En
un ejercicio de reflexión, de los muchos que suelo hacer, a veces empujado por
las circunstancias de alguna cuestión familiar, otras de pura casualidad o de
“chiripa” como decimos de forma coloquial. El caso es que por “angas o mangas”
llegué a un momento que quedó muy fijo en
mi memoria. Este caso es del año 2003, o sea que ya estamos casi a 20
años de eso.
El
más pequeño de mis hijos cursaba el primer grado de la primaria en el famoso
“Instituto México” en esta capital estatal. Era cuando todavía existía la clase
media y yo me aferraba a ser miembro de ella y hoy ni siquiera me importa (aunque
eso es un chiste soso, creo que algo tiene de verdad). Fuimos informados por la
maestra del grupo de mi hijo que el instituto estaba programando un proyecto literario
en el que participarían los alumnos de todos los grados, apoyados por sus
padres, escribiendo un cuento corto. Todos los cuentos serían parte de una
antología que sería publicada por la editorial “Ediciones del Saber”. A mi hijo
y a mí nos pareció una idea genial y, con el apoyo de mi esposa, pusimos manos
a la obra.
En
un principio sentí que estábamos en una especie de juego en el que se buscaba
la interacción entre padres e hijos y qué mejor que fuera en un proyecto en el
que estuviera de por medio el uso del poder imaginativo de los niños. El
propósito anunciado era acercar a los chiquillos a los libros, como lectores y
como autores también. Sentir la emoción y la magia de ver sus palabras y
pensamientos impresos en una obra de arte llamado libro, en una antología
colectiva en el que aparecen sus nombres en los créditos principales. Al
principio creo que dudé de que ese proyecto se cristalizara. No porque
desconfiara de la capacidad de quienes manejaban la institución sino porque
creí que terminaría siendo un trabajo casero, quizá hasta fotocopiado y
engrapado. ¡Qué bueno que me equivoqué!
Aún
tengo en mi librero ese valioso ejemplar que fue debidamente encuadernado y
dignamente maquetado. Lo conservo como un gran tesoro por ser un magnífico
recuerdo de esa etapa estudiantil. Por ser ejemplo vivo de que “cuando se
quiere se puede” lograr la realización de grandes proyectos y, también, por ser
la primera obra literaria (colectiva pero ópera prima) en la historia de mi querido
hijo Edson Geovanni. Por esas razones, se me ocurrió recrear para ustedes esa
breve historia que se titula “Polito, el poni pinto”. Espero que sea de su
agrado, dice así:
«Había
una vez un ranchito llamado los “Ponis” donde vivían muchos ponis blancos,
excepto uno, llamado Polito, que tenía manchas negras. Por esa razón todos se
burlaban de él haciéndolo llorar. El más burlón de todos era uno llamado
Pancho.
Don
Polo, el papá de polito, siempre le decía que no se sintiera mal, que ser
diferente no significaba que fuera inferior a nadie. Le propuso que retara al
malvado Pancho a una carrera para que pudiera demostrarle que era mejor que él.
Le dijo también que para hacerla más emocionante hicieran una apuesta. “Si
Polito perdía se iría a vivir a otro rancho, pero si perdía Pancho entonces lo
pintarían con manchas negras como las de Polito para que todos se rieran de él
durante una semana completa".
La
carrera se hizo al día siguiente. Arrancaron desde los dos árboles más grandes
y debían llegar hasta el pie del cerro que estaba junto al río. Los dos
corrieron muy rápido pero, al final, Polito llegó primero ganando la gran
carrera.
Pancho
llegó muy cansado y se acercó vencido para que lo pintaran, pero como Polito
era muy bueno, le dijo que no lo haría, que lo perdonaba y quería ser su amigo.
Desde entonces Pancho no volvió a molestarlo y Polito vivió muy feliz en el
rancho con su familia y con todos sus amiguitos»
Estarán
ustedes de acuerdo que es una historia sencilla y muy bonita, que pone en
relieve la capacidad imaginativa de mi niño, pero además de eso, podrán
observar que en ese texto subyace algo más importante que la propia narrativa
que se concibió. Existe en este relato un valor agregado que destaca una gama
de sentimientos que ojalá existieran siempre en el corazón de los seres
humanos: la nobleza, la humildad, la buena voluntad, el perdón y el afecto.
Se
constituye en una suerte de fábula que ilustra esos valores humanos muchas
veces olvidados. Nos llama la atención para que veamos esos principios morales
muchas veces sepultados bajo el pesado y nauseabundo fango del egoísmo y la
vanidad. Esta breve e inocente historia se yergue como un monumental ejemplo de
la mágica capacidad de reivindicar a los seres humanos a través de simples
ejercicios de bondad y cariño.
Por
esas poderosas razones quise compartir a mis amables lectores esa pequeña
muestra de la inmensa capacidad que tienen las letras para hacer reflexionar a
las personas. Es evidente que al estar mi hijo en su primer año de primaria,
aunque sabía leer y escribir bien desde los cuatro años y medio, fue este
humilde escribano quien apoyó su mano y su mente para escribir esta historia
que motivó mi vida, mi horizonte y mis ganas de ser mejor.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.