, en
tanto que en Tepic, solo tardo ocho minutos en llegar a mi oficina. ¡Ah! Eso si
es que no se me atraviesa por el bulevar Gobernadores el odioso ferrocarril. No
hay siquiera un punto de comparación en ese sentido.
Otra de
las comparaciones que nos posicionan en una situación de privilegio ante la
capital del país, es lo que se refiere a la calidad del aire. A pesar que cada
vez más se van incorporando una buena cantidad de automotores al ya
considerable tránsito vehicular, el nivel de contaminación que tenemos en la
actualidad no puede ni siquiera acercarse a la cotidiana nube de humo que flota
sobre la cabeza de los citadinos. Y eso, a pesar de que existe la importante restricción que implica y mandata el ya añejo y muy famoso programa de “Hoy No
Circula”, pero dejémonos de tantos comparativos porque les quiero platicar de
algo que también es muy usual cuando viajo a la ciudad de las garnachas. Esto tiene que ver con satisfacer
una serie de antojos de platillos que, a más de dos décadas de haber dejado
para siempre la capital azteca, siguen siendo una añoranza gastronómica para
mí.
Créanme
que no es rollo, ni es una vacilada. Cuando voy a pasar unos días a la
“capirucha” es casi literal que llevo mi lista de antojos que la mayoría de las
veces logro satisfacer religiosamente. Es una especie de “Check List” o una
lista de deseos (comidas) que voy “palomeando” de acuerdo a como voy
consiguiendo engullir tal o cuál platillo. Las comidas protagonistas de esta
famosa lista de encargos son generalmente los tacos de “suadero” en
primerísimo lugar, pero también están los de tripa dorada, las carnitas,
chamorros, las quesadillas de huitlacoche y flor de calabaza, las de sesos
(doradas) las gorditas de chicharrón prensado, los tlacoyos, tlayudas, tacos de
canasta, barbacoa, tostadas de pata, los sopes de longaniza, la pancita y el
pozole blanco. Quizá haya olvidado alguno que otro antojo, pero los que
mencioné son inamovibles.
Después
de la sesión de “Master Chef” región cuatro que les endilgué a mis amables
lectores, seguro que a más de uno o una se les hizo agua la boca con tanta
cosa que les mencioné. A mi esposa también le gusta el contenido de mi lista,
aunque no coincidimos en algunos gustos. Por ejemplo, de los que no comparto
con ella son las famosas “guajolotas” (Tortas de tamal) y las “Migas” (un
guisado a base de bolillo remojado, con trozos de longaniza, huevo, epazote y
otros ingredientes) la verdad ahí sí ¡Yo paso!.
En fin,
hicimos varias cosas importantes en este destierro voluntario, quizá pudiera
contarles después, por ahora finalizar diciendo que en el rubro de los asuntos
familiares pudimos convivir con la familia que radica en “Chilangolandia”,
principalmente con mi querido Edson Geovanni, el más “peque” de mis hijos, a
quien teníamos un año exacto de no ver (él estuvo en Tepic y en Tecuala, hace
un año). Ese episodio personal, íntimo, familiar, es una de las mejores
satisfacciones que me dejó esta ausencia de los medios de comunicación, que
espero subsanar con creces.
Espero
acepten mi disculpa y me sigan dispensando la invaluable atención de su
lectura. Por mi parte, intentaré ofrecerles mi mejor esfuerzo para poner en sus
manos contenidos dignos de su atención, en este espacio que ustedes han
consolidado tras doce años de su invaluable preferencia.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.