Hace
unos días veía con verdadero deleite varias fotografías y escritos que rescatan
algunos pasajes de la historia de mi querido pueblo, Tecuala “La Orgullosa”. Estos
elementos forman parte de una cronología de los relojes públicos de la ciudad,
publicada en internet por el cronista de la ciudad, el señor Ignacio Sánchez
Betancourt.
Me confieso
un apasionado de la historia que no puede desairar ningún material que se pone
al alcance de su vista, mucho menos si éste tiene como protagonista el pueblo
que me vio nacer. Más aún si entre los vericuetos de esa historia encuentro
inscrito el nombre de alguien querido, como es el caso de mi padre, el señor
Rafael Elizondo Ortega, quien fungió como presidente municipal en el trienio
1981-1984.
Leía
con interés la historia del palacio municipal, que cuenta la transformación que
fue sufriendo el más antiguo de nuestros edificios. Ahí fui aprendiendo unas
cosas y recordando otras. Es en ese recuento de datos, donde se acredita a mi
progenitor la remodelación parcial del interior del ayuntamiento, destacando la
construcción del salón de cabildo. En mis recuerdos está el cambio de piso de
la oficina del presidente, que en esos ayeres era una tarima de madera
desvencijada que con frecuencia ocasionaba accidentes de los concurrentes,
mejor dicho las concurrentes, porque las damas caían o se lastimaban los
tobillos al enterrar el tacón puntiagudo de sus zapatillas en la madera
podrida. Era toda una aventura visitar esa oficina. El piso crujía de tal
manera que siempre estabas pensando en que momento se derrumbaba y terminabas
en la tesorería. (Chiste local, quien conoce el edificio sabe que la tesorería
se ubica exactamente en la parte baja).
Me
llamó la atención ese tipo de trabajo histórico. Me entusiasma que exista la
figura de cronista de la ciudad, con todos sus derechos y obligaciones, ya que
eso garantiza la conservación y el incremento del patrimonio histórico y
cultural de las localidades, sean metrópolis o pequeñas ciudades. El cronista
debe ser, desde mi punto de vista, una persona que se distinga por su
capacidad, por sus méritos en la materia y por su prestigio moral. En
contraparte, cuando sea designado, debe recibir todo el apoyo material, moral y
la autoridad para ejercer su trabajo por parte del cabildo municipal, es decir sueldo,
oficina, equipo, papelería, viáticos y todo lo necesario.
Es
gracias a estas personas, que se conservan a salvo los datos históricos, las
costumbres e incluso las leyendas y mitos que les dan a los pueblos ese sabor
antiguo, esa nostalgia que crece con los años y para muchos también con la ausencia.
Los cronistas y los historiadores son personas muy especiales, que estudian y
trabajan mucho para poner al alcance de nosotros un mundo que ni siquiera
imaginamos. La mayoría de nosotros nos movemos en un mundo sin antecedentes,
sentimos que hemos creado una superestructura única y poderosa por nuestros
propios medios, lo cual es la mentira más terrible, ya que nada de esa parte
del iceberg que podemos ver tendría una explicación sin el concurso de la
historia. Siempre he considerado que la historia es la gran maestra que nos
enseña las lecciones para no repetir los errores y en consecuencia podamos
construir un presente digno y un futuro promisorio.
Dejemos
pues que los especialistas nos cuenten los pasajes históricos, permitamos que
ellos hurguen en las profundidades del tiempo, en los pasillos de la vida
antigua y en los multifacéticos estilos y formas de las sociedades originales.
Nosotros, como comunidades beneficiarias de sus valiosos productos, respetemos
y apoyemos su trabajo. Digo lo anterior a manera de aclaración, ya que eventualmente
en esta modesta columna aparecen algunos relatos en los que comparto a mis
amables lectores hechos, anécdotas y circunstancias que tienen que ver con la gloriosa
cotidianidad del “lugar donde habitan las fieras”. (Significado de Tecuala). A
pesar de la libertad de escribir de cualquier tópico en mi columna, siempre he
respetado a los especialistas en temas específicos. Escribo a veces vivencias más
que crónicas, pequeños relatos a través de mis recuerdos, que me ponen en
contacto con algunos seguidores que me lo solicitan, argumentando su gusto por
mi narrativa. Yo agradezco su distinción y atiendo sus solicitudes, porque los
lectores son la razón de ser del comunicador y porque escribir cosas de mi
pueblo es un auténtico placer.
Los
temas surgen a veces con una naturalidad pasmosa, sólo es cuestión de cerrar
los ojos y abrir la mente. Otras veces dudo si los recuerdos brotan de la mente
o del corazón. Eso no importa, lo que sí es importante es que ahí están. Por
ejemplo los recuerdos escolares, el viejo edificio de dos pisos de la primaria
“Constitución de 1857” con amplios terrenos donde se hubieran podido instalar
varias canchas deportivas o sembrar la parcela escolar. La “Seño Petrita
Partida” mi maestra de sexto año que me alentó a ganar el concurso estatal de
conocimiento que me llevó a Los Pinos a saludar al Presidente Díaz Ordaz (Que
sí hubiera sabido su historia, ni voy). Los ricos mangos de aquellos frondosos
árboles que custodiaba celosamente Don Miguel Barrios, que ni siquiera nos
atrevíamos a cortar y huir porque aquel señor corría más rápido que Usain Bolt.
Los volados de diez centavos con el paletero que vendía en la entrada, los
“bolis” de sabores que eran casi obligatorios en el recreo para calmar el
calor.
Otro asunto
muy interesante es el de los personajes que han desfilado por los tiempos y las
calles de Tecuala. Cómo no recordar al “Cuala”, al “Cambuble” y al “Pata”. El
primero un viejecito con características del típico vagabundo, barbón, sucio,
ropas raídas y usaba un sombrero. Se mantenía de la caridad de las personas que
le daban alimento, era realmente inofensivo, pero nuestros papás aprovechaban
su apariencia para infundirnos miedo y portarnos bien.
El
segundo, de nombre Ambrosio, era un adulto no tan viejo, que padecía un retraso
mental, situación que desgraciadamente se acentuaba por el consumo de alcohol. Generalmente
deambulaba por las calles del pueblo pidiendo dinero para comprar cerveza o
licor, su aspecto además de espantable era desagradable, se le “caía la baba”
porque tenía cierto grado de labio leporino. Otra característica era que
siempre estaba enseñando la panza, con pantalón corto, caído al estilo
Cantinflas, que mostraba más de una línea corporal. Muy frecuentemente cambiaba
de “look” porque la “raza vaga” le cortaba el pelo de formas muy estrafalarias,
él puso de moda el corte “mohicano”. Su grito de guerra era “Quiero birote” y
no se refería precisamente al pan de harina que todos conocemos.
El
tercero de los personajes, cuyo nombre real, si no mal recuerdo, era Severo
López, era un borrachín muy alegre que vagaba por las calles “ganándose” la
cooperación de las personas, cantando y bailando canciones ininteligibles, su
ronca voz era acompañaba por las “diáfanas” notas producidas al rasguear una
lata vacía, de esas ovaladas de sardinas. Su grito de batalla era “Soy López”
en franca alusión a una conocida familia de la localidad.
En fin,
tantas y tantas cosas de mi pueblo querido, lástima que no haya el espacio
suficiente. Ya habrá nuevas oportunidades si lo siguen solicitando. Un saludo cordial
al cronista Ignacio Sánchez Betancourt y mi reconocimiento, respeto y afecto a
mi amigo historiador Enrique De Aguinaga Cortés.
RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA
SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL
CORREO: elizondojm@hotmail.com
.- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.