La
habitación estaba a media luz en aquella noche que recién se apoderaba del
lugar. Don Angus Tiadón levantó su vista y divisó por la ventana el último rayo
de sol que se ocultaba en el horizonte campirano. Así se sentía él, como una
tarde que se acaba o una luz que se apaga, aunque sin la esperanza de renacer
por la gracia de Dios al día siguiente.
Hacía pocos
meses que decidió ir a esa casa de campo construida en el terreno que heredó de
su padre ya fallecido muchos años atrás. No fue la belleza del lugar la que lo
incitó a recluirse ahí para pasar los últimos momentos de su vida (como dijo al
dejar el bullicio de la ciudad). No fue tampoco el hermoso lago pletórico de
peces con muelle aledaño a la cabaña, ni los majestuosos amaneceres al pie de
la montaña que regalaba diariamente aquel paraje. En realidad ni siquiera sabía
a ciencia cierta qué era lo que hacía que estuviera ahí solo, sin hablar con
nadie ni siquiera por teléfono.
Abrió
lentamente la botella de vino tinto y se sirvió una copa generosa que bebió de
un solo tirón. La suave acidez de la uva le calentó la garganta y le produjo un
calorcillo agradable. Fue un buen indicio y sirvió el siguiente trago.
Enseguida acercó su sillón favorito y la mesita de servicio a la ventana.
Quería disfrutar del aire fresco que corría con alegría en esa época del año,
quizá esos detalles gentiles de la naturaleza resultaban más alentadores que
muchas cosas que habían pasado en su vida. En plena vejez, en el ocaso de su
vida, sentía que ésta no tenía ningún sentido, ni lo había tenido nunca. No
obstante haber tenido mucho dinero, viajes y placeres, además un matrimonio con
una hermosa dama que le dio dos hijos, un niño primero y una niña después.
Tomó la
tercera y la cuarta copa y se sintió relajado. Muy pronto la salada humedad de
sus ojos le hizo saber que la melancolía se había apoderado de él. No había ya escapatoria
posible, sabía que esa tristeza profunda solía ser como un demonio que lo
poseía inmisericorde y no había exorcismo alguno capaz de expulsarlo de su
alma. Siempre ocurría lo mismo, tomara licor o no lo hiciera. La única
diferencia es que cuando bebía sentía que podía aguantar un poco más esa
maldita sensación de soledad, hastío y desesperanza. No podía evitar que
aquellos aciagos recuerdos atropellaran su mente y golpearan con saña su
cansado corazón. Cada vez era más insoportable el dolor que sentía ante el
despiadado desfile de imágenes en su cabeza. Con frecuencia creía que iba a
morir porque solo así se explicaba que toda su vida pasara ante sus ojos en
unos instantes.
Ahí
estaba la figura de su padre, que le dejó dinero pero nunca le heredó cariño ni
dignidad. El rostro borroso de su madre que murió cuando apenas era un niño. Las
risas burlonas de varios amigos que en realidad solo lo fueron cuando
necesitaron de su ayuda económica. Parientes lejanos que se convirtieron en
cercanos por el aroma del dinero. Novias interesadas que le sacaron algo más
que suspiros y líquido seminal. Pero todas esas acciones viles no eran nada
comparadas con el desamor de sus hijos y su falta de respeto hacia él, que les
dio todo lo que necesitaban incluso algo invaluable que se llama amor y aun así
lo traicionaron haciendo equipo con su cruel progenitora.
Hubo
muchos momentos dolorosos en su larga vida pero pocos le afectaron en realidad.
Lo de sus amigos falsos ni cosquillas hicieron en su ánimo. Lo de las improvisadas
y cariñosas novias lo dio por bien
pagado. Los parientes lejanos quedaron como al principio, muy lejanos de su
vida y le sacaron muy poco dinero. Quizá lo que hizo un poco más de mella en su
ánimo fue lo de sus hijos que le hicieron la mala jugada de un desfalco al
limpiar una de sus muchas cuentas bancarias, aunque fueron tan mensos que
eligieron la de menor cuantía. Dolió más lo moral (o mejor dicho lo inmoral de
la acción) de ellos, de su propia sangre, aunque también ese dolor fue mitigado
después, cuando supo que no era su sangre la que llevaban en sus venas sino la
de Chepin Monma, su mejor amigo de toda la vida y confianzas, que resultó ser
el verdadero padre de sus queridos
hijos y, al final de cuentas, quien cargó con ella, su adorable esposa, llevándosela junto con sus hijos a quién sabe
dónde.
«Ahora
me explico por qué salieron tan traidores —dijo sonriendo el viejo—cuando se
enteró de ese dato casual e insignificante que abolía su paternidad y su
congoja»
Cuando
abrió la tercera botella se sentía mucho mejor. Sus ojos estaban llenos de
chispa y la tristeza no se veía por ningún lado. Ya hasta había puesto el
tornamesa con casetes de Gino Vannelli al principio y de “rompe y rasga” al final. Hasta se animó a bajar la guitarra acústica que tenía colgada en
la pared y le rascó las cuerdas un rato con lo poco que le entendía al
pentagrama. Cuando llegó el momento de abrir la cuarta botella de tinto, su
estado de ánimo era otro. La luna plena que se perfilaba en su ventana le causaba
emoción y cierta alegría. Las miles de estrellas que completaban el cuadro la
hacían concebir nuevas aventuras en sus viejos años. Bebió otro sorbo largo de
la copa de cristal y dijo para sus adentros:
—¡Bah!
Me olvidaré de babosadas y viviré mi vida a plenitud. Fuera de mi camino toda clase de
tristeza. Desde hoy volveré a coquetear con la fortuna.
Tomó el
teléfono móvil y marcó un contacto que decía: “Fortune”, enseguida dijo en un
maltrecho y acentuado francés: “¿Vous souhaitez venir passer plusieurs nuits
avec moi ? Del otro lado de la línea se escuchó una melodiosa y sensual voz que
dijo:
—¡Oui mon amour!
Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el rostro
iluminado de don Angus. No importan si son miles las trabas que te impone la
vida, siempre hay formas de capotearlas, ni tampoco interesa la fuerza de los
apellidos, si es López, Pérez o Tiadón, para la vida: todos valen igual. Todo
dependerá del amor y el respeto que tú le pongas al que portas.
RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE
SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO
ACTIVO FRECONAY, A.C.