Era
casi de noche cuando el maestro rural Fidel Martínez llegaba a San Benito de
las Urracas.
El
sudor perlaba su polvorosa frente, sus manos y ropas eran una expresiva muestra
del estado atroz en que le había dejado aquella terrible caminata de más de
cinco horas por los áridos parajes de la sierra.
Ya ni
siquiera recordaba cuantas veces había recorrido esa ruta. Una polvorienta brecha
de esas que les llaman "camino de herradura" en alusión directa a la
mula, transporte más usual en esos rumbos, aunque mejor diré "remuda"
como allá le llaman, para evitar que algún politiquillo se sienta aludido o agraviado.
El
acompasado silbido del "Profe Fidel", como le llamaban en su
escuelita rural, parecía mezclarse con el viento que soplaba tímidamente en
aquel atardecer invernal. El cansado maestro ya había perdido la cuenta de las
canciones que silbó en aquella larga caminata, mucho menos recordaría cuáles integraron
su amplio repertorio. Haciendo un gran esfuerzo, se acordó sólo de "La
cucaracha", "La Adelita" y "Viva mi desgracia". No sé
si con ésta última se animaba o se resignaba a llevar a cabo la difícil tarea
educativa en aquel remedo de escuela, en un sitio tan alejado de la
civilización, allá "donde da vuelta el aire".
Al fin
llegó Fidel hasta la flamante "Casa del Maestro". Créanme que daba
tristeza ver esa choza de unos nueve metros cuadrados. Estaba construida con
una especie de palma seca amarrada con lianas naturales. El interior del
modesto alojamiento no era más afortunado que la paupérrima presentación del
exterior. Un catre con patas de madera y lienzo de mecate, que una vez abierto
apenas si dejaba espacio para una vieja silla de fabricación doméstica y un guacal
desvencijado que hacía las veces de comedor y mesa de trabajo.
Dejemos
de lado la descripción del mísero menaje de la casa del maestro y
adelantémonos al día siguiente, un día normal de labores. ¿A poco no tienen
curiosidad de ver cómo sería un día de escuela con el maestro Fidel? ¡Seguro
que sí! Hum, mejor cambio por un ¡Claro que sí! Para que no se confunda con
cierta frase local de malos recuerdos.
Las
clases comienzan poco después de despuntar el alba. Para que decir la hora si
nadie cuenta con reloj, ni siquiera el maestro, aquí todo se maneja a tanteo.
Los chiquitines son muy madrugadores, desde muy temprano se van a estudiar y sus
padres a buscar algo de trabajo o algunas subsistencias a los poblados más
cercanos.
El
Profe Fidel está listo, fresco como una lechuga. Ocho estudiantes, 6 niños y 2
niñas, cuyas edades fluctúan entre los 6 y los 11 años, están ahí entre
confusos y animosos. Un par de libros, una silla de madera y un pequeño
pizarrón son los únicos elementos del equipamiento escolar. Unos pedazos de gis
y un trapo viejo para borrar son sus más preciadas herramientas. Los pupitres de la
clase unos ecológicos troncos de árbol. Antes de iniciar la clase, el maestro
convida a su alumnado dulces de piloncillo y cacahuate que trajo de su último
viaje a la capital del estado. Los pequeñines sonríen contentos mientras
saborean sus dulces, son pocas las ocasiones que lo pueden hacer. En la
inhóspita comunidad sólo existe una tiendita en casa de doña Jacinta quien surte
su escasa mercancía cuando visita al médico en la ciudad. Así, entre risas,
comentarios y letras, el profesor con su vasta experiencia y una paciencia de
santo, logra ilustrar un poco las cándidas mentes de aquellos discípulos tan
especiales.
Fidel, de
52 años de edad, ha trabajado durante dos terceras partes de su vida en
comunidades como esa, el nombre es lo de menos, lo mismo da San Benito de las
Urracas que San Miguelito de los Venados o cualquier otro. Lo digno de
reconocer es el sacrificio, la dedicación y el amor a su profesión. Lo que vale
la pena es el trabajo que ha realizado con los niños y niñas de esas latitudes
que difícilmente tendrían acceso a la educación.
Son
abundantes las penurias que ha sufrido Fidel durante su vida profesional, desde
que se convirtió en maestro rural a los diecisiete años. Un salario raquítico
sin mayores prestaciones, menospreciado siempre por los caciques magisteriales
que favorecen con los mejores puestos y privilegios a sus familiares y amigos o
comercian con las plazas. Nuestro maestro rural cuenta, entre sus anécdotas,
que un líder de maestros lo castigó por criticarle la falta de apoyo para su
trabajo y el abandono de las pocas escuelas en esas zonas marginadas. Se quejó
de las inconsistencias del sistema educativo, de la corrupción, del manejo
electoral del gremio, de los profesores que cobran sin trabajar y otras cosas,
pero como vio que no funcionaba nada de eso decidió dedicarse en cuerpo y alma
a su trabajo. Es indispensable reconocer antes de continuar que como en todos
los gremios, en el magisterio también existen malos, regulares y buenos
maestros.
El
resultado de la labor del Profe Fidel está ahí, ha enseñado a leer y escribir a
miles de niños y niñas en zonas indígenas y trabajando, casi con sus propios
recursos, ha logrado acreditarles el nivel primaria completo. Ojalá hubiera más
maestros comprometidos como él que, además de su labor docente, apoya a la
comunidad con orientación y gestión social para resolver problemas como la carencia
de sus servicios básicos, llevando, en varios sentidos, la luz a sus
agradecidos pobladores.
Escribí
esta historia porque quiero dedicarla a mis amables lectores que les gusta tanto
la narrativa y como un homenaje a los hombres y mujeres que, con la excelencia
de Fidel, dedican gran parte de su tiempo y su vida a rescatar de la ignorancia
a muchos seres humanos. Muy especialmente para quienes hacen de esta profesión
un verdadero apostolado. Cualquier parecido con alguna historia de la vida real,
es una afortunada coincidencia. ¡FELIZ DÍA DEL MAESTRO!
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com