jueves, 18 de noviembre de 2021

"Paseo por Mototitlán"

 




JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"Paseo por Mototitlán"


La idea era lanzarnos a la aventura antes del mediodía para disfrutar del primero de los tres días de asueto que nos proporcionaba el “puente” o fin de semana largo para no sonar tan “corriente” o peyorativo. Por más esfuerzos que hacía para apresurar a mis acompañantes sin verme tan estresado, demasiado insistente o tal vez ansioso, no podía disimular las ganas que tenía de treparme al vehículo y tomar el camino a mi querido pueblo natal. El pretexto era ideal. Llevar a pasear a nuestro sobrino/ahijado que nos visitaba desde la ciudad de México, haciendo valer los días sobrantes de una comisión de trabajo en Guadalajara. Cuando dijo que lo que más deseaba hacer era visitar Tecuala, asentí con mal disimulado entusiasmo.

 —Hay que complacer al muchacho, es lo mínimo que podemos hacer por él  —dije con voz y gesto que intentaban parecer de resignación—, mientras mi esposa volteaba a verme con cara de “te pasas Nico”.

 Después de mucho maniobrar estuvimos listos para emprender el corto viaje a la “ciudad camaronera”, la que posee una playa maravillosa que figura entre las más extensas del mundo con sus ochenta y dos kilómetros de extensión y sus cincuenta metros de ancho. También es la capital mundial de los “Botaneros” unos sui géneris establecimientos en los que, aunque parezca increíble para otras latitudes, se cobran las bebidas y se regala la comida, algo que en otras “culturas”, como por ejemplo en Chilangolandia resulta muy difícil de creer. Esos dos atractivos se convierten en la punta de lanza para el turismo regional y algunas veces, en temporada vacacional, hasta el nacional e internacional. Dejemos de lado la promoción turística, que no me han pagado las últimas regalías (esto es broma, hablo de mi pueblo por cariño únicamente) pero regresemos a la crónica del viaje realizado.

 Ya cerca de las dos de la tarde estábamos en “La Orgullosa”, ahí empezó un poco la confusión porque la primera vista de la entrada nos regresaba la imagen de una “toponimia” tijereteada, supongo por la tristemente célebre “Banda-Vándala”, que decía “ecuala”, chin dije “hay que apurarnos antes de que desaparezca” (chiste malo, de los que acostumbro). Enfilamos hacia la playa de Novillero a petición expresa de mis acompañantes (mi esposa y mi sobrino/ahijado) ya que ahora sí, la prisa era su religión, había que aprovechar lo que quedaba del día. (¡Ah cuánta razón tenía el viejo!). Pero bueno, el asunto principal que motiva este comentario, y considerando que existe ya la posibilidad, forzada por los vándalos y los ladronzuelos, de cambiar el nombre a Tecuala (ahorita ya se llama “Ecuala”) pero antes que eso pudiera suceder yo tengo la propuesta, si de eso se trata, de proponer que mi querida Tecuala se llame desde ahora: Mototitlán (Lugar de las motos).

 Creo que es muy fácil deducir la procedencia de tan locuaz propuesta de dicha nominación. Nomás de recordar se me vuelve a enchinar el cuero de ver la impresionante cantidad de motocicletas (motos para los cuates) circulando en las movilizadas calles de mi querido terruño. No, de verdad, no estoy exagerando. Es difícil de describir y más de contar el número de motos que pululan en todas direcciones. Salen por todos lados y en todos sentidos. Tuve que actualizar y aplicar de emergencia el modelo especial de manejo a la defensiva del otrora Distrito Federal. Afortunadamente tuve una aleccionadora capacitación durante poco más de veinte años de manejar en esa terrible jungla de asfalto y concreto, condición que me coloca en el estatus de apto para manejar en cualquier parte del mundo y mi Tecuala no podría ser la excepción. Quizá eso me salvó de sufrir más de un percance en la jungla tecualeña que, si bien antes le endilgaban el mote de “rancho bicicletero” ahora no debemos preocuparnos de que nos vuelvan a humillar con esos perniciosos motes, si acaso podrían decir que somos un “rancho motociclero” que ya cambia la cosa.

 Me hubiese gustado tener el tiempo y el ábaco o la calculadora, para realizar una rápida estadística del aforo vehicular de motocicletas por hora, pero no fue así y que bueno porque la verdad me dio flojera y me autoproclamé incompetente para elaborar tal registro de movilidad urbana. El sábado fue incontable pero el domingo fue sencillamente espectacular, extraordinario, inusitado (Cálmate Adela Micha). La incapacidad declarada para realizar un intento de contabilidad fue, además, por la increíble diversidad en los tipos de motos y no se diga de sus conductores. Prácticamente “todo el mundo” anda en motocicleta. Lo mismo te encuentras a los jóvenes de catorce-quince años, como a niños de diez-once, verás un sinnúmero de adultos no tan mayores y hasta te quedas petrificado (por lo inesperado de la aparición) cuando estuviste a punto de ser atropellado por una ancianita de increíble fragilidad que no sólo te avienta la poderosa máquina motorizada sino hasta te suena el claxon con una tonada que se identifica con facilidad con una coloquial mentada de madre.

 Una pareja con tres niños en una moto por demás pequeña. Tres jovencitas enseguida, un grupo de ocho jóvenes con sus respectivas máquinas rugiendo por la calle Zaragoza, frente a la plazuela municipal, enseguida otro grupo de cuatro motos con parejas (al parecer de novios) luego tres grupos más, una cuatrimoto con cinco chicas (de cuando mucho quince-dieciséis años) con música y alegría suicida. Total un tremebundo tráfico, porque además ese día salen todas las trocas y coches piloteados por hombres y mujeres que les gusta “pistear” oyendo música a todo volumen y dando interminables vueltas por las calles aledañas a la plaza principal. Por si todo eso no fuera ya demasiado, la inmensa mayoría de  los motociclistas, por no decir que nadie, usa casco de protección, bueno ni siquiera una cachucha para apantallar. Mis acompañantes y yo fuimos a descansar un poco a las bancas de la plazuela sin tener el menor de los éxitos. El lugar estaba lleno de personas de todo tipo, incluidos muchos niños (eso está bien), lo muy lamentable fue que un grupo de mozalbetes revoltosos se divertían lanzando ruidosos cohetes a los pies de las niñas y jovencitas que reían por aquí y por allá. Las decenas de motos seguían pasando y pasando una y otra vez en una luminosa, ruidosa e interminable peregrinación. Disfrutamos del helado que fuimos a buscar y decidimos retirarnos a casa, quizá encerrados tendríamos un poco de paz. En el trayecto seguían apareciendo motos por todos lados. Niños, niñas, jóvenes, hombres y mujeres, ancianos y todo lo imaginable.

 Aún traigo grabado en mi cabeza el pedorreo de sus motores. Es una plaga más peligrosa que la mismísima marabunta. Por esas lastimeras razones, si le llegan a cambiar el nombre a mi pueblo, por derecho tendría que llamarse Mototitlán.

 

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C