La
tarde ya estaba entrada ese sábado de invierno, pero no tanto como lo estaban
los integrantes de la familia Tomillo que, desde antes de “la hora del diablo”,
ya le tupían recio a los “chupirules”. La reunión mañanera (no confundir con la
de nuestro preji) estaba encabezada por don Demetrio Imedio, el abuelo materno
del ruidoso clan, quien llevaba el compás del jolgorio, tanto por autonombrarse
administrador único y plenipotenciario de la hielera donde reposaban los
misiles, cheves, chelas o como gusten llamarles, como por ser el alegre
moderador de los chascarrillos, puntadas y demás “elementos técnicos” de esa
buena velada.
Era
muy curioso ver al hombrecillo aquel en medio del grupo de jóvenes, la mayoría
con cuerpos recios y estaturas descomunales. De pronto me parecía ver la
estampa de Blanca Nieves y los siete enanos, pero en versión masculina (bueno
al menos en el personaje central porque ni era blanca (don Demetrio era un
punto menos que color de llanta) ni tampoco era una linda jovencita porque era
el más feo de los veteranos de esa camarilla.
Si
fuera un aficionado a las flores diría que aquella imagen era como un bien
formado girasol, en el que don Demetrio era el centro o el núcleo y los alegres
muchachos serían los pétalos que lo rodeaban, aunque con la aclaración que este
girasol tenía el más pequeño de los círculos o centros que se hayan visto,
mientras que los pétalos pecaban de tamaño. Dejemos de lado estas insulsas
analogías y acerquémonos a ver qué es lo que sucede en el borlote.
El
ambiente era de primera, lleno de risas y chacoteo. Pareciera que alguien roció
el lugar con gas hilarante y todos lo aspiraron con fruición. Pero nada de eso
sucedía, todo era normal, la risa general de los contertulios era producto de
la alegría y la chispa que la mayoría poseía, y cómo no, si casi todos eran
nativos del populoso y bravo barrio de “Salsipuedes”. Ahí todos eran de armas
tomar, bravos para el moquete y el patín pero fraternos y solidarios entre
ellos y la raza cercana. Ahí estaban en la brega los más pesados del rumbo,
Pancho “el Molote” que un domingo anterior acababa de salir del tambo; a un
lado de él andaba el buen Juancho Zacarías, siendo blanco de las miradas por su
nuevo y extravagante corte de pelo; también estaba chupando con ellos Nicho “el
pájaro loco”, con setecientas horas de vuelo en el bisnes del hachís, ahora ya
legalizado. Ni qué decir del jorobado del Poncho Naylon, alias el “Cuauhtémoc
Blanco de Zacatepec”, un buen futbolista venido a menos por una crisis
existencial sufrida en su natal Morelos.
Así pasó la mañana, el mediodía, la tarde y,
ya llegada la noche, el barullo crecía en vez de apagarse. La algarabía subía de tono pues don Demetrio
pasó varias veces el sombrero de la “cooperacha” para el “desempance” y nadie se
iba del punto. Daba la impresión de ser un disciplinado ejército con una
impecable formación, dirigida por un espectacular comandante, un extraordinario
general. Me recordó al ilustre Napoleón Bonaparte y su poderoso ejército
francés que conquistó medio mundo haciendo caso omiso al “bulling” que
provocaba su escasa estatura, condición que toreó aduciendo que “la estatura no
se mide de la cabeza al suelo sino de la cabeza al cielo”. Así me parecía aquel
ejército de soldados galos (que más bien eran “persas” y hebreos”) comandados
por aquel pequeño pero grandioso líder y estratega sin par, el ilustre Demetrio
Imedio.
Pero
todo buen sueño tiene su pesadilla. Así como Napoleón tenía su Josefina, la
doña que lo controlaba (valiéndose de quién sabe qué medios) así el pequeño
Demetrio tenía también su Josefina, aunque la suya (la de él) se llamaba doña
Domitila, una damita más chaparrita que él (sí, aunque no lo crean) había
alguien más bajita que el “Napito” de este chisme. Cuando les dieron las diez y
las once, las doce y la una… (Ups ya parece canción de Sabina) y el ambiente
estaba en plena apoteosis, se escuchó el ruido de una puerta que se abrió de
golpe. Nadie le dio importancia a ese ruido insignificante y todos siguieron la
farra. Únicamente el pequeño mangoneador de la tertulia arqueó la ceja del ojo
izquierdo y de reojo vio la larga sombra que se proyectaba sobre la luz que
daba el foco de la entrada de su casa, justo enfrente de donde se ubicaba la
bola de pedernales. Rápidamente hizo el “TeamBack” (reunió a la bola de beodos,
pues) para los que no sepan hablar inglés, quién sabe qué choro mareador les
aventó pero todos, incluso él, le entraron al centro con su billete de a
doscientos “varos” y se hizo la roncha.
Enseguida,
se armó una especie de silencio expectante mientras se veían unos a otros.
Demetrio, se sirvió otro alipús bien cargado y se lo empujó de un solo golpe.
Antes de que terminara el estridente ¡Ah, qué rico! Se agachó, recogió el
bonche de billetes apilados en el piso, se los echó a la bolsa justo antes de
que doña Domitila se le prendiera como lapa de la oreja y lo levantara en vilo.
—Eh,
abuelo deja ese dinero, perdiste la apuesta. Dijiste que “a ti nadie te
regañaba” y te la jugaste (la lana) a que tu vieja no te gritaba. Perdiste,
deja la lana.
Ya
casi entrando a su casa y con la oreja más larga que un tentáculo del Kraken,
arguyó el hombrecito:
—Yo
aposté que mi vieja no me gritaba y gané. Fíjense bien, me metió a la casa,
pero calladita, sin decir media palabra… así que la apuesta es mía, mi mujer NO
me gritó. ¡Loosers!
El
tremendo portazo en la casa de Demetrio Imedio cerró el capítulo de esa noche
de ronda (redonda para el ingenioso elfo del barrio Salsipuedes) pues si
descontamos el jalón de orejas y la vergüenza sufrida ante la "distinguida" concurrencia (pos cuál) todo lo demás salió a pedir de boca, como casi siempre.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.