Por: José Manuel Elizondo Cuevas
Apenas alcancé a ver al chamaquito que se bajó a toda
prisa del destartalado camión que frenó ruidosamente antes de llegar a la
avenida Insurgentes. El camión urbano, de un color mugre reposada, se alejó a
todo lo que daba su potente máquina modelo 1966, dejando una estela de humo
negro y una rasposa tos a todos los transeúntes que les tocó la suerte de
aspirar su saludable mensaje.
Carlitos, así se llamaba el protagonista de esta casual
historia, vestía un pantalón corto color gris rata, que no podía asegurar si
así era el estilo, o se había ido acortando con el uso y el desgaste excesivo.
Lo combinaba con una camiseta que lucía en el pecho un escudo del Deportivo Cruz
Azul, cuyo color celeste se veía tan pálido como el ánimo de sus seguidores
después del último fracaso. Tenía el pelo negro, largo y sucio, como de dos
semanas sin saber lo que era el agua y el jabón. Completaban su atuendo unos
calcetines a cuadros, como los que usaba “El Tata” aquel famoso personaje de
televisión que protagonizaba Jorge Arvizu, y calzaba unos zapatos tenis que
alguna vez fueron para jugar basquetbol.
El pequeño sacó una botella vacía de un morralito que traía
terciado al hombro. En el envase se podía leer la marca de una bebida oscura,
muy adictiva, que es fabricada por un político veterano que tiene apodo de
felino y es dueño de media ciudad Peluche (no, perdón, de media ciudad Tepic).
Instantes después, llenó su botellita con agua de una
llave chaparrita que está en el camellón de esa transitada avenida, donde
existe una pantalla electrónica de anuncios comerciales, que solo sirve para
distraer a los conductores. De la parte trasera de su vetusto pantalón sacó una
bolsita con detergente, vació un poco en la botella con agua, sacudió con
energía y como por arte de magia la enigmática pócima estaba lista, era el
elixir de la limpieza.
Blandiendo en su mano izquierda un pequeño “jalador” para
limpiar vidrios y en la derecha la botella con el brebaje de la pureza, se
arrojó con decisión sobre su primer cliente del día. Estaba a punto de bombear
su misterioso líquido sobre el cristal delantero del lujoso coche, cuando de
repente un enorme dedo índice moviéndose como limpiaparabrisas declara la
rotunda negativa y se esfuma la posibilidad de recaudar el primer peso del día.
Por supuesto que ese primer intento fallido no hizo
ninguna mella en el ánimo de nuestro infantil personaje, que lo intentó un par
de veces, antes de conseguir su primer “cliente”. No es el único que está en ese
crucero, “trabajan” entre cuatro y seis de ellos, algunos son adultos ya
cuarentones, otros jóvenes y algunos niños como Carlitos que sólo cuenta con 11
años.
Ya casi se mete el sol, hoy estuvo nublado, por eso es un
mal día, ya que los conductores no limpian sus parabrisas porque temen que
llueva en cualquier momento, así que la temporada de lluvias es casi de
vacaciones forzadas para los limpiadores de vidrios vehiculares. Eso me explica
este hiperactivo niño que, a pesar de su situación y la mugre de su cara, esboza
una sonrisa pueril propia de su edad.
No va a la escuela porque tiene que trabajar para comer y
pagarse algunas necesidades. Él señala que no consume ninguna droga, pero sus
amigos sí. Menciona además, que la mayoría de sus amigos de chamba no tienen
familia que se encargue de ellos, que huyeron de la violencia intrafamiliar,
del maltrato sufrido por parte de su padre o madre, que eran alcohólicos y/o drogadictos.
Su caso es muy especial, tiene dos años fuera de su casa,
lo cual indica que es un niño de la calle desde los nueve. Esa expresión de “niño
de la calle” la dijo él, yo creo que los niños de la calle no existen, ellos
son niños de alguien que se deshizo de esa responsabilidad. Pero también son
niños de la sociedad, una sociedad indiferente y hostil hacia estas situaciones
que son tan evidentes y tan suyas, como cualquier otro de sus problemas.
Un psicólogo, que labora en una institución de asistencia
social, me dijo que no debíamos darles monedas porque fomentaríamos más sus
vicios y que los dañábamos más que ayudarlos. Me dijo además, que han intentado
recogerlos y apoyarlos con algunos programas para personas en situación vulnerable
y no han podido hacerlo, que se escapan de esos lugares, no obstante que les
dan comida y atención médica, incluso que algunos son controlados por mafias de
explotadores, que han sido reportadas sin que las autoridades hagan algo al
respecto.
En fin, este es un día en la vida de Carlitos, ganando
unos pesos, a veces hasta cien si es un día de suerte, quizá sea suficiente
para comer y sobrevivir. Pero que hay con el futuro. ¿Podrá este niño algún día
ser un profesionista, un técnico, un obrero, al menos un hombre de bien? Como
terminará la historia de este niño, marcado de antemano por una sociedad
egoísta, que no quiere abrir sus ojos ante una realidad estremecedora, que sale
al encuentro en cada esquina. Por cuanto tiempo podrá este niño mantener esa
sonrisa, que aún dibuja en su rostro a pesar de sus miserias materiales y su
pobreza cultural. Me entristece pensar que Carlitos pudiera ser, en un futuro
cercano, un matón más al servicio de algún cártel, un secuestrador o algo por
el estilo.
Me ganó la compasión, no hice caso de mi amigo el psicólogo,
le di unas monedas a Carlitos y me retiré del lugar. A la distancia, escuché
que él llamaba a sus colegas: ¡Ayúdame “Botes”! ¡Apúrate “Perras”, ¡Órale
“Tuercas”! Con mucha tristeza me pregunté. ¿Cuántos Carlitos habrá en el mundo?
Solo el ruido de los motores me respondió.
RECIBAN UN SALUDO
AFECTUOSO – LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA- COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com