"Los fantasmas de la vida"
Atardecía
ya en ese día cualquiera. La luz del sol se había ido con cierta tristeza a
pesar de su coqueteo con la luna. La soledad de las calles del pueblo daba un
poco de temor. Nadie caminaba a esas horas a pesar que apenas caía la noche.
Las personas se resguardaban temprano en sus casas y sólo algunas, por una
necesidad extrema, se aventuraban a caminar por las calles. Era la llegada de
la noche una especie de toque de queda natural.
¿Qué
era aquello que provocaba que la gente del pueblo no se atreviera a vivir como
lo hacía antes? ¿Por qué la alegría habitual del pueblo había desaparecido?
Eran preguntas que flotaban en el pensamiento colectivo de ese lugar. Para
indagar sobre ello, es necesario hacer una visita imaginaria a una de las casas
de esta calle que escogimos al azar.
Está en
ella la familia Pérez Rodríguez, un total de cuatro miembros, en torno a la
modesta mesa del comedor. Sus miradas son lánguidas y distraídas. Nadie dice una
sola palabra, se limitan a tomar sus alimentos. La frugal cena se reducía a un
plato de frijoles refritos, un pedazo de queso y café negro con pan dulce.
Juanito,
el más pequeño de los dos hijos de la familia, le pregunta a don Jesús, su
padre, por qué no puede salir a jugar a los “encantados” como lo hacía antes
con sus amiguitos del barrio. Le señala, el gran aburrimiento que sufre desde
hace algún tiempo. Nada de correr en la calle, de ir a jugar al kiosco, ni
comprar churros con Don Benito, o la cena con Doña Pachita “La Gorda”. El corto
entendimiento de sus siete años, no le permite comprender el repentino
enclaustramiento suyo y de su hermana de diez. Lo único cierto es que cada día
que pasa crece más la angustia de sentir la pérdida de su libertad.
Don
Jesús apura el último sorbo de su café y se aclara la garganta antes de
contestar a su pequeño hijo. Ese instante también le daba el tiempo necesario
para acomodar sus pensamientos y saber en qué términos poder explicarle mejor. Voltea
a ver a María, su esposa, con una mirada de complicidad y a la vez pidiendo su
apoyo en esa difícil tarea. Ella consiente con ojos de ternura y le deja sentir
ese aliento y comprensión que su esposo necesita.
“Mira
hijo —inicia su relato don Jesús—. Es difícil que entiendas las razones de un
cambio tan fuerte en las costumbres del pueblo pero intentaré explicarte las
cosas de tal manera que sepas lo que está sucediendo.
Es muy
complicado este asunto, pero la gente está atemorizada porque dicen que en nuestras
calles ronda un espíritu maligno, un fantasma para que mejor me entiendas.
Algunos dicen que son varios y que caminan juntos por las noches. Yo no creía
mucho en esas cosas, pero dicen que a don Abundio “El Menudero” se le apareció
y por poco le da un infarto al pobre viejo. Lo tuvieron que internar en el
hospital privado. Doña Meche dice que ella vio el fantasma de una mujer que la
persiguió desde el molino de nixtamal hasta su casa. Don Chencho, el "Cacahuatero” cuenta que eran dos espíritus de aspecto muy macabro con ojos de
lumbre. Y así muchos vecinos más que por cierto ya no han vuelto a salir por
las noches.”
El
niño, muy atento a las palabras, abría mucho sus ojos como si estuviera
hipnotizado pero pidiendo a su papá que le siguiera contando. A don Jesús no
le quedaba otro remedio que hacerlo. Todos sabemos cómo se ponen los niños si
no los complaces.
"Todos
los habitantes del pueblo intentamos encontrar una explicación a todo esto que
está sucediendo recientemente. Hay muchas versiones y de todo tipo. Algunos
dicen que es un castigo de Dios porque ya no vamos casi a la iglesia, otros que
porque hay mucha droga y prostitución. Otros aseguran que son los jinetes del apocalipsis que están buscando a los que se portan mal y aquí viven varios
políticos. Algunos más aseguran que es un castigo porque hace muchos años
ahorcaron en el patíbulo, en este mismo pueblo, a un gobernador corrupto
condenado por el comendador nacional. En fin, son muchas las historias y no sé
cuál de ellas tenga un poco más de razón. El caso que aquí estamos todos
atemorizados, enclaustrados, viviendo en un ambiente de incertidumbre y
desconfianza.
El niño
se quedó callado unos instantes. Miró a su padre con mucha ternura y señaló:
- Papá,
papito querido. ¿De verdad tú crees en los fantasmas? Te digo porque a mí me
parece que no eres nada miedoso. Siempre te has enfrentado a cosas muy
difíciles y has podido sacarlas adelante. No temes a los animales salvajes del
monte ni a ningún bravucón de cantina. Nunca has tenido miedo de nada ni de
nadie. A mí me parece que te has dejado influenciar por los demás o quizá me
estás ocultando que sólo lo haces por darles por su lado y no te vean como
alguien raro. Por solidaridad con ellos, por amistad.
Don
Jesús le respondió a Juanito con toda la ternura de la que era capaz:
- Hijo
querido, me dejaste sorprendido, aturdido por el alcance de tu reflexión. No sé
con precisión qué es lo que me está pasando ahora. Estoy confundido. Nunca he
sido miedoso pero con tantas cosas que han pasado, y no me refiero a los
fantasmas sino a todas las vejaciones que hemos sufrido por parte de los
poderosos, ya no sabemos si las cosas son de verdad o es una fantasía creada
con el propósito de distraer nuestra atención de los asuntos importantes.
Discúlpame hijo. Creo que esta vez te estoy fallando.
-
No
digas eso papito. Yo te quiero mucho y creo en ti como creo en Dios. Eres muy
bueno y lo que sufres es parte de la vida. Yo he tenido algunos sueños muy
bellos en los que platico con Dios. Él es así como lo pintan en los cuadros,
pero un poco más guapo. En los cuadros y dibujos no le ponen el brillo que
tiene en sus ojos. Me ha dicho, entre otras cosas, que no debo tener miedo nunca,
que cuando lo tenga sólo piense en él y sentiré, sin verlo, su mano apoyando la
mía. Quiero pedirte de favor que mañana en la noche, después de cenar, me dejes
salir a la calle. Caminaré hasta el kiosco y regresaré pronto. No temas te juro
que no me pasará nada. Confía en mí y en Dios. ¿Aceptas?
El
afligido padre, balbuceó y casi lloró, pero era tanta la seguridad de su hijo
que terminó por aceptar. El niño estuvo listo al día siguiente. Con sus
pantalones cortos, su camisa de cuadros y sus cómodos zapatos deportivos.
Después de la rica cena, abrió la puerta y salió. Empezó a caminar rumbo al kiosco por la oscura calle empedrada. Eran pocas las luces que se notaban
cuando sigilosamente se asomaban por las
cortinas de las ventanas. En realidad nadie se atrevió a abrir sus puertas,
mucho menos salir a acompañar al valiente y misterioso chaval. Todos dentro de
sus casas, dando vuelo a la imaginación, pensando en los apuros y el terror que
debía estar sufriendo el atrevido niño.
Así
pasó aquel momento. Juanito Pérez regresó sano y salvo a los brazos de su
padre. Todos estaban muy preocupados. El niño entró con calma, con una sonrisa
en su rostro. Su padre impaciente le preguntó si vio los fantasmas, si le
hicieron algo, qué cómo eran y él solo respondió con mucha seguridad:
- No
te preocupes papá, ni tampoco los demás. Sí me salieron al paso varios de
ellos, y sí que son horribles. Son tan feos que debemos sacarlos de nuestras
vidas para siempre. No sé cuál sea más feo, si el fantasma de la ignorancia, el
de la pobreza o el del odio. Pero a mí no me dan miedo, sé que con la luz de
nuestras vidas, la educación y el amor a nuestros semejantes, no volverán a
asustarnos nunca más. Te quiero padre.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.