Quien
diga que el futbol no es una pasión debería ver las imágenes que anoche
circularon por todo nuestro país. El cielo se tornó de color azul después que
minutos antes parecía ser el ominoso manto negro de una noche oscura. En este
caso no es una metáfora que saco de la chistera, es literalmente lo que se
vivió en la final de vuelta (la decisiva) entre el ahora campeón de la liga
“Guardianes 2021” Cruz Azul y el subcampeón Santos de Torreón.
Es
difícil explicar el inmenso significado de este juego, que otorga la novena
estrella al escudo de la “Máquina Celeste”, por la extraordinaria complejidad,
a veces inexplicable, misteriosa, sospechosa, increíble, que llegó a
considerarse una terrible maldición que se prolongó por poco más de veintitrés
años. Fue sin duda la génesis de incontables burlas (hoy denominados memes) de
otros equipos, de otras aficiones y, a veces, de todas las personas que
estuvieron acuñando la palabra “cruzazulear” pensando que eso sería para siempre, pero no, nada es para siempre. Dice el dicho aquel: “No hay mal que dure cien
años”, si acaso durará veintitrés (este es agregado mío).
Es difícil también desprenderme de mi calidad de apasionado seguidor de este equipo que
amo desde mi niñez, para dejar aquí un trabajo periodístico objetivo, pero qué
es si no la pasión lo que mueve al mundo en sus diversos ámbitos y actividades.
Qué puede ser más importante que mostrar la grandeza de un espíritu que sufrió de
traspiés, humillaciones, dudas y un sinfín de circunstancias que agobiaban a
veces a quienes se enfundaban en esa camiseta que soportaba con estoicismo el
peso de un orgullo pisoteado y una grandeza que parecía tambalearse pero nunca
perdió el color.
Existen, desde luego, muchas aproximaciones al mítico expediente de este equipo que nació
grande desde que ascendió al circuito de la máxima categoría profesional. Mi
pasión por este club surgió cuando yo tenía diez años y él conquistaba el
campeonato de liga 1968-1969, el primero de muchos que me tocó vivir y gozar. Esa
condición es la que quisiera que mis hijos hubieran podido ver como yo lo hice.
El Cruz Azul poderoso, avasallador, con carácter, sin fantasmas ni cosas por el
estilo. Seguridad, garra, calidad y un pundonor a toda prueba. Ese era el
equipo de los Marín, Bustos, Quintano, Kalimán Guzmán, Eladio Vera, Muciño y
tantos otros que de mencionarlos tendría que usar todo el espacio de esta
edición. Sin embargo, cuando sucedió la final ganada en 1997, mi hijo mayor
tenía 15 años, el mediano 9 y el más pequeño 19 días de nacido. Es evidente que
no hay tantos recuerdos en ellos ni tantas alegrías y emociones como las que yo
tuve la suerte de atestiguar.
La
noche de ayer se le dio vuelta a la página negra, a los años de espera para
levantar de nuevo el ansiado trofeo de liga. Todo ello envuelto en un profundo
nerviosismo y una terrible expectación, algo que ya se había hecho costumbre en
las seis finales perdidas en esas más de dos décadas de ausencia de títulos,
pero la magia estaba por estallar. Es increíble como el simple sonido de un
silbato finalizando el encuentro en la cancha del estadio “Azteca” pudo
desencadenar tantas cosas como por arte de magia. La pasión se desbordó como
una lava ardiente en las laderas de un volcán. En ese preciso instante hubo
abrazos, lágrimas, gritos, canciones, brindis, brincos, llamadas y hasta
oraciones y agradecimientos. El milagro se acababa de lograr. Se terminó la
sequía, por fin se pudo quitar de encima el maleficio de la derrota. El estadio
cantó, gritó y bailó. En los hogares, restaurantes, bares y otros sitios
comerciales, nadie despegaba la mirada del televisor. No podíamos perdernos
nada. Era la noche del Cruz Azul, era la noche de los millones de anhelantes
aficionados que esperábamos ansiosos esa explosión de júbilo, de alegría, de
triunfo. Es una sensación indescriptible ser campeón o ganar algo. El triunfo
es una sensación inigualable en cualquiera de los ámbitos de la vida, pero un
triunfo así de sufrido y esperado por esta increíble, maravillosa, extraordinaria
afición celeste es algo muy difícil de describir. Fue apasionante, apoteósico,
único, vibrante y definitivo.
Esta
final de ida y vuelta, en la que Cruz Azul venció al Santos por marcador global
de dos a uno, quedó marcada en la historia de la liga, en la historia nacional
y en la vida de millones de personas. Es un hecho inolvidable por todo lo que
lo envolvió. Por la ansiedad, el morbo de muchos, la pasión y la fe de millones
de familias mexicanas que esperaban el milagro azul. No, no es un triunfo más o
una estrella más en la camiseta azul de la máquina, es una lección de vida, es
una historia contada con el espíritu, que será guardada con especial cariño y devoción
en los corazones de los partidarios. Es un guión cinematográfico dramático que
se basa en la enseñanza muy conocida pero poco utilizada de la fortaleza del
carácter mexicano. Aquella que enseña que pueden ser muchas las caídas y
fuertes los dolores. Que podrán derribarte y humillarte pero, cuando existe la
grandeza de espíritu, habrás de levantarte del fondo del fango para triunfar y
poner la mirada en alto, sin temor, con orgullo y dignidad. Entonces, la gente
que se burló de ti y te menospreció entenderá lo mucho que vales y, lo diga o
no, te admirará con silencioso respeto.
En esta
especie de vorágine popular, de brindis simbólicos interminables, de alegría y
de gozo, bailamos la danza de la celebración perpetua, de esa inexplicable
felicidad inagotable que brota con fluidez ante la menor mención de esta
epopeya deportiva.
Merecido el triunfo y el campeonato para un equipo que
dominó el torneo con categoría y personalidad, una estrella ganada a pulso, un
campeonato que con esos números y en formato europeo no hubiera necesidad de
disputar con nadie, pero pues qué se le va a hacer, así se estila en nuestro
México lindo y querido. Ahí quedan, de un lado la frialdad de los números y el
rigor de la estadística, Cruz Azul fue el líder en puntos, el equipo más
goleador, el menos goleado, más partidos ganados, igualó el record de victorias
consecutivas, por mencionar algunos datos. Todos esos logros no hubieran
significado nada (una vez más) y nadie se acordaría de ellos si no hubiesen
logrado derrotar al rival en turno. De ahí la magnificencia de esta final que
es única por todo lo que la rodea, por ese contexto increíble, histórico,
extraordinario.
Felicidades
al Cruz Azul y a nosotros, los millones de aficionados que gozamos como nunca
este título, que seguimos y seguiremos disfrutando por mucho tiempo más. La
historia cambió su cara irónica por una sonrisa radiante. ¡Enhorabuena!
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.