sábado, 13 de mayo de 2023

"El oro maldito"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"El oro maldito"


  Había hace muchos años un pueblo llamado San José del Progreso. Era un lugar muy próspero a pesar de estar enclavado en una región muy lejana e inhóspita. No era una localidad muy grande, pero sí muy poblada. La razón era que en el río que bordeaba el pueblo se ubicaban las vetas de minerales preciosos más importantes de la región. 

 Desde que se dio a conocer la noticia que en el río se encontraban sin mucha dificultad las pepitas de oro más grandes y valiosas que existían en esos tiempos, se generó una movilización exagerada de gambusinos que llegaron con la ilusión de hacerse ricos de la noche a la mañana.

 Los pobladores originales del pueblo no vieron con buenos ojos la llegada de esas hordas que crearon inquietud e inestabilidad social. Uno de ellos fue don Crescencio Cervantes, el concejal y fundador de aquel antiguo asentamiento. Él y su esposa, doña Margarita, siempre fueron impulsores del orden, el trabajo, la disciplina y la paz. Se podría decir que habían logrado mantener un clima de armonía entre los ciudadanos, eso hacía que vivieran felices hasta entonces. Todo cambió cuando los buscadores de oro llegaron y se aposentaron en las pocas casas vacías. Los que no lograron hacerlo, improvisaron sus chozas a las orillas del pueblo, cerca del cauce del río.

 Aunque llegaron algunas familias decentes que buscaban mejor calidad de vida, la gran mayoría eran aventureros de vidas disipadas que empleaban el dinero obtenido para costear sus vicios. Esa penosa cuestión pronto se notó y la paz que se respiraba se fue perdiendo. Empezaron los escándalos, las riñas, la prostitución. El vicio se enseñoreó del otrora tranquilo pueblo y pronto se suscitaron hechos sangrientos entre los ebrios fuereños, llegando a las lesiones y los asesinatos.

 A pesar de que había muchos borrachos escandalosos y agresivos, la situación podía ser controlada por el eficiente concejal, pero quienes los lideraban y los inducían al mal camino eran los hermanos Contreras, Pancho, Gerónimo y Abel, verdaderos demonios, hijos del vicio y la ambición desmedida. A pesar de la súbita invasión, la vida no era tan hostil en el pueblo hasta que llegaron esos auténticos depredadores. Se perdió toda esperanza de rescatar la paz social. Don Crescencio habló en muchas ocasiones con los tres hermanos y solo encontró la burla y la humillación como respuesta. No hicieron nada en contra de él, porque sabían del respeto que la gente le tenía y no quisieron echársela encima y hasta ahí llegó el asunto.

La situación se fue agravando con el paso del tiempo y se tornó insoportable. Eso lo sabían muy bien las personas decentes que sufrían con el drástico cambio por el auge del oro. Sabían que debía hacerse algo para resolver ese problema ocasionado por los villanos que les arrebataron la paz.

 Hubo varias reuniones en las oficinas del concejal Cervantes. Los vecinos más decentes y más decididos hablaron con la querida pareja, tratando de encontrar una solución definitiva al problema. La prudencia les indicaba que no debían enfrentarse a los hermanos Contreras, la violencia solo sería favorable a estos, acostumbrados a los peores escenarios. Para vencerlos a  ellos y su camarilla cercana había que utilizar la inteligencia, así que fraguaron un plan con una idea expuesta brillantemente por doña Margarita. Después de ponerse de acuerdo había que mantenerlo en el más absoluto secreto.

 Fueron las mujeres las que tuvieron una participación más activa en el desarrollo del plan. A varias de ellas, las más hacendosas, se les vio organizándose para preparar un convivio. Se trataba de invitar a los hermanos Contreras y a la docena de esbirros que les apoyaban. Fue don Crescencio quien, asumiendo una actitud humilde, se presentó en la choza de esos truhanes para decirles que había organizado una comida en su honor con el propósito de desagraviar su actitud, que quizá no fue muy amable anteriormente y que tal vez hasta pudieran negociar algunas cosas con ellos y sus hombres.

 Los bravucones sonrieron burlones al escuchar las palabras del concejal. Se sintieron vencedores y halagados al ver su  actitud sumisa. Aceptaron la invitación y se prepararon para disfrutar de la prometedora comilona, imaginando que habrían también de paladear algunos vinos exquisitos.

 Se llegó el sábado, día del convivio por la “paz”. Todo se veía normal. El patio de la concejalía lucía pulcro y la amplia mesa cubierta con el blanco mantel invitaba a disfrutar las ricas viandas que seguramente prepararían para ellos. Solo estaban en el evento los hermanos y sus “doce apóstoles”. Había tres mujeres y dos hombres. Ellas servían las quesadillas de hongos y la sopa que preparó especialmente doña Margarita y los hombres los vasos llenos de fino mezcal que los “distinguidos” invitados bebían con fruición. Don Crescencio acompañaba en la cabecera de la mesa a los matones, mientras que en la calle había varios hombres parados cerca de un tractor con un remolque de redilas estacionado cerca del lugar.

 Así pasó la tarde y llegó la noche con su oscuro manto. Después de ese día, nadie volvió a ver en el pueblo a los malandrines ni a sus jefes, los hermanos Contreras. Muchos dicen que se pelearon con otros gambusinos y se marcharon llevándose el oro de los vencidos. Otros dicen que eran tan malvados que se “los llevó el diablo”. En los pueblos la gente es muy dada a inventar cosas, y qué bueno que así sea. Lo que cambiaría mucho la historia, sería que todos supieran que doña Margarita era una mujer experta en el conocimiento de los hongos y hierbas silvestres. Sabía distinguir muy bien entre los hongos comestibles y los venenosos. De esa manera, ella podría evitar que alguien pudiera morir por equivocarse al elegirlos. Después de que desaparecieron los malos del cuento, los moradores del pueblo vivieron felices para siempre.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.