"Otra vez la burra al..."
El
canto desentonado del gallo pinto de mi tío Porfirio agredió mi aletargado
sentido de la audición. Entiendo que es parte de su “trabajo” pero hubiera
preferido ser despertado con algo de Vivaldi o de Mozart. Pero que se le podía
pedir al pobre gallo despeluzado. Al que cualquier día que apretara un poco la
crisis sería el mero protagonista de algún caldo calientito. Eso sería cuestión
de tiempo ya que, como van pintando las cosas con esas “dizque reformas
estructurales”, además del pobre gallo nos vamos a comer a la borrega, a las
chivas, al América (ah no, a ese no porque me da diarrea) y todo lo que tenemos
en nuestra humilde casa del rancho.
El
chascarrillo anterior fue sólo para despertarme bien a bien. A los que le
entendieron, les ofrezco una disculpa por lo baboso de la puntada, a los que no
le captaron, pues será para la otra, que al fin y al cabo los que conocen mi
estilo sabrán que no será nada remoto que eso suceda.
Mi tío
Porfirio ya estaba levantado desde hacía buen rato. Me parecía algo raro
que se estuviera rasurando los pocos pelos que le salían donde va el bigote. Mi
tía Domitila ya trajinaba por todos los rumbos de la casa y principalmente por la cocina, en donde
ya se apreciaba el aroma de su café de olla, el “Domitila Special” (así le
llamaba yo para decir que no le pedía nada al de Starbucks).
Yo no
entendía nada de lo que sucedía, sólo sabía que tenía que acompañar a mi tío al
pueblo cercano porque según habría una función de circo, así les decía yo a
las campañas electorales en ese tiempo (y en éste también). Ya me lo había
dicho desde dos días antes y a mí me fastidiaba ese tipo de cosas, pero no
podía faltar a la promesa de obediencia que le hice a mi papá cuando me dejó
encargado con su hermano mayor. El tío Porfirio en realidad no se llamaba así,
su nombre era Pedro, pero todos le decían Porfirio porque desde joven tenía un
ojo de vidrio. Y ese no es chiste, si hasta le relumbraba el ojo cuando te
“miraba” fijamente. Otra de las razones por las que no le gustaba su nombre
verdadero es porque había varios señores que se llamaban igual y era un
problema cuando lo buscaban ya que se oía muy agresivo cuando la gente contestaba.
¿Qué Pedro?
Bueno,
dejémonos de chistes involuntarios y vayamos al asunto que nos trajo aquí. Ahí
vamos mi tío y yo caminando de prisa, procurando que no nos deje el camión que
nos llevará al pueblo vecino, donde se juntarán las personas de todas las
comunidades de esa zona. Me puse atento para entender qué significaba aquel
ritual de palabras y aplausos. Era raro ver que no coincidían en nada las
continuas palmas que solicitaban, tanto el viejo bigotón y chaparro que tenía el
micrófono como las guapas edecanes, con la cara de fastidio de todos los
presentes. El chaparrito, que sonreía mucho a pesar de que el sudor le corría
por su cara cercana al suelo, llevaba una camisa con los colores de la bandera
mexicana, un pantalón de mezclilla azul y unas botas picudas. Todo eso hacía
que mi imaginación lo confundiera con el ratón vaquero de la canción de
“Cri-Crí, el Grillito Cantor”. Conste que lo de vaquero lo digo por el atuendo.
Lo de ratón, pues eso se los dejo a su imaginación.
El
pueblo estaba atestado. De todos lados llegaban camiones
“guajoloteros”, algunos tan fregados que era una verdadera “Victoria” que
llegaran a su destino (Nótese mi versión del origen del nombre de cierta franquicia de
transporte de pasajeros). Había camionetas “Suburban” muy elegantes, “vochos”,
camionetas de carga, ganaderas y de todo tipo. Al parecer intentaban hacer que
aquello pareciera una auténtica fiesta a la que llegaban alegres multitudes y
no sombríos contingentes de acarreados. A mí me parecía que, además de las tortas
y los refrescos que repartían, había algo más que hacía que toda aquella gente,
pobre la mayoría, estuviera ahí. No entendía esos términos del “voto duro” o la
estructura cautiva. No alcanzaba a comprender los trasfondos de aquellos
rituales extraños en los que los paganos (y vaya que se paga durante seis o
tres años) veneraban al becerro de oro.
Era una
sensación algo rara estar entre ese maremágnum sin saber que hacer o que
entender. Era muy joven para comprender los vericuetos de lo que pomposamente a
la fecha siguen llamando política. Sin embargo, tenía una gran fortaleza a mi
favor, algo que muchas veces me sacó y me sigue sacando de apuros, me refiero a
mi intuición, ese maravilloso poder que me convertía o me hacía sentir como un
héroe salido de la mejor historieta. Entre toda esa parafernalia, ritos y
exorcismos que tenían un solo significado, (controlar la voluntad de los
acarreados) aprendí a leer el rictus y la mirada de aquella gente que parecía
obnubilada. Su mirada perdida, su torvo caminar
y la baba en su sonrisa desfigurada, me hacía imaginarlos como auténticos
zombis. Creo que de eso se trataba todo aquello. Quizá hayan variado los
métodos o las formas, pero el resultado es el mismo. Siguen caminando por las
calles de nuestro país miles de zombis, aunque si antes me daban miedo, hoy
sólo me dan lástima.
Alguien
decía que las historias, como las modas, siempre se repiten. En las cosas
políticas no cabe duda que eso es cierto. Son décadas de lo mismo, de las
promesas fastuosas, pero incumplidas, de las impresionantes piezas retóricas, de
las actuaciones memorables de políticos
de baja estofa que deberían estar en la “Carpa Ofelia” y no en los puestos de
gobierno donde se enriquecen impunemente.
Historias
van e historias vienen y nada cambia. “Otra vez la burra al trigo”, “Va de
nuez…” o la frase que quieran usar para ejemplificar el fastidio que causan las
“épocas electorales” en las que todo se matiza y se vuelve agradable, donde de
la nada aparecen personajes mesiánicos, sujetos cargados de una poderosa
personalidad que subyuga y enamora, al grado que sus promotores terminan
creyendo su propia falacia.
“Encantador”
periodo de la música emblemática, los lemas cursis y pegajosos, las caritas
sonrientes que se te aparecen en cada esquina. Los tiempos en que el sangrón de
tu vecino que nunca te saludaba ahora te llama hermano. La resurrección de los
muertos que despiertan cada tres o seis años. El que es Amado, por su
perseverancia. Casi llega la temporada electoral que coincidirá con la
primavera y las flores, donde todo parece ser un cuento de hadas, pero el real
verdor de la esperanza no se ve por ningún lado. La temporada de la fantasía,
en la que el “Ángel de la bondad” se da vuelo transformando en príncipes
valientes a un montón de ogros panzones y “vaquetones”. En fin, solo queda
esperar a ver que nos van a ofrecer esta vez y qué tanta gente se lo va a
creer. Lo que sí es cierto es que ahí va…”Otra vez la burra al…”
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.