Cuando
Gastón Trinquete despertó, la cruda era terrible. No recordaba nada de lo
sucedido la noche anterior, su mente era un pleito de perros y gatos. Se quedó
quieto unos minutos con los ojos cerrados hasta que su alcoholizada mente
empezó a tomar cierto rumbo. En el horrible galimatías de su obnubilada cabeza
surgieron poco a poco escenas de la tremenda francachela con motivo de la
celebración del triunfo electoral. Giraban alrededor de sus ojos rojizos,
muchos rostros conocidos y desconocidos, multitudes gritando, banderas ondeando,
matracas sonando, serpentinas de colores y botellas de licor. No fue sino hasta
unos minutos después que las imágenes bajaron su velocidad giratoria y pudo al
fin recobrar la cordura. Se sentó al borde de su cama y ahora sí, los recuerdos
se ordenaron para llegar a su mente.
No se interesó
mucho por los detalles pero se alegró de recordar que todos los candidatos,
triunfadores o no, del partido político “Movimiento Visionario de Desarrollo y
Asistencia Social” (MOVIDAS), se habían reunido ayer en el festejo del arrollador
triunfo electoral en el casino “Quinta La Viejecita”. Recordó cómo inició el
tremebundo bochinche que se prolongó hasta las primeras horas de la mañana
siguiente. Poco a poco fueron llegando los recuerdos y se miró abrazando al gobernador
virtual, a sus compañeros diputados, a los alcaldes, regidores, síndicos y
demás miembros de la camarilla. Todo era felicidad y no era para menos si
barrieron casi en todas las posiciones disputadas. Se levantó de la cama y se dio
un merecido regaderazo. La frescura del agua lo despertó como por arte de magia
y se sintió más reanimado y entusiasta que nunca. Se vestiría y se iría a la sede
del partido para ver cuáles eran los planes para el siguiente paso. Tenía que
ponerse las pilas porque para ser sincero no era muy ducho en eso de la
política. De hecho ni siquiera sabía a ciencia cierta por qué estaba metido en
eso y más, ya siendo virtual ganador de la elección a diputado federal.
Sacudió
el agua de su cabello girando la cabeza repetidamente y se vistió muy
conservadoramente. Un pantalón de mezclilla azul, una camisa blanca con rayas
verticales verdes y zapatos negros recién boleados. Al poco tiempo estaba ya en
la sede de su partido departiendo con las personas que estaban ahí. No entendía
nada de lo que hablaban, pero suponía que era algo bueno porque todos sonreían.
La sala de estar también estaba atestada, la vocinglería se confundía con el
tenue sonido de la musical ambiental que se reventaba una de las buenas rolas
de Ray Conniff. Se sentía cada vez más confundido y a disgusto en ese lugar.
Más se inquietó cuando se percató que no reconocía a nadie de los que estaban
en esas oficinas, incluso llegó a preguntar para sus adentros: ¿Me equivocaría
de oficinas? ¿Si será este mi partido?
Se
tranquilizó un poco cuando vio una imagen conocida en un cuadro que colgaba de
la recién pintada pared de la estancia. Era ni más ni menos que su abuelo, don
Gastón Trinquete de la Maroma, connotado cacique político de la región, uno de
los fundadores del prestigiado
partido político que lo acababa de llevar al poder. Sintió orgullo al ver esa
fotografía emblemática del viejo regordete que aparecía en la imagen
acariciando la punta de su arriscado bigote. Eso hizo que empezara a comprender
las razones por las que estaba ahí enredado en el cristalino mundo de la política.
Recordó que su padre, don Gastón Trinquete y Avieso, también figuró un tiempo
en ese ámbito generoso e inmaculado hasta que lo enviaron de embajador del
partido a otro país, uno muy remoto (otro vicio del señor) mientras se
arreglaba (o se olvidaba) una pequeña diferencia económica (unos cuantos
milloncillos) encontrados (mejor dicho no encontrados) en una auditoría cuando
estaba él en funciones.
Todos
volteaban a verlo pero él no conocía a nadie, a pesar que le sonreían.
Seguían llegando personas al partido y cada vez el ambiente era más sofocante. Empezó
a sudar copiosamente y ya ni el aire acondicionado de la oficina le era
suficiente. Hubo momentos en que deseó salir corriendo del lugar y olvidar toda
esa rara parafernalia que lo agobiaba y en uno de esos instantes críticos, a
punto de echarse a correr, escuchó su nombre pronunciado por una voz amable,
casi paternal, que le pidió que pasara a la oficina principal, la presidencia
del partido.
Su
angustia desapareció por encanto y giró sobre sus talones (era experto en
talonear) y abrió con seguridad la fina puerta de madera de la elegante
oficina. Pronto se vio frente a ese hombre de extraña apariencia que no perdía
la sonrisa en ningún momento. Era una risilla burlona y una mirada tan penetrante
que instintivamente llevó las manos a su pantalón para comprobar que el
cinturón de cuero estuviera en su lugar y respiró con alivio al confirmarlo. Casi
de manera automática se sentó y escuchó lo que el hombre de aspecto maligno le
decía.
—Entiendo tu
confusión. En este preciso instante te estás preguntando qué es lo que haces
aquí y por qué competiste y ganaste la diputación. ¿No es así, mi querido
Gastón? Pues quiero recordarte que hace unos meses, en aquella noche oscura
como boca de lobo, dijiste que venderías el alma al diablo por conseguir un trabajo
fácil que te diera dinero y poder. ¿Lo olvidaste, acaso? Yo te escuché y te
concedí tu deseo. Ahí lo tienes, podrás hacer de las tuyas a tu antojo y,
cuando termines tu gestión, tu alma será mía.
El terror
se apoderó del hombre ambicioso y flojo que quería tener todo al alcance de su
mano (o de su dedo para ser más preciso) y salió corriendo del lugar, mientras
se escuchaba en el ambiente la feroz y diabólica carcajada de aquella siniestra
figura que se agigantaba de pronto. Emprendió una desesperada fuga. No le
importaba tropezar con las sillas, sofás y escritorios, ni siquiera con las
personas que se arremolinaban frente a él haciendo una especie de pasillo por
el que pasaba mientras recibía las risas burlonas de todos los presentes cuyos
rostros se habían descompuesto y sólo se apreciaban los ojos brillantes y sus cadavéricas
dentaduras. El miedo dio alas a sus piernas que lo hacían casi volar por las
calles. No detuvo su loca carrera hasta llegar a su casa. Apenas metió la llave
en el ojo de la cerradura empujó con fuerza las puertas que se abrieron de par
en par. Entró de prisa directo a su recámara y se escondió debajo de la cama. Ahí
estuvo quieto, casi sin respirar, hasta que le ganó el sueño pensando en que ahí
no lo podía encontrar el diablo. Cuando la luz de la mañana hirió sus cansados
ojos, sintió algo en su mano derecha, era una botella de aguardiente casi vacía,
en la izquierda sostenía con fuerza una pancarta que decía: “VOTA POR MOVIDAS EL 6 DE JUNIO”. La parranda estuvo dura, mañana era el gran día, había que
votar y no tenía ni siquiera su credencial de elector vigente. Se tomó el resto
de la botella y se volvió a dormir.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS
AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.