Doña
Emerita Magna viuda de Cienfuegos, se desperezó antes de entrar al cuarto donde
se encontraba hospitalizado su único hijo varón, el famoso Gasvacio Cienfuegos
Magna.
La
somnolienta señora había pasado la noche tirada en el frío piso de aquel
hospital de cuarta categoría. Llevaba dos noches ahí. Veinticuatro horas sin
separarse de la puerta del cuarto de urgencias donde estaba internado su
querido hijo. No quiso ir ni a “echarse un taco” por temor a que algo le pasara
al chamaco de dieciséis años y ella no estuviera a su lado.
Se
acicaló un poco antes de abrir la puerta, momentos después de que el doctor en
turno le dijera que el peligro había pasado. No sabía el aspecto que tendría
Gasvacio. Sólo sabía que le habrían propinado tremenda golpiza. No tenía ningún
detalle de las razones de aquella grave incidencia, así que aspiró
profundamente el contaminado aire del nosocomio y con decisión empujó la puerta
que en algún momento seguramente fue de color blanco. Sabía que pese a todo
tendría que llevar una sonrisa en su rostro porque sería una gran manera de
darle ánimo a su traqueteado retoño.
La
escena no pudo ser peor. El chaval tenía un turbante de vendas blancas que de
pronto podías confundirlo con Kalimán, el hombre increíble. Un ojo cerrado por
un chichón, bueno hematoma, para no meter a Lorena Herrera en esta historia. El
otro ojo semejaba un ostión a medio curtir, que era con el que podía ver un
poco y así distinguió a su afligida progenitora que, al intentar sonreír,
dibujó algo en su cara que era más parecido a una mueca. Era un gesto como si se
hubiera machucado un dedo o hubiese comido tamarindo con “chamoy”.
Aunque
le dolía mucho la quijada, Gasvacio intentó sonreírle a su jefa, cómo él le
decía. Ni les platico más de esta escena porque podría contagiarme de la
corriente lacrimógena de la “Rosa de Guadalupe” y me faltarían palabras y
gimoteos para describirla. Mejor aquí tomo un respiro y dejo que estos
entrañables personajes les cuenten un poco de sus tristes peripecias.
- Hola
jefa, que bueno que vino a verme.
- ¿Cómo
te sientes hijito? Gracias a Dios que te encuentro a salvo.
- Estoy
bien “jechu”, nomás que muy magullado. Si parece que me agarraron los
granaderos “antimotines” en una manifestación contra Peña Nieto.
- ¿Por
qué te golpearon? No creo que haya sido por robarte. ¿Qué le pueden robar a un
pobre tragafuegos?
- No me
hagas reír madre, que me duelen las orejas, jajaja. Se ve que no estás al tanto
de las noticias. Ahorita el garrafón pequeño de gasolina que uso para la chamba
es más codiciado que asaltar una joyería. Los batos se fueron directito al
garrafón, ni siquiera se fijaron que ya había ganado más de doscientos “varos” en
la talacha del día. Con el gasolinazo, ahorita un garrafón de esos cuesta un buen
billete. Y a propósito de eso. ¿Cómo vamos a pagar el hospital? La atención
aquí debe salir en un ojo de la cara, por más que sólo sea un “hospitalucho” de
cuarta. La verdad yo sólo tengo dos y por cierto muy maltratados. (Es evidente
que Gasvacio se refiere a los ojos, pero lo aclaro para evitar esas risitas
maliciosas).
En una
escena tan dolorosa cómo la de Gasvacio y su madre, se puede decir que
concurren varias aristas de un mismo problema al que llamaré sencillamente
POBREZA. Tal vez el modo de tratar un asunto tan delicado cómo éste pudiera
parecer algo socarrón de mi parte, y lo es, y lo es a propósito. No negaré que
los mexicanos somos muy propensos a burlarnos de todas las cosas, incluida la
pobreza que, desde mi punto de vista, es quizá el flagelo social más vergonzoso
que padecemos. Pero, si somos capaces de hacer bromas con el tema de la muerte
por qué no habríamos de burlarnos de la pobreza. Aclarando que no es el tipo de
broma que intenta darle un matiz peyorativo al asunto, sino que se trata del
humor negro, sarcástico, que no se burla de las víctimas en sí, sino que busca
ironizar a los depredadores, a los explotadores que provocan abusivamente esa
situación.
Dejaré
el episodio de Gasvacio y su señora madre en suspenso. Pondré, a propósito,
tres puntos suspensivos imaginarios para que sean ustedes quienes supongan las
penurias de estos personajes en esa noche de dolor y de angustia. Quiero, a mi
vez, inferir sus diversos estilos como autores del epílogo de este relato. Puedo
asegurarles que no es un ejercicio como el que usan a menudo los cantantes. Ese
en que inician la estrofa y ceden el micrófono para que sea el auditorio quien cante
el resto de la misma, mientras ellos descansan un poco sus cuerdas vocales o
aprovechan para echar un lubricante a su gaznate (Salud).
De
verdad que intento una línea nueva de conversación figurada con ustedes,
abstracta y directa a la vez, una forma sutil y mágica en la que participan
como autores y lectores en este proceso de comunicación. Me hace imaginar la
cantidad de pensamientos que en este preciso instante están fluyendo de los más
recónditos rincones de su imaginación, que está a veces en reposo, paralizada o
reprimida, pero hoy pudiera estar muy activa.
En ese
contexto, estoy pensando en qué fue lo que pasó con Gasvacio y su jefa. Seguro más de
alguno hizo que el pobre chamaco tuviera que vender uno de sus riñones para
pagar la cuenta del hospital. Quizá otros hicieron que doña Emerita pagara con
sangre la atención médica. Algunos, quizá muy optimistas, finalizaron
escribiendo que llegó un político honesto y caritativo que pagó la cuenta del
chamaco y le consiguió una beca para que estudiara (Los que finalizaron con esto,
por favor que busquen chamba en Disneylandia, tienen mucho futuro en eso de la
fantasía). Otros quizá pensaron en que fue el propio hospital que decidió
condonar la abultada cuenta y de manera gratuita lo llevó a su pobre jacal en
ambulancia. Algunos de tendencias más sádicas finalizaron con un terremoto que
acabó con la pareja, doscientas personas más, por supuesto todo el edificio y
un panadero que en ese momento iba pasando.
Seguramente
hubo finales de todos colores y sabores, sin faltar el que identificó que en
este problema se entrelazan los efectos de varias reformas peñistas, como la
energética (gasolinazo) origen directo de este zafarrancho; la reforma a la ley
general de salud, de donde se desprende la mala atención en el sistema
nacional; la laboral que es excluyente e incapaz de otorgar empleos dignos a
una gran masa de la población que supervive en la informalidad y en situaciones
de calle. En fin, así como hubo distintos finales en este relato, obvio con la
colaboración imaginativa de mis amables lectores, así mismo se puede decir que
todas las cosas que lo rodean están íntimamente relacionadas y son hijas de la
misma madre: La pobreza que sufre el pueblo mexicano. Gracias por participar
como autores de estos finales del relato.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.