La vida
es una suma de momentos. A veces nos toca vivir situaciones difíciles que no
resultan nada agradables, pero también disfrutamos otros que gratifican el
alma. Las situaciones no muy gratas, entre las que se pueden mencionar aquellas
que tienen que ver con momentos trágicos o situaciones de salud, debemos
intentar dejarlas de lado lo más rápido que sea posible para poder seguir dando
pasos firmes en la vida. En contraparte, los momentos gratificantes o
alentadores debemos atesorarlos en nuestra conciencia, en nuestros recuerdos
buenos, en el corazón y en el alma.
Para mi
forma de sentir la vida, las cosas que tienen que ver con la salud y la
felicidad de la familia son los elementos que se localizan en la cúspide de la
lista de prioridades. Todo aquello que implica bienestar, estabilidad económica
y emocional, desarrollo personal y el cumplimiento de los sueños, siempre serán
bien recibidos.
A veces
decimos que la vida no es justa y parece ser esto una premisa indiscutible. Se
requeriría de un profundo ejercicio de reflexión que quizá no nos llevaría a la
consecución de una conclusión convincente.
Los análisis de esta naturaleza suelen ser subjetivos, individuales y
hasta filosóficos. Por esa razón, a veces es más saludable (o práctico) hacer
las ponderaciones personales de acuerdo con el bagaje que cada quien llevamos
en nuestras alforjas vivenciales.
En el
balance que se suele hacer acerca de qué tan justa es la vida, yo he preferido
ponderar las pequeñas cosas que integran el nimio universo de la cotidianeidad.
Siempre digo que para contrarrestar la angustia que genera a veces la
“injusticia de la vida”, es preferible encontrar el sabor y el valor de las
“pequeñas cosas”. Es en ese ejercicio que he encontrado una forma de “ser
feliz”. He dejado de buscar los grandes logros personales y decidí encontrar
recompensas en los elementos cotidianos. El poder abrir los ojos por las
mañanas, respirar sin dificultad, sentir la presencia amada a tu lado,
levantarte y ver la brillantez del sol, esos ya son premios suficientes que
agradecer a la vida. Si a eso le sumo los privilegios de tener el amor de una
gran familia y el cariño de varios amigos sinceros, siento que eso ya es un
invaluable caudal, una pequeña gran fortuna.
Discernir
a fondo este tipo de conceptos quizá no sea nada fácil, pero tampoco debemos
tomarlo como un examen forzoso. Únicamente se trata de una simple (que no
sencilla) reflexión que pudiera, en su momento, darnos luz en el intrincado y
difícil universo de la búsqueda de la verdad.
Debo
advertir que no es muy común que aborde este tipo de temáticas, convencido que
es un tópico por demás controversial y muy difícil de consensuar, dada la
pesada carga de subjetividad que, por necesidad natural, tendrán las opiniones que pudieran
originarse. Aunque por otro lado, resulta muy positivo generar la chispa del
debate de ideas, por el solo hecho de ser un buen pretexto para pensar.
Creo también
que no es la vida quien nos da la justicia o nos la quita. Quizá cuando decimos
eso nos estemos refiriendo a la parte azarosa, la parte trágica que ya había
mencionado, pero para ser sinceros, en la mayoría de los casos no es la suerte
o “la vida” quien define las situaciones de cada persona sino son las
decisiones personales que se toman en un momento determinado de nuestra
existencia. Citaré un ejemplo para este caso. Si yo digo que la vida es muy
injusta conmigo porque en mi trabajo no he tenido el reconocimiento, ni han
valorado las aportaciones de mi trabajo profesional durante tantos años de
servicio y sufro una situación de inequidad y humillación, quizá debiera
reconocer que no tomé las decisiones correctas en determinados momentos de mi
trayectoria laboral o tal vez dejé que las cosas llegaran a esos extremos
permitiendo que, después de muchos años de ser factor importante en el
desarrollo de mi dependencia, con preparación profesional y abundante experiencia
laboral, actualmente siga teniendo un bajo nivel en el catálogo o tabulador de
sueldos y gane casi igual que un peón de limpieza (sin querer ser peyorativo) o
mucho dinero menos que la persona que saca las copias o la que las recoge y las
lleva a la oficina, siendo en ambos casos, su única responsabilidad.
La vida
entonces no es injusta, los injustos son los que toman las decisiones para
asignar esos niveles, los funcionarios que han pasado por alto todos esos
elementos con los que fácilmente pudieron hacer un acto de justicia. La vida no
es injusta, la injusticia procede de los funcionarios de la institución que han
generado la ignominiosa situación laboral que sigo esperando me resuelvan.
Espero
que la verbigracia utilizada sea lo suficientemente clara para explicar el
asunto de la vida justa o injusta, pero sobre todo que, cualquiera que sea el
resultado de esta lectura, sirva para ampliar los horizontes de pensamiento y
acción de mis amables lectores. Así pues, concluyo diciendo que esa es la
intención que subyace en este texto. Además de dejar en sus manos algunas
líneas que resulten atractivas y propositivas, sean también una fuente de reflexión.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.