JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita
"Lágrimas del cielo"
Betito Sanromán
Casanueva se levantó con los ojos aún pegados por las lagañas. En la temporada
de calor siempre le sucedía lo mismo. Era tan fuerte aquel pegamento natural que
a veces tenía que lavarse los ojos durante varios minutos.
Pasado
el cotidiano incidente, se dirigió presuroso al abasto de su padre (así se le
dice en algunos pueblos a la carnicería o bodega de carne). Llegó sudando
copiosamente pero lleno de entusiasmo al viejo mercado.
- ¡Hola,
papá! ¿Ya están listos los pedidos?
- Si
hijo, Te voy a pasar los pedidos para Doña María. ¡Llévaselos de volada porque
me los estaba pidiendo! ¡Córrele mijo!
Allá va
Betito a toda prisa en su vieja bicicleta. Su silueta se recorta entre mucha
gente que deambula en parques y jardines públicos. Cruza calles y avenidas a
gran velocidad, impulsado por los infantiles pies calzados por un par de raídos
tenis blancos, bueno al menos originalmente ese era el color, hoy diríamos que
es un gris mugre.
Don Paulo
Sanromán, el padre de aquel chamaco inquieto, era una persona sencilla, de
origen humilde, muy trabajador. Su carácter recio aunque amable, le permitió
tener muchos amigos sobre todo en el medio de los ganaderos y tablajeros
(expendedores de carne). El hecho de moverse en un círculo muy amplio de
trabajadores agremiados le permitió ser dueño de cierto liderazgo.
En
realidad su vida no es algo tan relevante para que sea el núcleo de esta
historia. Diríamos que era un hombre común, pero con virtudes que sirvieron de
base a su descendencia. En eso estaba sustentado el sueño de Don Paulo, en ver
algún día que sus vástagos, o al menos uno de ellos llegara a ser alguien
importante, probablemente no en la sociedad, si tal vez en el medio de la
política.
Por
esas razones, le inculcó a Betito la idea de aspirar a llegar muy lejos, en la
forma sencilla en que aquel hombre, trabajador y amiguero, concebía el éxito en
la vida. Todo indicaba que había sembrado bien la semilla y que tarde o
temprano el niño inquieto primero, y el joven emprendedor y cargador de carne
después, sería protagonista de grandes logros personales y con mucho, su mayor
orgullo en la vida.
Todas
las historias de vida tienen su encanto, más allá si su final es feliz o no lo
es. Esta sólo es una de tantas, o al menos eso sería, si no fuera porque en la
parte del epílogo o en la cúspide del personaje, llega a causar tanto daño a
quienes de una u otra forma interactúan con él. Si fuera una película me
costaría trabajo clasificarla en el género correspondiente. Empieza como una
gran historia de éxito, ilustrativa, motivacional, luego se convierte en algo
policiaco, suspenso, intriga y creo que al final llega a ser una historia de
terror.
Don Paulo
ya no tuvo la dicha de saborear su orgullo, murió antes de ver la coronación de
aquella épica historia de triunfo tras triunfo. Aquel muchacho, su muchacho, de
manera inexplicable, increíble, fantástica, se convirtió en una especie de Rey
Midas. Todo lo que intentaba lo lograba. Escaló peldaño tras peldaño, éxito
tras éxito. Una historia inexplicable; nadie moderadamente cuerdo daba crédito
a lo que veía. Aquel joven sin preparación académica y sin grandes atributos
personales se convertía en un fenómeno de la mercadotecnia política.
Hasta
cierto momento, la típica historia del chico modesto, humilde, que logra vencer
obstáculos para triunfar, se vende como pan caliente. La sociedad de aquel
pueblo voltea sus azorados ojos hacia aquella figura emblemática que arrastra
multitudes. Se vende la idea y se compra muy bien, a precio caro. Casi todos
los sectores sociales se sintieron atraídos por aquella figura mediática,
carismática, mesiánica. Evidentemente la clase trabajadora, las masas populares
fueron las que más se identificaron con ella (me refiero a la figura). Quien
podría sustraerse a la idea de que llegara al poder alguien de la misma clase,
humilde, sencillo, forjado en la cultura del trabajo, alguien con la
sensibilidad y las vivencias necesarias para comprender su sufrimiento y luchar
codo a codo, de la mano, por las causas justas, comunes, populares.
Había
llegado el momento cumbre, la apoteosis. Se habían logrado todas las metas. Por
fin se puedo encumbrar al hijo de Don Paulo. El pueblo siente que ha sido por
fin empoderado. Todo parece marchar muy bien. Las primeras acciones parecen ser
las esperadas, pero como en las grandes películas, sobreviene un final
inesperado. La armonía se convirtió en desazón, la empatía se convirtió en
rechazo. La sociedad de aquel pueblo lejano empezó a dudar de la autenticidad
de aquella maquinaria política. El rostro afable, atrayente, benevolente, inició
un proceso de transformación y hoy se parece más a Freddy Krueger en pesadilla
en la calle del infierno.
Hacen
su aparición la desconfianza hacia el grupo en el poder, empieza a ser visible
la corrupción gubernamental, el despotismo, el enriquecimiento ilícito y la
falta de respeto a los actores sociales. Los intereses populares y los valores
sociales fueron apartados, los trabajadores abandonados, atacados, vituperados.
La metamorfosis es ahora ostensible, aquel proyecto que pintaba para hacer
historia en el futuro, se ha venido abajo y de aquel vistoso esmoquin sólo
quedan gabardinas cantinflescas. Una oportunidad histórica que se tira a la
basura. No cabe duda que la naturaleza humana es veleidosa. Es muy difícil
sustraerse al canto de las sirenas, al oropel. No cabe duda que el subyugante
aroma del poder, la egolatría, la vanidad y la soberbia son los insumos
perfectos para el apocalipsis político.
En fin,
siempre quedará la honrosa oportunidad del juicio de la historia. Mientras que
de aquel orgullo que platicábamos creo que no queda nada, sólo asoma una triste
estela que anuncia decepción, una tumba sin epitafio, unas tristes lágrimas que
caen del cielo.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.