"La tradicional felicidad"
Me
resulta imposible soslayar este tema casi personal que se ha vuelto recurrente,
cada fin de año. Me refiero a lo que, sin duda, constituye una de las
tradiciones más grandes y hermosas de mi querido pueblo natal, Tecuala “La
Orgullosa”, las fiestas religiosas guadalupanas y específicamente “Las
Peregrinaciones”.
Quizá
me disculpa un poco ante mi audiencia, el hecho de que el género periodístico
de columna permite en alto grado la libertad temática y formal, y por otro
lado, que estarán contentos aquellos lectores que les gusta este tipo de
artículos que tienden a la evocación y al uso de formas de expresión que
apuntan al lejano horizonte de la literatura amena.
No
recuerdo siquiera cuántas veces habré escrito acerca de esta temática, pero
tampoco haré un esfuerzo para ello. Me basta con creer a pie firme que este
texto podría parecerse a otro, pero que jamás será exactamente igual. Es
evidente que habrán de encontrar parecidos entre éste y algunos otros, porque
el tema te atrapa en su contenido y es parte de un mismo sueño o un mismo
recuerdo. Pero apuesto (Cálmate Señor Play City) que no verán un “copiar y
pegar” de otro artículo mío.
Cualquier
resistencia técnica o temática es vencida irremediablemente por el deleite del
espíritu de la añoranza. Desde este momento, en que tundo el teclado, siento un
poco de impaciencia. Quisiera que la velocidad de mi mente igualara la de mis
dedos, pero también que mis recuerdos pudieran escribirse automática y
directamente desde mi corazón, para no escatimar ninguno de sus detalles.
Recordar la querida figura de mi madre con su sonrisa bonachona. Con esa mirada
luminosa que me indicaba que seguía siendo mi mejor cómplice. Que tendríamos
nueve días de auténtico disfrute. Habían llegado al fin las peregrinaciones.
¡Qué emoción!
Mis
mejores “garritas”, (ropa) para los que no hablan el idioma del pueblo, ya se
veían colgadas en los viejos tendederos del patio de nuestra casa. Había que
sacar a relucir lo mejor del vestuario que, aunque fuera modesto, no tenía por
qué ser sucio. Mi madre era una fanática de presumir a su guapo nene (o sea yo)
y no desaprovecharía la oportunidad de hacerlo frente a la sociedad tecualense
en pleno, con sus invitados, turistas y repatriados. Así que era más que seguro
que seríamos parte de aquellos rituales maravillosos, que por un lado, eran
movidos por la fe y, por otro lado, formaban parte de una tradición ancestral,
viva, inagotable.
En mis
años más tiernos, las peregrinaciones eran rituales llenos de misterio. Aunque
mi madre me explicaba, a su manera, la importancia de las apariciones
guadalupanas y el significado de los pasajes religiosos que escenificaban en
los carros alegóricos, podía más en mí el efecto de la poderosa parafernalia de
las luces y el sonido. Era prácticamente mágico, ver las intensas iluminaciones,
los cánticos y letanías plenos de fervor. Todo era fascinante para mí. Cuando
no era parte de la orgullosa procesión, disfrutaba observar su paso, desde un
buen lugar de alguna atestada acera, generalmente nuestra ubicación era en la
esquina de las calles México y Juárez, o tal vez México casi Hidalgo, frente a
la ferretería de Don Ampelio Canales (EPD), a veces en México y Morelos, frente
a la pollería del “Ñaño” y ya, cuando llegábamos tarde, pues donde cayera la
ocasión. Cuando eso sucedía, a veces mi madre me cargaba y me montaba en su
cuello para no perderme el espectáculo.
Sentía
una gran fascinación por todas aquellas escenas. Me gustaba y asustaba a la
vez, ver cómo cambiaban las facciones de las personas, con el juego de sombras
en sus rostros provocado por las velas o veladoras que crepitaban inquietas.
Era un momento de total surrealismo. La luz, el sonido, el murmullo. Recuerdo
que hasta hacía quinielas en solitario, apostándome a mí mismo, o a veces a mi
mamá acerca si los cohetes que aventaban
eran estruendosos o luminosos. Mi mamá siempre me ganaba, nunca supe como lo
hacía.
Eran
noches intensas cuando había peregrinaciones. No sabía a ciencia cierta si
todas las cosas que veía eran parte de un montaje bien elaborado, o sólo la reunión
azarosa de muchas características dispersas. En aquellos tiempos no entendía la
razón por la cual muchas personas recalaban cada año al pueblo y específicamente
a esas ceremonias, pero era algo típico observar, sólo como un ejemplo, a un
personaje extravagante que siempre iba en las procesiones. Un sujeto alto, de
pelo largo, peinado a la Elsa Aguirre, con vestimentas muy fuera de lo
convencional y un maquillaje tan intenso que bien podía ser modelo de Max
Factor. Yo recuerdo que le pregunté a mi madre con un candor indescriptible:
¿Mamá ese es hombre o es mujer? Ella sólo tosió varias veces y dijo: Se llama
“Neto”. Yo dije: “No más preguntas su señoría”.
Qué
grandes momentos aquellos donde todo era ilusión para mí. Etapas de la vida en
que la crisis, la corrupción y la violencia ni siquiera eran palabras
conocidas. Momentos inolvidables que marcaron nuestras vidas y hoy son la
fuente de los valores, la sapiencia y el buen ejemplo de donde abrevan nuestros
hijos. Cómo olvidar aquellos momentos de felicidad cuando mis amigos se
convertían en hermanos al influjo de la concordia, el respeto y uno que otro
pleito. Cuando jugábamos a todo y a nada y la imaginación era la fuerza motriz
de nuestras alegrías cotidianas. Cuando la única obligación era ser
completamente felices, bueno creo que eso sigue vigente, aunque bajo otras
circunstancias y otras formas, pero vigente al fin y al cabo.
Cuando
llega esta época decembrina la nostalgia se apodera de mi alma. No es ninguna
forma de tristeza, excepto por la ausencia de los que ya partieron a otra
dimensión, sino una intensa forma de extrañar aquellos tiempos maravillosos que
ustedes, mis amables lectores, seguramente estarán recordando, justo en este
momento. Los recuerdos hermosos llegan en tropel a mi mente. Llegan como
relámpagos las remembranzas de los hechos ya narrados, luego más tarde en mi
vida, los rostros de amigos y amigas entrañables de la primaria y secundaria de
los que no mencionaré nombres para no herir susceptibilidades, pero que fueron
muchos(as) y muy queridos(as).
De la
época de la primaria tengo un recuerdo especial por mi maestra Petrita Partida,
una autentica mentora de vocación, con la que formé el binomio perfecto en
sexto grado para lograr el éxito de asistir como invitado especial a Los Pinos,
a visitar al Presidente Díaz Ordaz que, como digo en mis presentaciones, “Si
hubiera sabido quien era ese nefasto personaje, ni hubiera ido”. En la secundaria
pues hay mucha tela de donde cortar y es difícil mencionar a tantos, a la “Seño
Tommy”, Profe Ley, Profe Lencho, Seño Chuy Osuna, en fin, mejor ahí le dejo por
esta ocasión. Regreso al tema de las peregrinaciones, sólo para terminar
diciéndoles que si tienen oportunidad de disfrutar de esas sensacionales
tradiciones lo sigan haciendo. Que añoro las lejanas, viejas costumbres, la
vida sin dobleces ni complicaciones, la alegría, la hermandad, la felicidad, la
sencillez y la generosidad de las personas. Que nunca pierdo la esperanza de
recuperar ese mundo de fantasía y felicidad que vivimos en nuestra niñez
tecualense.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.