miércoles, 15 de febrero de 2017

"Otra vez la burra al..."


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita





"Otra vez la burra al..."


El canto desentonado del gallo pinto de mi tío Porfirio agredió mi aletargado sentido de la audición. Entiendo que es parte de su “trabajo” pero hubiera preferido ser despertado con algo de Vivaldi o de Mozart. Pero que se le podía pedir al pobre gallo despeluzado. Al que cualquier día que apretara un poco la crisis sería el mero protagonista de algún caldo calientito. Eso sería cuestión de tiempo ya que, como van pintando las cosas con esas “dizque reformas estructurales”, además del pobre gallo nos vamos a comer a la borrega, a las chivas, al América (ah no, a ese no porque me da diarrea) y todo lo que tenemos en nuestra humilde casa del rancho.

El chascarrillo anterior fue sólo para despertarme bien a bien. A los que le entendieron, les ofrezco una disculpa por lo baboso de la puntada, a los que no le captaron, pues será para la otra, que al fin y al cabo los que conocen mi estilo sabrán que no será nada remoto que eso suceda.

Mi tío Porfirio ya estaba levantado desde hacía buen rato. Me parecía algo raro que se estuviera rasurando los pocos pelos que le salían donde va el bigote. Mi tía Domitila ya trajinaba por todos los rumbos de la  casa y principalmente por la cocina, en donde ya se apreciaba el aroma de su café de olla, el “Domitila Special” (así le llamaba yo para decir que no le pedía nada al de Starbucks).

Yo no entendía nada de lo que sucedía, sólo sabía que tenía que acompañar a mi tío al pueblo cercano porque según habría una función de circo, así les decía yo a las campañas electorales en ese tiempo (y en éste también). Ya me lo había dicho desde dos días antes y a mí me fastidiaba ese tipo de cosas, pero no podía faltar a la promesa de obediencia que le hice a mi papá cuando me dejó encargado con su hermano mayor. El tío Porfirio en realidad no se llamaba así, su nombre era Pedro, pero todos le decían Porfirio porque desde joven tenía un ojo de vidrio. Y ese no es chiste, si hasta le relumbraba el ojo cuando te “miraba” fijamente. Otra de las razones por las que no le gustaba su nombre verdadero es porque había varios señores que se llamaban igual y era un problema cuando lo buscaban ya que se oía muy agresivo cuando la gente contestaba. ¿Qué Pedro?

Bueno, dejémonos de chistes involuntarios y vayamos al asunto que nos trajo aquí. Ahí vamos mi tío y yo caminando de prisa, procurando que no nos deje el camión que nos llevará al pueblo vecino, donde se juntarán las personas de todas las comunidades de esa zona. Me puse atento para entender qué significaba aquel ritual de palabras y aplausos. Era raro ver que no coincidían en nada las continuas palmas que solicitaban, tanto el viejo bigotón y chaparro que tenía el micrófono como las guapas edecanes, con la cara de fastidio de todos los presentes. El chaparrito, que sonreía mucho a pesar de que el sudor le corría por su cara cercana al suelo, llevaba una camisa con los colores de la bandera mexicana, un pantalón de mezclilla azul y unas botas picudas. Todo eso hacía que mi imaginación lo confundiera con el ratón vaquero de la canción de “Cri-Crí, el Grillito Cantor”. Conste que lo de vaquero lo digo por el atuendo. Lo de ratón, pues eso se los dejo a su imaginación.

El pueblo estaba atestado. De todos lados llegaban camiones “guajoloteros”, algunos tan fregados que era una verdadera “Victoria” que llegaran a su destino (Nótese mi versión del origen del nombre de cierta franquicia de transporte de pasajeros). Había camionetas “Suburban” muy elegantes, “vochos”, camionetas de carga, ganaderas y de todo tipo. Al parecer intentaban hacer que aquello pareciera una auténtica fiesta a la que llegaban alegres multitudes y no sombríos contingentes de acarreados. A mí me parecía que, además de las tortas y los refrescos que repartían, había algo más que hacía que toda aquella gente, pobre la mayoría, estuviera ahí. No entendía esos términos del “voto duro” o la estructura cautiva. No alcanzaba a comprender los trasfondos de aquellos rituales extraños en los que los paganos (y vaya que se paga durante seis o tres años) veneraban al becerro de oro.

Era una sensación algo rara estar entre ese maremágnum sin saber que hacer o que entender. Era muy joven para comprender los vericuetos de lo que pomposamente a la fecha siguen llamando política. Sin embargo, tenía una gran fortaleza a mi favor, algo que muchas veces me sacó y me sigue sacando de apuros, me refiero a mi intuición, ese maravilloso poder que me convertía o me hacía sentir como un héroe salido de la mejor historieta. Entre toda esa parafernalia, ritos y exorcismos que tenían un solo significado, (controlar la voluntad de los acarreados) aprendí a leer el rictus y la mirada de aquella gente que parecía obnubilada. Su mirada perdida, su torvo  caminar y la baba en su sonrisa desfigurada, me hacía imaginarlos como auténticos zombis. Creo que de eso se trataba todo aquello. Quizá hayan variado los métodos o las formas, pero el resultado es el mismo. Siguen caminando por las calles de nuestro país miles de zombis, aunque si antes me daban miedo, hoy sólo me dan lástima.

Alguien decía que las historias, como las modas, siempre se repiten. En las cosas políticas no cabe duda que eso es cierto. Son décadas de lo mismo, de las promesas fastuosas, pero incumplidas, de las impresionantes piezas retóricas, de las actuaciones memorables de políticos de baja estofa que deberían estar en la “Carpa Ofelia” y no en los puestos de gobierno donde se enriquecen impunemente.

Historias van e historias vienen y nada cambia. “Otra vez la burra al trigo”, “Va de nuez…” o la frase que quieran usar para ejemplificar el fastidio que causan las “épocas electorales” en las que todo se matiza y se vuelve agradable, donde de la nada aparecen personajes mesiánicos, sujetos cargados de una poderosa personalidad que subyuga y enamora, al grado que sus promotores terminan creyendo su propia falacia.

“Encantador” periodo de la música emblemática, los lemas cursis y pegajosos, las caritas sonrientes que se te aparecen en cada esquina. Los tiempos en que el sangrón de tu vecino que nunca te saludaba ahora te llama hermano. La resurrección de los muertos que despiertan cada tres o seis años. El que es Amado, por su perseverancia. Casi llega la temporada electoral que coincidirá con la primavera y las flores, donde todo parece ser un cuento de hadas, pero el real verdor de la esperanza no se ve por ningún lado. La temporada de la fantasía, en la que el “Ángel de la bondad” se da vuelo transformando en príncipes valientes a un montón de ogros panzones y “vaquetones”. En fin, solo queda esperar a ver que nos van a ofrecer esta vez y qué tanta gente se lo va a creer. Lo que sí es cierto es que ahí va…”Otra vez la burra al…”

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